n años ya lejanos la socialdemocracia (SD) rivalizó con el proyecto socialista mediante gobiernos que cedieron beneficios a la clase trabajadora y, en general, a los segmentos sociales dominados, con el propósito de aminorar el riesgo de que esos sectores fueran seducidos por la URSS y siguieran su proyecto. Al iniciar la década de 1990 terminó de caer ese primer proyecto de la humanidad que buscaba trascender al capitalismo, su explotación inefable y sus absurdos fetiches. Resultó que no era la vía, o el momento, o el lugar, o todo a la vez, y tan costoso proyecto, especialmente en vidas humanas, terminó en desastre. Aún nos falta un examen crítico sobre la vida y muerte de la URSS, que alcance consenso real y sirva como faro para visualizar un segundo intento, en términos del sujeto, las vías, los lugares, el proyecto.
La caída de la URSS conllevó por necesidad el declive, más lento y de modo menos perceptible, de la SD: perdió su razón de ser histórica. No casualmente, en la misma década fue implantado por Estados Unidos el capitalismo neoliberal por el mundo. La SD mudó el plumaje y completamente mareada, vistió la casaca neoliberal, y participó del festín de la desigualdad que llevó a los de arriba, más arriba. La izquierda socialista perdió su brújula política principal y, en todas partes, la correlación de fuerzas entre las clases viró contra los asalariados y los de abajo en general. Thomas Piketty y el World Inequality Lab han documentado con largueza la desigualdad agravada, consecuencia de la operación del capitalismo neoliberal.
Como en otros lugares, en México hay una izquierda anticapitalista, una izquierda reformista y una izquierda que piensa en la conjugación de ambas vertientes, sin postular que las reformas puedan ser parte de un proyecto anticapitalista. Por ahora, la izquierda reformista y su proyecto (Morena) posee el consenso de las mayorías. Las izquierdas apuntadas son potenciales compañeros de viaje, si un día encuentran espacios de confluencia. Al mismo tiempo, conforman una barrera antineoliberal aún sin coordinación y, por ello, algo frágil. Tienen frente a sí a la derecha neoliberal, que en México se compone del prianismo, los medios dominantes tradicionales, los adláteres académicos y tertulianos en los medios, el Poder Judicial; llamaré a este conjunto derecha prianista (DP).
Como en todas partes, las izquierdas en México están divididas, mientras las derechas viven bajo el lema todos para uno y uno para todos
. Las izquierdas viven entre divergencias ideológicas, las derechas viven unidas por los mismos intereses. De otra parte, la ultrederecha en México es hasta ahora marginal, una excepción en el conjunto latinoamericano y más allá.
Ajustando lo anterior al momento mexicano del presente: la DP está debilitada como nunca, porque su derrota política en 2018, refrendada con más fuerza en 2024, provocó una discordancia política entre la propia DP y los intereses neoliberales, es decir, los grandes capitales dominantes de las empresas industriales, comerciales y bancarias, nacionales y extranjeras. La DP sufrió la pérdida total de su proyecto político. Por ese motivo no tiene más discurso que la negación del tsunami de AMLO y el proyecto de Morena; así, no va a ninguna parte.
Después del primer ciclo de gobierno de la 4T y los resultados ampliamente lucrativos obtenidos por las empresas señaladas, el refrendo popular para el segundo ciclo marca probablemente la construcción en firme de un nuevo consenso interclasista. Si esto es así, caeteris paribus el consenso interclasista priísta posrevolucionario ha sido enterrado para siempre y la DP no tiene más futuro que la historia: hay 4T para un tiempo indeterminado. Por supuesto, como siempre, no hay nada automático ni dado en definitiva, todo pasa por la conciencia, el entendimiento y las decisiones políticas de los actores.
En el marco de las hipótesis anteriores quizá puedan desprenderse directrices para la actuación futura de Morena. Unas directrices para fortalecer el nuevo consenso, siempre mejorando la vida de quienes han estado dominados y mantenidos en niveles de pobreza inaceptables bajo la operación del viejo consenso. En el primer ciclo de la 4T ha quedado claro que la mejoría de los niveles de ingreso de los de abajo fueron a la par del crecimiento colosal de los beneficios de las grandes empresas: hay espacio más que suficiente para mejorar sustantivamente su nivel de vida y eliminar la pobreza.
La oposición política al nuevo consenso tendrá enormes dificultades para pergeñar un proyecto nacional con futuro; la DP no está en posibilidad de trazar uno; sólo veremos la negación impotente y la oposición a todo sin ton ni son, como ha venido ocurriendo.
Frente al desarrollo del nuevo consenso y la estructura de las tendencias internacionales actuales, la izquierda anticapitalista, y la izquierda reformista y anticapitalista, tienen un complejo y desafiante reto que no pueden sino abordar de frente y actuar en consecuencia.