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Aprender a Morir

Repararse y reparirse

Q

uien quedara huérfano hace 75 años y perdiera a su segunda esposa hace cinco, comprueba que esa gran maestra que es la vida le sigue enseñando un arte de vivir, de repararse y reparirse a diario, con el mismo ánimo y asombrado desafío con que dejara aquel internado franciscano para niños de la calle.

Incansable y animoso, a sus 83 años Alfonso Galindo atiende diariamente su restaurante típico Las Margaritas, en el barrio de Tlaxinacalpan, sobre la antigua carretera México-Querétaro, en Tepeji, Hidalgo, para lo cual supervisa su granja de productos hortícolas. Por las mañanas, de 5:30 a 7, lleva a cabo ejercicios fuertes, de 7 a 8 toma un baño de agua fría y un desayuno consistente en un licuado de fruta con avena, leche y miel. A partir de las 9, dos horas de oficina en el restaurante, luego a la granja hasta las 3 de la tarde, comida en el restaurante y en seguida a casa, aunque en ocasiones se queda a convivir con clientes y amigos social o empresarialmente importantes.

Cada 10 días va al pueblo de Nopala, Hidalgo, cerca de Huichapan, donde se surte de productos naturales limpios de químicos: carne de conejo, huevo, quesos, cremas, cordero, y está al pendiente del mantenimiento del restaurante, con amplio jardín, donde también le hace al carpintero, pintor, electricista y otros. En sus ratos de descanso se convierte en estupendo bolerista acompañado de su guitarra.

Ahora, Las Margaritas no es un restaurante más sino un sitio que refleja la personalidad y creatividad de su propietario. A sus amplias zonas verdes y original bar profusamente decorado con fotos de época, se añaden iluminados salones con sillas y mesas blancas y de otros colores fabricadas en Ixmiquilpan, así como una galería con retratos al óleo de mexicanos famosos. Desde luego, no hay música estridente que eche a perder el ambiente y sabotee el delicioso sabor de sus platillos, sino melodías que los enmarcan y resaltan. Galindo eligió Tepeji por su proximidad con la Ciudad de México y porque se trata de una ciudad de clima agradable, cabecera del municipio de Tepeji del Río de Ocampo –don Melchor no era oriundo del lugar, sino que ahí fue fusilado–, situada unos 80 kilómetros al norte de la Ciudad de México, con aproximadamente 40 mil habitantes, y en la actualidad centro industrial y de desarrollo urbano en ascenso, con gente amable y trabajadora. Como este incansable Alfonso, pues.