a estamos en septiembre, el mes patrio, con sus rituales de rigor: el Grito, el desfile, la iluminación alusiva, el pozole, los chiles en nogada, banderitas tricolores y... ¿las protagonistas?
Los varones son recordados en las arengas de la noche del 15 y además de los infaltables Hidalgo y etcétera, el resto son de acuerdo con el gusto personal del gobernante en turno.
Se suele incluir a un par de mujeres, sobre todo las muy conocidas Josefa Ortiz y Leona Vicario. En estos tiempos de igualdad entre los géneros, habría que reconocer a un número equitativo de los cientos de mujeres que realizaron hechos heroicos.
Hoy vamos a recordar a algunas poco conocidas, que tuvieron una actuación importante: Rita Pérez, oriunda de San Juan de los Lagos, se casó con el insurgente Pedro Moreno y participó en la guerra junto con su marido. Entre otros frentes, resistieron el sitio del fuerte del Cerro del Sombrero, donde se encargaba de cocinar y repartir la comida, así como de curar a los rebeldes lesionados en los combates. Por su entereza la apodaron La Generala.
Al ser tomado el fuerte por los realistas, los hombres lograron huir y las mujeres, entre ellas doña Rita –embarazada–, y sus hijos fueron detenidos. Las penalidades del encierro, el hambre y las enfermedades causaron la muerte de los dos más pequeños. En prisión recibió la noticia de la muerte de su hijo mayor y la ejecución de su querido esposo, a quien le cortaron la cabeza y la clavaron en una estaca junto al río de Lagos, para que sirviera de escarmiento. En su recuerdo la localidad se llama Lagos de Moreno. Al salir del encierro, con las dos hijas que le quedaban, regresó a San Juan de los Lagos, donde atendió un expendio de tortillas hasta su muerte.
María Manuela Molina, valerosa mujer a quien conocemos por el diario que llevaba el secretario de Morelos, Juan Nepomuceno, quien el 9 de abril de 1813 anotó: Llegó doña María Manuela Molina, india natural de Taxco, capitana titulada por la Suprema Junta. Esta mujer, llevada del fuego sagrado que inspira el amor de la patria, comenzó a hacer varios servicios a la nación, hasta llegar a acreditarse y levantar su compañía. Se ha hallado en siete batallas, y entusiasmada con el gran concepto que al señor Generalísimo le han acarreado sus victorias, hizo viaje de más de 100 leguas por conocerlo, expresando después de lograrlo que ya moriría gustosa aunque la despedazara una bomba de Acapulco; ojalá que la décima parte de los americanos tuviera los mismos sentimientos
. Falleció de las heridas recibidas en batalla.
Al inicio de la guerra insurgente, Antonia Nava, originaria de Tixtla, y su marido, Nicolás Catalán, se unieron a Morelos y estuvieron presentes cuando instauró el 13 de septiembre de 1813 el primer Congreso de Anáhuac. De ahí, Morelos se dirigió a Valladolid y dejó la custodia del Congreso, que se dirigía a Tlacotepec, a Víctor y Miguel Bravo, y los Catalán se fueron con ellos.
Enfrentaron a las fuerzas españolas y fueron derrotados; lograron escapar y continuaron la lucha con Bravo. Se fortificaron en el Cerro del Campo, donde fueron sitiados por los realistas. Tras 50 días de resistencia, hambrientos y desesperados, el general decidió que se sacrificara a uno de cada 10 soldados para que sirvieran de alimento y continuar en la lucha en tanto llegaban refuerzos.
Antonia Nava se ofreció para ser alimento de los combatientes y, para apoyar su decisión, sacó un puñal y lo llevó a su pecho. Bravo impidió su sacrificio, pero la acción animó a las mujeres, quienes armadas con machetes y palos decidieron salir amparadas en la noche lluviosa a intentar romper el cerco. Su acción envalentonó a los hombres, quienes se unieron y juntos lograron la hazaña.
Tiempo después, en la toma de Coyuca, mataron a su hijo Nicolás. En su homenaje, actualmente el pueblo se llama Coyuca de Catalán. Al enterarse el general Morelos de los sacrificios de Antonia, la llamó para darle consuelo. Ella se negó a recibir sus condolencias porque, afirmó, todo era para tener una patria libre, y le entregó los cuatro hijos que le quedaban para que fueran soldados. El menor no tenía edad para combatir, pero la madre aclaró: sirve para tambor
.
En recuerdo de las heroínas guerrerenses vamos a saborear el auténtico pozole de esa región en la pozolería Moctezuma, en un edificio en el número 12 de la calle de ese nombre, a unos pasos del Eje Central, casi enfrente de Garibaldi. Martes, jueves y sábados hay el verde, un lujo, y todos los días el blanco.