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Cuatro décadas de La Jornada
E

ste diario cumple hoy 40 años de informar cotidianamente a sus lectores del acontecer nacional e internacional. Esas cuatro décadas de cobertura diaria e ininterrumpida otorgan a La Jornada la condición de un registro histórico que abarca un periodo en el que México y el mundo han experimentado transformaciones profundas en lo político, lo económico, lo social, lo cultural y lo tecnológico, y ello representa un patrimonio periodístico de primera importancia en el presente y de cara al futuro.

Desde luego, el trabajo informativo no es un terreno aséptico –neutral, frío, sin pasión, indica la segunda acepción del adjetivo– ni puede ser ejercido desde una pretendida objetividad imparcial. Todo proyecto periodístico posee, de manera explícita o encubierta, una visión determinada del mundo y de la sociedad, y es deber de honestidad transparentar los principios y los valores que lo orientan. Es el caso de este diario, que desde el momento de su convocatoria inicial expuso el sentido que se buscaba dar al proyecto informativo: un periódico que hablara de quienes no tenían sitio en el conjunto de los medios, que acompañara la democratización del país y las luchas por los derechos humanos, individuales y colectivos, sindicales, agrarios y de género; por la justicia social, la soberanía nacional, una sociedad más libre y un poder público leal a su mandato. Posiblemente, las generaciones jóvenes no sepan hasta qué punto tales propósitos se encontraban ausentes en el panorama mediático de 1984, año en el que La Jornada empezó a circular, pero esa memoria resulta indispensable para dimensionar la evolución del país en estos 40 años.

A lo largo de ese tiempo, este periódico se ha mantenido fiel a esos principios y ha buscado hacer un trabajo ajeno a las estridencias, al protagonismo y al sensacionalismo, con la conciencia clara de que la información es una relación social que no debe estar modulada por el mercantilismo ni guiada por la lógica de la máxima ganancia, sino por el sentido del deber hacia las y los lectores. Y ese deber es la búsqueda de la veracidad como valor supremo del trabajo informativo.

Ciertamente, preservar la línea editorial por encima de la obtención de utilidades se ha traducido en enormes obstáculos y dificultades a lo largo de la historia del periódico, pero ha prevalecido la determinación de entregar a lectoras y lectores, día tras día, nuestro esfuerzo informativo.

La Jornada nació y se ha mantenido en las lógicas del periodismo impreso, pero está consciente del tremendo impacto que la evolución tecnológica ha conllevado en el quehacer informativo. En la era de los contenidos multimedia, de la hipercomunicación y de las redes sociales, resulta obligado reconfigurarse y adaptarse a las nuevas realidades, sin perder por ello la esencia y la identidad del proyecto informativo.

De la conservación de esa esencia depende que se preserve la confianza y la credibilidad que el público ha depositado en este medio. A ese público –el que acompaña a nuestro diario desde hace cuatro décadas y el que se ha ido sumando en el curso de ellas– nos debemos, tanto como a la memoria de quienes contribuyeron al arranque de este diario, el 19 de septiembre de 1984, y que ya no están entre nosotros. Por todas y por todos, esta travesía ha valido la pena. Y por todas y por todos, vale la pena continuarla.