os cosas se pueden decir de la entrevista de Kamala Harris con la cadena televisiva CNN, desde su nominación como candidata a la presidencia por el Partido Demócrata. En primer lugar, su cautela, en momentos excesiva, al responder las preguntas que la conductora le hiciera, evitando tropiezos que pudieran comprometerla.
En segundo lugar, no se deslindó de la política del presidente Joe Biden, de la que en alguna medida fue corresponsable, aunque él fue en último término quien tomó las decisiones más trascendentes en su gobierno. En ese sentido, no cometió el error de Al Gore en 1996, quien durante su campaña para la presidencia hizo lo posible por deslindarse del mandatario estadunidense Bill Clinton quien en ese entonces había sido uno de los más populares de los últimos años.
Contrario a ello, Harris ha ponderado a Joe Biden como uno de los mejores presidentes de EU
, y ha dicho una y otra vez que su política no variará mucho de la del mandatario estadunidense.
Es precisamente una de las razones por lo que a Harris le ha costado ser específica en algunas de sus propuestas de campaña. Ambos, Biden y Harris, han tenido grandes dificultades para explicar, a quienes debieran ser sus aliados naturales, las razones por las que sus intenciones de beneficiar a las mayorías se han quedado a medio camino. Si bien muchas de ellas han sido boicoteadas por los republicanos, el hecho es que el actual gobierno no sólo no ha podido explicar algunas de sus decisiones a cabalidad pero, lo que es aún más grave, algunos de los beneficios prometidos no han cristalizado en favor de las mayorías.
Kamala Harris ha demostrado su capacidad para comunicar entusiasmo y esperanza, y su experiencia en el servicio público le permitió responder con aplomo y seguridad algunos cuestionamientos en la entrevista en CNN. La esencia y los detalles de la forma en que articulara muchos de ellos fue vaga y muy general, por ejemplo, cuando se le preguntó la forma en que superará el problema de la política migratoria. Tampoco fue explícita sobre la forma en que continuará apoyando la exitosa política salarial y de empleo que ha caracterizado al actual gobierno, ni los mecanismos que implementará para reducir los precios de los artículos de consumo básico. Se ha limitado a esbozar la posibilidad de un control de precios, aunque no ha insistido en ese propósito, porque parece estar consciente de las limitaciones y los riesgos de esa política.
Los cabos sueltos que dejó son varios y se verá obligada a atarlos en las semanas que median para que se celebren las elecciones. En unos días debatirá con Donald Trump y deberá ser más específica en sus propuestas, pero no para responderle al ex mandatario quien no tiene mucha idea de cómo se labora un programa de gobierno ni mucho menos como realizarlo. Tendrá que responder con mayor precisión a las preguntas que el público y los conductores del debate le planteen.
En sus intervenciones más recientes ha caído en contradicciones que le pueden ser costosas entre los propios demócratas que hoy la apoyan. Cito tres de ellos: la confusa forma en que se refirió a la posibilidad de continuar con el ignominioso muro de Trump, limitar la política de expandir el servicio médico para todos, y restablecer la explotación de petróleo mediante el método de fracking. Son tres importantes cuestiones en las que deberá definir y aclarar su posición para evitar inconsistencias que van más allá del pragmatismo a veces necesario en la política. Sus aclaraciones le permitirán consolidar la nimia ventaja que ha logrado sobre Trump.
No está claro cuánto durará la luna de miel con los electores, pero debe estar consciente que dicha ventaja no puede derivarse únicamente del temor que millones tienen sobre la posibilidad de que Trump regrese a la Casa Blanca. Además del aplomo que ha enseñado, también debe demostrar que tiene la capacidad para dirigir el destino de la que todavía es la nación más poderosa del orbe.