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La verdadera vocación de Tatiana
E

n el sitio de Piedras Negras, Guatemala, estuvo la ciudad maya más grande de la región del Usumacinta, Yokib’, que significa abertura o entrada. A orillas del gran río, cuenta con un cenote tan hondo que resulta inaccesible, y tal vez determinó su fundación. Nunca el continente maya tuvo una puerta al Inframundo más monumental y sobrecogedora que este abismo sin nombre. El lugar dio asiento a cazadores, navegantes y agricultores ya un milenio antes de Cristo, y con el tiempo produjo los artistas de mayor refinamiento en el periodo Clásico, según se deduce, pese al saqueo, de estelas, frisos y esculturas; su influencia plástica alcanzó a Lakamhá (Palenque), la enemiga Tikal, Yaxchilán, Bonampak y Calakmul. Vecina de la planicie de Tabasco, su ubicación sobre la ribera occidental del río fue estratégica para disputar y dominar comercio y territorios en torno a la avenida fluvial que recibe su nombre de ozomatli, mono, en náhuatl.

Las edificaciones preclásicas de Yokib’ datan de los años 500 a 200 aC, y se localizan próximas al río. La ciudad clásica, cuyo esplendor ocurrió en los siglos VII y VIII de nuestra era, fue edificada dos veces. Tan lejos en el tiempo las ciudades del Clásico maya, y tantos siglos abandonadas e ignoradas, han servido de madriguera a jaguares, serpientes, coatíes y sapos en este suelo que desdeñan el mono araña y el saraguato. Nada que no sea piedra sobrevivió a la selva de los siglos. Lo poco que se conoce fue escrito en lápidas, estelas, altares, fachadas.

El primer moderno que la visitó, hacia 1895, fue un viejo seguidor de Maximiliano I de México, el fotógrafo y explorador italo-alemán naturalizado austriaco Teoberto Maler. Y fue en las piedras de Piedras Negras y Yaxchilán donde la joven dibujante Tatiana Proskouriakoff descifró por vez primera la escritura maya en los años 30 del siglo XX. En la década de 1980 sirvió de escondite a la guerrilla guatemalteca. Yokib’ lleva mil 200 años enterrada en un confín del Petén llamado Sierra del Lacandón. Cuando visité el sitio, hacia 2016, permanecía cerrado a la exploración y sólo era accesible por el mismo río que propició aquí dos milenios de civilización ardiente.

Tatiana nació en Tomsk, Siberia, en 1909. Su padre, ingeniero, trabajaba en la administración zarista, y en 1915, en plena guerra europea, fue enviado a Filadelfia para encargarse del armamento para el zar. Ella, de seis años, casi muere de difteria en el barco atrapado en el hielo y vuelve a tierra con su madre médica. Alcanzarán al padre en 1916. Un año después estalla la revolución soviética y la familia corta lazos con Rusia.

A Tatiana se le da por dibujar edificios, esculturas, altorrelieves. Estudiante de arquitectura, en 1930 comienza a trazar ejercicios en el Museo Universitario de Filadelfia. La descubre el arqueólogo Linton Satterthwaite y la incluye, sin sueldo, en una expedición a Palenque y Piedras Negras en 1936. Vuelve en 1937. Ha descubierto qué hará el resto de su vida.

En la selva inhóspita, equipados los arqueólogos con un trenecito verde cuya ruina sigue ahí, a la única mujer del grupo la asedian los atroces mosquitos, pero resiste como las piedras que la hipnotizan. Decide para siempre sus nupcias con inscripciones, estelas y signos. Contra las concepciones en boga, descubre que en las piedras no sólo hablan dioses y astros, sino personas reales que existieron, e inicia la demolición de las ideas románticas del mayista Eric Thompson. Aún no se ha descubierto Bonampak.

Según Simon Martin, curador del Museo Penn, Thompson, gran estudioso de los códices mayas, creía que, al no haber información histórica en los textos, los mayas habían sido una civilización, si no la única del mundo antiguo, que carecía de este tipo de registros y que además no eran sociedades bélicas. Tenía la idea de que se trataba de una sociedad pacifista, la única del mundo antiguo cuya única preocupación era el estudio de los astros y del cosmos. Proskouriakoff demuestra la existencia de registros históricos, y que gran parte de estos textos, como sabemos ahora, narran conflictos bélicos entre entidades políticas del mundo maya.

Arqueóloga por accidente, se convierte en importante mayista dibujando los sitios del clásico y el posclásico. En 1946 publica An Album of Maya Architecture; en 1950, A Study of Classic Maya Sculpture, obra colosal, sorprendente, el estudio más completo que conocemos hasta la fecha, según Octavio Esparza, investigador del Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Nunca se casó. Entregada a lo que las piedras mayas llevan diciendo hace siglos, allanó el camino para que el lingüista soviético Yuri Knorosov descubriera desde Rusia cómo funcionaba el sistema de signos para traducirlos.

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Las estelas que quedan de K’inich Yo’nal Ak el Primero, del Segundo y otros más hasta el Señor Número Siete dieron indicios a Tatiana para pinzar de un ala la hebra de Ariadna y despertar la palabra encadenada al fondo del laberinto de la selva. Proskouriakoff y sus cuentas yacen en estas ruinas. Sobre una pálida tablilla calcárea, unos colegas grabaron su nombre y sus fechas a pocos pasos del sacbé que aquí comienza y debió ser un hermoso camino blanco y plano, hospitalario para la aventura y la buena ventura, como relataría el Chilam Balam futuro, ya en el atroz nuevo mundo.