Opinión
Ver día anteriorMiércoles 28 de agosto de 2024Ediciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Lejos en el tiempo
A

rmando Brito (Cuernavaca, Morelos, 1954) encontró el camino correcto a los 14 años de edad, cuando mojó por primera vez el pincel en el color para hacer un rótulo por encargo. Se dio cuenta de que a través de la pintura podía curarse y no a los demás. Es el menor de cuatro hermanos, creció entre hojas de pápalo, cacahuates y todo lo que se siembra en el campo de la Sierra de Guerrero. No hay que decir frío, aunque te cobije el hielo, le decía su padre, Reynaldo Brito, espantador de pájaros en las cosechas. Hombre feliz, héroe y alma secreta para Armando.

Durante su infancia y juventud, Armando Brito vivió en distintos domicilios entre Morelos y Guerrero, debido a la cuestión económica que aquejaba a su familia. Ante los constantes cambios, le invadió una profunda tristeza que le afectó emocionalmente. Cursó sus estudios en escuelas públicas del estado de Morelos, donde su padre fue trabajador de la construcción y su madre costurera.

Armando decidió su futuro como pintor, acompañado invariablemente de dos sillas, una cama, un petate y una mesa rústica que siempre tuvo encima papel, lápices, crayones y plumillas para dibujar cuando llegaba la noche luego de largas jornadas de trabajo como dibujante en Difusión Cultural de la Secretaría de Educación Pública en Cuernavaca.

Persiguió el sueño de convertirse en artista. A los 27 años de edad contrajo matrimonio con una joven de Delaware, Estados Unidos, con quien procreó dos hijas, Camille Beatriz y Renata. Anduvo entre Filadelfia, Nueva York y Washington y vivió 10 años en Delaware, donde visitó los museos más importantes del mundo. Vio por primera vez cuadros de Paul Gaugin, Amadeo Modigliani y Las señoritas de Avignon, de Pablo Picasso.

Como un mexicano más que quiere sobrevivir en Estados Unidos, trató de pasar desapercibido, trabajó de jardinero podando el césped en residencias y realizó jornadas de ocho horas diarias lavando platos, vasos y cubiertos en restaurantes, bares y tabernas, lo que le provocó la suficiente frustración para convertir la pintura en un oficio.

Tras aplicar por segunda vez a la Bienal de Pintura y Dibujo del Museo de Arte Contemporáneo de Wilmington, en Delaware, en 1991 dos de sus obras fueron seleccionadas y en 1995 recibió mención honorífica en la sexta Bienal de Dibujo y Grabado Diego Rivera en Monterrey, Nuevo León.

Brito desarrolló poco a poco un lenguaje que le dio el reconocimiento del público y críticos dentro y fuera de México. A través de la amistad y talleres con artistas como Gilberto Aceves Navarro, Norman Thomas y especialmente Roger von Gunten, quien significa mucho como pintor en la vida del artista. La obra de Brito ha sido expuesta en galerías y museos, entre los que destacan el Museo Franz Mayer, el Museo José Luis Cuevas, Estación Indianilla, así como el Museo de Arte Contemporáneo Juan Soriano, donde el próximo 30 de agosto participará en la exposición colectiva Entre los arboles: 100 artistas de Morelos. En el extranjero ha expuesto en galerías de Texas, Los Ángeles, Filadelfia, en Estados Unidos, además de ciudades de Suiza y Francia.

Roger von Gunten escribió sobre la obra de Brito: Érase una vez un presente tan lejano que ni el tiempo ni el espacio significaban para su futuro. En ese presente mítico-poético parecen arraigarse los cuadros de Armando Brito; en ningún momento como remembranza y nostalgia, sino como vivencias actuales renacidas aquí y ahora y transmitidas con vigor y belleza, lejos en el tiempo.

Brito logró cumplir el compromiso que se propuso de niño: hacer una casa para su madre, Beatriz Salgado. Actualmente vive en Morelos y comparte la vida con la ceramista Esther Téllez. Con el color adentro de sus ojos, grandes recursos pictóricos y un presente lejano, Armando Brito, sin perseguir el sueño americano, realizó su propio sueño: se convirtió en artista.