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Disquero
La película Amadeus cumple 40 años
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▲ El actor Tom Hulce en un fotograma de Amadeus, donde personifica a Volfi.
 
Periódico La Jornada
Sábado 14 de septiembre de 2024, p. a12

Se cumplen 40 años de un monumento musical: el filme Amadeus, de Milos Forman, cuyo protagonista es la música de Mozart, contrario a quienes piensan que los del frontispicio son los actores que personifican a Mozart y a Salieri, como se cree y es que de esta historia se conciben muchos equívocos que forman parte, precisamente, de la trama teatral, que de eso se trata toda la película: una serie de artilugios dramatúrgicos en este caso para mostrar al mundo la belleza de la música del compositor austriaco.

A la fecha, persiste la falsa idea de que Amadeus es una biopic, pero para nada. Es una pieza dramatúrgica nacida de un mito que creció en el siglo XVIII y que recogió en un drama en verso el constructor de la literatura rusa, Aleksandr Pushkin (1799-1837), acerca de un supuesto envenenamiento de Mozart de manos de Salieri, del que resultó muerto, y el móvil, según la leyenda, serían los celos de Salieri por la brillantez de Mozart.

Esa obra de teatro en verso, titulada Mozart y Salieri, se estrenó en Moscú en 1898 y, debido a su éxito, el célebre compositor Nikolai Rimsky-Kórsakov (1844-1908) compuso una ópera con el mismo título y tomó fragmentos del Réquiem y de Don Giovanni, de Mozart.

Esa ópera de don Rimsky todavía forma parte del repertorio ruso y de vez en cuando aparece en cartelera.

Mi querido maestro José Emilio Pacheco (1939-2014) publicó en Ediciones Era el texto de Pushkin con un prólogo suyo donde refiere momentos históricos notables, entre ellos, que el gran actor Konstantin Stanislavski (1863-1938), creador del Método Stanislavski, vigente a la fecha, interpretó a Salieri en más de una ocasión.

Al referirse a la película que hoy nos ocupa, Amadeus, el poeta José Emilio Pacheco narra así el deceso del músico: Los restos de Mozart se disiparon (el universo entero es su monumento, diría un epigramista griego).

Y es que en efecto, es una película de belleza estrujante, y cada espectador posee su propia versión de ella. Para mí, es el mejor retrato de Mozart, logrado por el extraordinario actor Tom Hulce, quien estudió la música de Mozart para lograr reproducir la encantadora carcajada del compositor que él mismo dejó escrita para la posteridad, en muchos pasajes de sus obras, en especial en el movimiento tercero de su Concierto 25 para piano, donde escuchamos claramente esa carcajada.

Dije el mejor retrato, no la mejor biografía, porque lo que narra Milos Forman, el director, es la ficción que escribió Pushkin y que retomó el dramaturgo británico Peter Shaffer en 1979 para escribir una brillantísima pieza teatral que estrenó en Londres y, al salir de una de las funciones, fue abordado por el cineasta checo Milos Forman para convencerlo de hacer película esa dramaturgia que mantenía al filo de la butaca al público.

La filmaron en Praga, donde Mozart vivió momentos muy felices e intensos de su vida, entre ellos los estrenos de sus obras más queridas y las fiestas con sus muchas amigas y sus muchos amigos y sus caminares solitarios en las madrugadas por las calles empedradas de esa ciudad que parece de juguete, saltando alegremente y echando al vuelo su blanca peluca y a lo lejos, en nuestro imaginario, vemos flotar en su danza los olanes de su casaca roja.

El Mozart del actor Tom Hulce es un prodigio y la Constanza de Elizabeth Berridge, en el papel de su esposa, es una celebración de la vida. De ahí tomó el Disquero la mejor manera de nombrar a Mozart: Volfi, porque así le decía de amor su amada: Volfi, no Guolfi, porque la W alemana se pronuncia V.

Y como todo premio es relativo, la Academia de los Óscares concedió todas sus estatuillas en 1984 a este prodigio de filme: mejores película, director, guión… pero, curiosamente, la de mejor actor no se la dieron, crasa injusticia, no a Tom Hulce, sino a F. Murry Abraham, quien interpreta al cizañoso Salieri.

En la realidad, el compositor italiano Antonio Salieri (1750-1825) era un experto en caramelos: un perito en dulce. No existe ninguna razón para decir que envidiaba a Mozart porque él era más famoso, más exitoso y más todo lo que no tuvo Mozart, salvo, claro está, la genialidad divina.

