Editorial
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El berrinche monárquico
A

nte la exclusión del rey (Felipe VI de Borbón) de la toma de posesión de la presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum (...) el gobierno de España ha decidido no participar en dicha toma de posesión a ningún nivel, expresa un comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores de Madrid.

A lo que puede verse, las altas esferas del poder político y económico de España tomaron como ofensa que el equipo de la próxima mandataria haya cursado la invitación respectiva al presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y no al monarca.

Pero esa selección de invitados no es un descuido ni rudeza diplomática, sino que obedece al hecho de que el propio Felipe VI se inhabilitó como interlocutor ante México cuando se negó a contestar la misiva de 2019 en la que el presidente Andrés Manuel López Obrador lo invitó a participar, en nombre del Estado español, en un acto de desagravio conjunto y en una solicitud de perdón a los pueblos originarios que fueron invadidos, saqueados, diezmados y sometidos por los conquistadores de España y, posteriormente, por la república independiente mexicana. La carta del mandatario fue respondida, en cambio, mediante una nota del Ministerio de Relaciones Exteriores, en lo que constituyó, eso sí, una grosería y una injustificable expresión de arrogancia.

Posteriormente, en febrero de 2022, ante el empecinamiento de las autoridades españolas en defender los abusos y las corruptelas de empresas energéticas de ese país que operan en el nuestro, López Obrador señaló que era conveniente establecer una pausa en las relaciones, lo que generó nuevas expresiones destempladas en la cancillería madrileña. Lo cierto es que desde entonces, los vínculos diplomáticos han permanecido congelados, lo que no impide que las intensas relaciones económicas, sociales y culturales se mantengan intactas. La pausa no es ruptura de relaciones.

Aunque en algunos ámbitos existió la expectativa de que los lazos entre ambos gobiernos adquirieran un nuevo dinamismo tras la sucesión presidencial en México, todo indica que ese escenario no se hará realidad. Con los antecedentes que se han referido aquí, era lógico y entendible que la invitación a la inminente toma de posesión de la próxima presidenta se turnara a una figura menos hostil y arrogante que la del rey Borbón, el cual no ha tenido en seis años un solo gesto de acercamiento, cordialidad o cortesía que permitiera superar los efectos de su torpeza inicial. Sin embargo, en el palacio de La Zarzuela, y por lo visto también en el de La Moncloa, se ha decidido mantener y enconar la hostilidad.

Es lamentable para el gobierno español que su monarca se convierta en factor de aislamiento internacional y que se persista en mantenerlo como factor de desencuentro, cuando a Madrid le vendría bien relanzar el diálogo con México y, en general, reorientar sus tambaleantes relaciones con los países latinoamericanos en general.

Por lo que hace a nuestro país, no tener una representación de España en la ceremonia de toma de posesión de la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, no le resta a ese acontecimiento ni un gramo de relevancia histórica, legitimidad, dignidad o presencia internacional. Ya habrá circunstancias mejores para reactivar los vínculos bilaterales, y en ello no corre ninguna prisa.