l predominio de la exultación y los exabruptos como forma de comunicarse desde el poder nos lleva a perder la capacidad para distinguir entre lo razonable y lo patético, entre las ocurrencias cotidianas y la atención de los problemas que conforman nuestra realidad. Todo parece diluirse, en especial, la diferencia entre haber ganado una elección y los desplantes bravucones y rencorosos como ejercicio del poder. Parecería que, parafraseando el diálogo entre Alicia y Humpty Dumpty, de lo que se trata es de que las palabras, los hechos y los dichos indiquen quién manda, como si eso fuese todo, ¿…verdad?
La presentación del Informe el pasado 1º de septiembre, el otrora duramente criticado y hasta denostado, no sin razones, Día del Presidente
, ha sido restaurada y maquillada con esmero presidencial: si ayer el marco para la presentación de lo hecho era el Congreso de la Unión, hoy lo es la plaza pública. Sin embargo, se mantiene en el exilio lo que en rigor es esencial para cualquier democracia: la disposición del jefe del Ejecutivo a someterse a ejercicios periódicos de evaluación y control de su desempeño como ocurre en otras democracias.
Muerta una práctica del poder, vuelta tradición nefasta por muchos años (la del hiperpresidencialismo), se quiere sustituir con la del Presidente-pueblo. Curiosa transmutación: cambian escenarios y se honra al pueblo sin cesar, pero se renuevan hasta lo grotesco el voluntarismo y protagonismo unipersonal. Encarnados por el Presidente.
Y su palabra es la ley: en medio de la gran asamblea celebratoria el 1º de septiembre aseguró: “Lo primero que hicimos fue reformar nuestra Constitución hasta donde se pudo (…) Ahora, afortunadamente, estamos viviendo en una auténtica democracia, construyendo una patria nueva.
“…empiezo a puntualizar lo que hemos hecho entre todas y todos (…) Mientras en los sexenios de Calderón y Peña Nieto cada mes se empobrecían 100 mil personas, en nuestro gobierno (…) de 2018 a 2022, según el Inegi, salieron de la pobreza 5 millones 100 mil personas, es decir, 5.6 por ciento, algo que no sucedía en más de 30 años (…)”. Y agregó: “Ya es una realidad en 23 estados el sistema de salud universal y gratuito (…) conocido como IMSS-Bienestar. Este sistema de salud pública ya es el más eficaz en el mundo (…) es mejor que en Dinamarca” (https://www.gob.mx/presidencia/articulos/version-estenografica-6-informe-de-gobierno).
Debe admitirse la bondad del aumento al salario mínimo y la reducción en el número de pobres; su impacto en los tejidos profundos de la sociedad es innegable, pero al mismo tiempo hay que reconocer que son indicadores que no recogen el desafío de su duración ni se hacen cargo de las señales negativas de la economía que el Presidente niega. El uso triunfalista de los datos conlleva el olvido del vía crucis cotidiano de miles de mexicanos en busca de movilidad que se torna tragedia cuando se busca atención médica.
Digámoslo: la economía no está bien: “el crecimiento acumulado en todo el sexenio sería de sólo 5 por ciento, lo que se traduce en una tasa anual promedio de 0.8 por ciento. La más baja desde los tiempos de Miguel de la Madrid (…) tendremos un decrecimiento del PIB per cápita en este sexenio de 0.5 por ciento, medido en pesos constantes. Bajo este parámetro, somos más pobres de lo que lo éramos hace seis años” (Enrique Quintana, “Un sexenio perdido… y lo que falta”, El Financiero, 29/8/24).
Además, el número de trabajos presumido no considera la brecha laboral, indicador necesario cuando queremos entender la gran cuestión del empleo; éste considera a quienes están ocupados, pero necesitan trabajar más horas (subocupados); a las personas que no buscan empleo, pero aceptarían uno si se les ofreciera (No activos Disponibles), y a los desempleados. En conjunto, para el segundo trimestre de este año, uno de cada seis mexicanos, fuerza laboral potencial, necesita trabajo, lo que señala que las necesidades de empleo son mayores que lo que indica el desempleo abierto.
Por otro lado, la llamada pobreza laboral sigue siendo un reto: 35 por ciento de la población trabajadora (más de 20 millones de mexicanos) no cubre el costo de una canasta alimentaria con sus ingresos.
México requiere, hay que reiterarlo, un nuevo curso de desarrollo; un dinamismo productivo que se traduzca en más y mejores empleos. De decidirnos, tendremos que asumir la urgencia de una política fiscal recaudatoria y redistributiva, con capacidad de reducir la desigualdad y reordenar el gasto público. Incrementar significativamente, con transparencia y rigor, las inversiones en salud y educación, ofreciendo servicios de calidad y consolidando un sistema nacional de cuidados.
No hay misterio ninguno, se trata de honrar los derechos consagrados en la Constitución y volverlos realidad y forma de convivencia. Alicia, ¿dónde estás?