Lo divino. En realidad, la dramaturgia de Pushkin que recoge Shaffer que recoge Forman tiene como epicentro uno de los temas que ocuparon mentes ociosas (es un decir) durante muchas eras: el enfrentamiento con el dios cristiano. Si observamos con detenimiento, los intensos monólogos de Salieri en la película Amadeus son largos, rabiosos reclamos contra su dios. La envidia por Mozart era mero pretexto, igual pudo haber envidiado a otro.

Una vez desmontada la trama real, la anécdota deviene divertida: vemos en escena desplantes de caricatura de Salieri frente a las travesuras de Volfi en plena corte, en pleno podio dirigiendo el estreno de sus obras, en las fiestas tocando el piano acostado en el piso, riendo todo el tiempo a carcajadas.

Y entonces queda claro que sin la música de Mozart el filme Amadeus no sería lo que es: un homenaje a la obra de Volfi y es así como recomiendo la escucha del soundtrack de Amadeus. Ojo, hay varias opciones, la mejor es la que trae como portada el cartel de la película, el nombre de Peter Schaffer y sobre todo el nombre de sir Neville Marriner, experto en la música de Mozart, al frente de la Academy of Saint Martin in the Fields.

El primer track nos pone de lleno en la película: es el que utilizaron para el trailer y toda promoción del filme. Ese es Mozart: una mezcla de alegría con beneplácito con buen humor con libertad y, he ahí el secreto, con un halo mágico de misterio y esas dosis son las que convierten a Wolfangus Amadeus Muzartus (una de las maneras en que solía autonombrarse), como el músico favorito del Disquero, porque además, basta decir Mozart para que uno sonría.

Después de ponernos muy de buenas con ese primer episodio, que consiste en el primer movimiento, allegro con brio, de la Sinfonía 25 de Volfi, pasamos a un momento sublime: la escucha del movimiento lento, adagio, de la Serenata K. 361, conocida como Gran Partita, una de las músicas más hermosas de la historia, tan sencilla y noble y plena de ternura y de detalles y mohínes y signos del esplendor del alma, es decir, Mozart.

La sucesión de piezas en el soundtrack es espléndida: tiene una lógica dramatúrgica exacta. Asistimos a una celebración de la belleza, más que a la asociación de ideas con escenas del filme, fenómeno que ocurre con la escucha de los soundtrack comunes y corrientes. Además, los intérpretes son inmejorables, todos ellos especialistas en la música de Mozart, como es el caso del pianista Alfred Brendel, quien hace sonar el movimiento final del Concierto 22 y también participa en el track final del disco, junto a su colega Imogen Cooper, con el Rondó del impresionante Concierto para dos pianos de Volfi. O bien la soprano neozelandesa Kiri Te Kanawa, en un pasaje de La flauta mágica.

Por supuesto que en el soundtrack de Amadeus suena el Réquiem, pero no en la manera ominosa como requiere la dramaturgia del filme, sino en su atmósfera musical sin más, con el Introitus, como signo notorio de cómo la música que tuvo un origen religioso, se convierte en laica y habitante natural de las salas de concierto y ya no de las iglesias y su poder oscurantista.

La efeméride del filme Amadeus viene emparejada con la publicación de investigaciones que superan a las existentes, con el tema Mozart, como la publicación del excelente libro del compositor y musicólogo estadunidense Jan Swafford, quien tituló The Reign of Love (El reino del amor) su estudio de 810 páginas donde asistimos al derrumbe de mitos y hallazgo de elementos fundamentales para mejor apreciación de la música de Mozart, así como también la confirmación de nuestras intuiciones a partir de la mera escucha de la música de Volfi, entre ellas su alegría de vivir, su intensa y gozocísima vida sexual (la música de Mozart es, entre otras muchas virtudes, la expresión cabal de una vida sexual plena), su pasión por las cosas sencillas y todas esos detalles exquisitos que aumentan el placer de la escucha de su música.

Otro libro de publicación reciente es El Réquiem de Mozart: Una historia cultural, de Miguel Ángel Marín, que a su vez destroza mitos, demuele leyendas y pone en su lugar datos, verdades, situaciones y sobre todo elementos técnicos y documentales acerca de esa partitura en particular y del personaje en general: Volfi Mozart.

De manera que podemos disfrutar con alegría el volver a ver por vez enésima el filme Amadeus y antes o después, poner a sonar el soundtrack.

Veremos, en ambos casos, a un personaje que sonríe, canta a todo pulmón, baila y salta graciosamente sobre las calles empedradas, curvilíneas de Praga y en nuestro imaginario vemos con claridad en medio de la danza los pliegues de su casaca roja flotar como apariciones de hadas en el firmamento. Y en el momento de mayor felicidad que nos otorga su música, exclamaremos: ¡te amamos tanto, Volfi!

@PabloEspinosaB

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