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Los jardines colgantes
A

unque el título Los jardines colgantes (Janain mualaqua), coproducción Irak, Palestina, Egipto, Gran Bretaña y Arabia Saudita, pudiera evocar una seductora fábula oriental, en realidad sólo designa el nombre de una barriada miserable en las afueras de Bagdad. El protagonista de este primer largometraje de ficción del iraquí Ahmed Al-Daradji es un niño de 12 años, As’ad (Hussain Muhammad Jalil), quien junto con su hermano mayor Taha (Wissam Diyaa), se dedica a recolectar todo tipo de desperdicios en un gran basurero para luego revender lo rescatable al despótico líder de comerciantes informales Al Haji (Jawad Al Shakaji). Todo es reciclable en ese inmenso terreno insalubre en el que Taha y As’ad pasan la mitad de sus vidas, desde los plásticos y desechos industriales hasta las revistas pornográficas que son legión en un país musulmán donde la mujer es a tal punto invisibilizada que incluso en esta película se encuentra prácticamente ausente. Una sola presencia femenina despierta desde lejos la fantasía amorosa del hermano adulto Taha, pero debido a su precariedad económica siempre le será inaccesible, en particular para el matrimonio.

La vida de los dos hermanos transcurre en medio de la monotonía del entorno y en el diario afán por la supervivencia. Apenas algún hallazgo macabro romperá de tajo la rutina, como la aparición de algún cadáver infantil desechado en el basurero y del que es preciso deshacerse. Por ello, cuando el pequeño As’ad descubre en ese lugar una muñeca sexual estadunidense, invitadora y sonriente, capaz también de articular sonidos, su vida da un giro sorprendente. La muñeca se vuelve primero una valiosa compañía fetiche, y luego una mercancía sexual que él y su camarada de trabajo y juegos Amir (Akram Mazen Ali), promoverán entre jóvenes y adultos de la zona para una rápida satisfacción de unos cuantos minutos. No es un azar que su feliz propietario ponga a la muñeca el nombre de Salwah, que significa refugio o consuelo, y que su descubrimiento sea, providencialmente, una válvula de escape para las frustraciones y la insatisfacción colectiva de quienes a diario minimizan o vuelven inocua la presencia de mujeres reales en sus vidas.

De modo valiente e ingenioso, el director debutante señala los lamentables saldos de la invasión y dominio estadunidense, con su consiguiente imposición de modelos culturales de consumo ajenos en todo a las costumbres locales. Ciertamente, la cinta no enfatiza este fenómeno –muy anterior a la llegada de las tropas invasoras–, aunque sí describe cómo su poder de cautivar las mentes juveniles se ha vuelto avasallador. Lo más significativo en el guion, escrito por el cineasta en colaboración con la anglosajona Margaret Glover, es sin duda el señalamiento mordaz de la mujer objeto, fetichizada en una muñeca sexual, que brinda satisfacciones eróticas que a las mujeres de carne y hueso se les impide o prohíbe manifestar en todo momento.

De igual modo, el director ha elegido concentrar la atención en personajes infantiles con el propósito aparente de mostrar hasta qué punto los relatos juveniles que en Occidente se asocian a un proceso de madurez sentimental positiva, en países sometidos a la tiranía patriarcal tienden más a mostrar la perpetuación del prejuicio que a insinuar una auténtica liberación.

Se exhibe en la sala 9 de la Cineteca Nacional Xoco a las 17:30 horas.