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Los jóvenes y el bulevar
C

onversando con jóvenes de nuestra época, evocamos los desfiles y manifestaciones a los que asisten, sea por reivindicaciones políticas, sea por simple celebración.

La Technoparade, ruidosa kermés de música electrónica, la Gay Pride, verdadero carnaval con participantes vestidos de plumas y cubiertos de diamantina, las marchas y desfiles pasan, muy a menudo, por el bulevar Saint-Michel, cerca de donde habito. Veo multitud de jóvenes cantando, bailando o gritando eslóganes, aquí por la defensa de los derechos humanos, allá, por la defensa de la ecología, tal vez la causa que les produce más fervor.

Muchachas y muchachos de otra generación construyeron barricadas y desafiaron a la policía en el movimiento de mayo de 68 en París. El Barrio Latino fue el escenario de estos enfrentamientos y muchos de ellos se llevaron a cabo en el bulevar Saint-Michel y sus alrededores.

Entre los lemas más conocidos de 1968, se recuerda el que dice La beauté est dans la rue: La belleza está en la calle. Y, ¿por qué no? en el bulevar Saint-Michel. En el póster que representa este eslogan se ve a una joven, casi en levitación, sobre las rejas metálicas que protegen los árboles, lanzando un adoquín. Esas rejas fueron utilizadas en las batallas como escudos en los choques contra la policía.

Los nombres de otros jóvenes están escritos en placas conmemorativas a lo largo del bulevar. Se trata de los resistentes que perdieron la vida durante los combates de la liberación de París que conmemora su 80 aniversario este año. Leo las placas que recuerdan a esos combatientes: algunos perdieron la vida cuando contaban apenas 18 o 19 años.

Así, este eje que divide París del norte al sur, y que incluye al bulevar Sebastopol en el norte del Sena; al bulevar Saint-Michel y la avenida del General Leclerc, liberador de París, en el sur, es testigo y lugar de las vicisitudes y andanzas juveniles, a través de varias generaciones. El bulevar Saint-Michel es llamado con familiaridad Boul’Mich, apodo cariñoso otorgado a esta calle por los jóvenes de alguna época pasada.

A lo largo de esta arteria parisina, en la plaza de la Sorbona, los jóvenes se reúnen para tomar café o cerveza, después de sus clases en la histórica universidad. Se dan sus citas amorosas en la plaza Saint Michel, delante del Sena, bajo la sombra de la garigoleada fuente que representa al arcángel San Miguel matando al demonio. Frecuentan los minúsculos cines de películas viejas que pululan todavía en el barrio latino y que son una de las atracciones confidenciales del verdadero París. Cine italiano, japonés, español…, largas filas se forman en las entradas de esas salas y los chicos y las chicas abandonan momentáneamente sus redes sociales y Netflix para hacer un corto viaje en blanco y negro al pasado.

En la esquina del bulevar Saint Michel y la calle Soufflot está la plaza Edmond Rostand, autor de una de las piezas más populares del teatro francés, Cyrano de Bergerac. A través de esta plaza, los jóvenes acuden al jardín del Luxemburgo sobre todo en los meses de verano, los únicos en los que está permitido sentarse en el pasto. Ahí organizan picnics ante la mirada complaciente de los guardias del jardín que depende del Senado.

Cómo no recordar también a los jóvenes de mi generación. Otra época, otro país, tan diferentes y tan parecidos. Describí a mis contemporáneos de hace más de 50 años en México (Los jóvenes, Editorial Siglo XXI) como: jóvenes personas desconfiadas, individualistas y escépticas que se mueven cautelosamente en ambientes ajenos de los que se van apropiando cuidadosamente en un mundo ficticio y errado, esa utopía con raíces en un mundo real.

Los jóvenes que veo pasar por el bulevar Saint-Michel son otros, pero sus aspiraciones son las mismas de los muchachos de entonces.

Dejad que todo cambie para que todo siga igual, expresa sin cinismo, como una simple realidad, el clarividente Gatopardo de Lampedusa.