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2006 y 2024: dos Gritos septembrinos por la soberanía
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l 15 de septiembre de 2006, ante un Zócalo lleno, la ceremonia del Grito de Independencia fue algo inusual. No la encabezó el presidente de la República, sino el jefe de Gobierno entonces en funciones, Alejandro Encinas, quien desde el Palacio del Ayuntamiento, luego de vitorear a héroes de la Independencia, lanzó una proclama inesperada: ¡Viva la soberanía popular! El contexto era inédito. El presidente Vicente Fox, quien debía encabezar la ceremonia en la capital del país, había optado por dar el Grito en Guanajuato, en medio de un intimidatorio operativo policial, ante apenas 5 mil personas y sin posibilidad de verbena. Ahí Fox gritó, a su vez, otra consigna inesperada: ¡Vivan nuestras instituciones!

La razón de que Fox se guareciera en el Bajío es un punto explicativo de nuestra historia contemporánea: el panista era el responsable principal, aunque no único, de varias iniquidades electorales que engendraron un resultado turbio en aquel 2006. No conforme con desviar recursos mediante empresas fachada para cooptar el voto, y no conforme con desobedecer al IFE cuando le exigió no meter las manos en la contienda, Fox tuvo el cinismo de aludir con su grito a las instituciones que nunca respetó, quizá porque en su imaginario lo que en realidad le importaba de ellas era usarlas como patrimonio.

La respuesta ante eso fue la emergencia de un amplio sector social que buscó la construcción de un movimiento político que tuvo su génesis en una protesta contra la injusticia electoral de esa coyuntura, pero que en su desarrollo posterior, y en la construcción de una identidad, hizo de la soberanía una bandera propia. La proclama lanzada por Encinas fue premonitoria. Pero, en ese sentido, ¿qué significa soberanía?

La respuesta más clara vino poco tiempo después. En 2008, el presidente emanado de la turbiedad electoral de 2006, Felipe Calderón, propuso una reforma constitucional (que nunca anunció como candidato) que permitiría la privatización de la industria petrolera mexicana. La respuesta provino también de ese incipiente movimiento fraguado un par de años atrás, que al mismo tiempo defendió la rectoría estatal del sector energético con argumentos constitucionales, pero también abrió un debate amplio que rebasó a Pemex, profundizó sobre la industria eléctrica, ponderó la relevancia de las minas, la geopolítica o lo que implica depender de foráneos o privados en cuestiones de recursos estratégicos.

Ese movimiento logró cuestiones inéditas: un incipiente ejercicio semi-formal de democracia directa en julio de 2008, y un plural debate senatorial, que no sólo dio de argumentos para oponerse a la reforma calderonista adentro del Congreso, sino que politizó también hacia afuera. Protagonista de ese debate fue Claudia Sheinbaum, quien el 15 de mayo de 2008, en el marco de ese debate y en rol de académica, expuso aristas hacia dónde debía extenderse una visión transformadora en esa materia: reagrupar Pemex, mirar al sector energético de manera integral, apostar por la investigación y desarrollo tecnológico propios, y asimismo en el fomento de nuevas fuentes de energía.

El año 2008 fue crucial para la identidad de ese movimiento. Su oposición a la privatización calderonista no fue mera posición reactiva, sino un proceso de formación política. Con el argumento inicial del sector petrolero, ese movimiento terminó hablando también sobre industria eléctrica, renovación energética, recursos estratégicos… y también sobre consultas populares y democracia directa. Con ese abanico a cuestas, ese movimiento –que en 2006 se llamó gobierno legítimo–, en 2008 se denominó Movimiento Nacional en Defensa de la Economía Popular, el Petróleo y la ­Soberanía.

Con el paso del tiempo esas dos coyunturas, la de la turbia elección de 2006 y la resistencia soberanista en 2008, fueron los insumos centrales de lo que más tarde serían los 10 principios ideológicos que Morena presentó, en 2014, como documentos básicos para lograr su registro como partido político. De ahí se explica que la identidad de esa organización tenga en el concepto de soberanía su afluente central, y signifique, ante todo, la ponderación de los recursos estratégicos no por mero embeleso nacionalista, sino para evitar vulnerabilidad.

El 15 de septiembre pasado, López Obrador –en contraste total con el Fox de 2006– dio su último Grito como presidente de México, ante una multitud copiosa y festiva en el Zócalo. Ahí, resaltó una arenga que ya no es nueva: ¡Viva nuestra soberanía! De la soberanía popular de Encinas defendida ayer a nuestra soberanía resaltada hoy, han pasado 18 años, tiempo en que la primera consigna pasó de ser oposición a un eje de gobierno. La reflexión sobre el alcance de esa idea como proyecto en el poder está aún por hacerse, pero es imposible regatearle persistencia y seriedad en su construcción. Así, más allá de ser una ceremonia festiva, los Gritos de 2006 y 2024 ponen de relieve una arista ineludible: la vía de análisis sobre las acciones de los actores políticos no está en tratar de leer sus intenciones del futuro, sino en atender, con rigor, sus hechos del pasado.

PD. Un abrazo colectivo a La Jornada; sus lectores, fundadores y posibilitadores; por 40 años de ser voz ineludible para comprender nuestro presente.