Entre vítores, el Informe del adiós
o miraban a él y luego buscan en los ojos de los otros algo que diera certeza a sus sentimientos. No se despedían del Presidente, sino de uno de ellos, de alguien con quien compartieron una y otra vez este Zócalo hoy irrepetible, entregado a una ceremonia del adiós que calaba.
Pocos atendían las palabras del Presidente, los logros de un sexenio que luchó con fiereza para enderezar el rumbo torcido, pero casi todos estaban pendientes de cada uno de los gestos, de los movimientos de Andrés Manuel López Obrador.
Y es que desde que cruzó por el dintel de la puerta de Palacio mostraba un gesto diferente a aquél de ¡ánimo!, ¡ánimo!
con el que acompaña las conferencias mañaneras, o la sonrisa y los brazos cruzados sobre el pecho con el que saluda a la gente en las giras de trabajo cada fin de semana.
Parecían más hondas las líneas de expresión sobre su cara y su paso, en el camino hacia el podio desde donde rindió cuentas, se notaba más lento, cansino.
Pero todos esos síntomas que parecían anunciar un episodio de dolor desaparecieron en cuanto se inició el discurso, y la sonrisa socarrona, esa con la que invita, se burla, exhibe y se acomoda a los momentos de intimidad con su pueblo , resurgió con mayor fuerza alimentada por el aplauso de los 25 mil que atestiguaron la ceremonia acomodados en el mismo número de sillas que llenaron la plaza, y otros, los más, de pie o sentados en las sillas portátiles que acarrearon quienes ya cuentan con experiencia en estos menesteres.
Así, en mil 448 páginas (22,2 MB, para los jóvenes) leídas al ritmo de López Obrador, supieron de la huella de la 4T en la vida del país, que después de estos seis años ya no será el mismo, ni por asomo.
Y una vez más se cercioró de que su decisión, la de sacudir al Poder Judicial para obligarlo a dejar de lado la corrupción y a estar de parte de la razón y la justicia, fuera compartida con la gente; pidió el respaldo de los reunidos para que con el brazo en alto dieran su visto bueno.
El apoyo se veía y se escuchaba y como nunca antes lanzó arengas a favor de su sucesora, Claudia Sheinbaum, quien cuando menos en un par de ocasiones tuvo que abandonar su silla para agradecer de pie al Presidente y a la gente el grito repetido de Presidenta-Presidenta que retumbó en la plaza corazón de México.
Los sentimientos de alegría y tristeza se alternaban en momentos breves. El aplauso y las lágrimas en un mismo instante mostraban esa mezcla emotiva casi imposible de lograr, pero que aquí se repetían una y otra vez.
Frente a ese inmenso cuadro al que calificaban como la neta
, alguien recordaba con cierto disgusto las escenas de falsedad que prodigaban algunos beneficiarios de la manipulación que ocurría mañana a mañana en la conferencia ofrecida por el Presidente. Gestores disfrazados de periodistas
lamentaban sin dejar de reconocer el esfuerzo de López Obrador por mantener a la gente informada.
Y luego el final. El Presidente caminaba ahora ágil, sí con la comisura de los labios caída, pero con el gesto firme que da el saber que el deber fue cumplido. La puerta de Palacio se cerró después de los honores a la bandera y ya no se miró al Presidente. ¿Todo había terminado?
Noooo. Ahí, al otro lado de la puerta que se cerró, Claudia Sheinbaum recibía abrazos, besos, saludos y reverencias. Peticiones constantes de parte de los políticos que se van y los que llegan de una foto y una promesa, porque el futuro espera.
De pasadita
El diputado federal Ricardo Monreal presumió un día antes de que se anunciara el fallo que la decisión del Tribunal Electoral de la Ciudad de México iría por anular la elección en la que perdió su hija.
El de Zacatecas, nunca oportuno, siempre oportunista y prepotente, ha echado abajo muchas negociaciones, y en una de esas hasta a su hija convierte en víctima, por eso ya no lo quieren como maestro en la universidad.