Opinión
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En el chopo

Antimateria y La Barranca

U

na dualidad intrínseca en La Barranca son la sonoridad musical y letrística: el ritmo llega directo a la entraña y las palabras crean, con facilidad, imágenes; así nos sucedió con el Alacrán, canción de su primer disco, publicado en 1996: Subiste a lo alto de la quebrada / Para tirar mi recuerdo al mar / No supe ser el que tú esperabas / yo sólo soy el que supo llegar /…/ cuando sentimos de repente / el aguijón del alacrán. Ahora, en 2024 con el lanzamiento de su álbum Antimateria, La Barranca nos conduce a sonidos más sutiles –algunos, arropados por una dotación de instrumentos de cuerdas–, pero igual de matadores, como cuando José Manuel Aguilera canta: Permanece intacta / La imagen que conserva de ti / grabada en mi retina / Como tatuaje de luz / De noche se ilumina / Y danza trepidante frente a mí. Son 10 cortes en Antimateria, producción donde participaron José Manuel Aguilera, voz y guitarra eléctrica; Ernick Romero, bajo y coros; Yann Zaragoza, sintetizador y Abraham Méndez, en la batería. Uno de los músicos invitados fue Jorge Chacón en la guitarra eléctrica y la sección de cuerdas. Antimateria ya circula en vinil, cedé y en todas las plataformas digitales. Será presentado el 27 de septiembre en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris.

Aquellos hoyos fonky

En la entrega pasada, comentamos el origen de los llamados hoyos fonky, espacios donde se realizaban las entonces llamadas tocadas de rock. Transcurrían los últimos años de la década de los 60 e iniciaban los 70, y en el norte del entonces DF, el rock en vivo casi no existía. Fue así como surgieron lugares como el salón de fiestas llamado Petunias que, por cuestiones rocanroleras, cambió su nombre a Chicago; el recinto estaba en Felipe Villanueva 185, colonia Peralvillo; otro lugar para la chaviza era el Blow Upm, ubicado en Montevideo, esquina Trujillo, Lindavista; producciones Mandril hizo tocadas en diferentes lugares, entre ellos en Ponciano Arriaga en el auditorio de los ferrocarrileros y un hoyo conocido como el Taconazo estaba en Gante y 16 de septiembre; el Mustang, en un taller de avenida Talismán. Uno de los más gruesos fue el Maya, en la calle de Pelícanos, colonia Granjas. En los carteles casi siempre aparecían Bandido, Javier Bátiz, Love Army, Three Souls In My Mind, Dug Dugs, El Ritual, Peace and Love, La Orgía, Los Clovers. Ese fue el inicio de esos seminales templos, convertidos después en artífices de carreras de agrupaciones que ahora tocan en estadios, teatros y cómodos auditorios. Y como complemento, rescatamos un nombre: Champagne a Gogó, antro donde tocaron casi todos los grupos mencionados, pero al cual los chavos norteños/citadinos no tenían acceso por exceso de carencia de monedas. Ah, el Champaña estaba en Jesús Terán, allá por el Monumento a la Revolución. PD: las piedras rodando se encuentran: Jaime López y Alejandro Lora se topan para hacer una rola avandareñamente memoriosa al estilo lopíztico: Nos quedamos eléctricos/en un rock cuadrapléjico; así, se unirán dos voces blindadas por sus largos recorridos en los abruptos caminos del rock mexicano. Chido por este par de roladores de tiempo completo. Salú.