or todas partes, en cualquier país y bajo cualquier circunstancia social o política, enfrentamos –toda la población mundial– amenazas constantes de inestabilidad personal y colectiva. Una etapa de paz legítima y constructiva para nuestras familias, nuestros grupos de trabajo o círculos de actividades cotidianas parece estar muy distante.
La población mundial debería estar lejos de continuar con las guerras fratricidas. Si alcanzáramos una etapa de alto total al belicismo, estaríamos entrando a un renacimiento sugestivo y convincente a favor de la raza humana.
La aseveración anterior no quiere decir que no hayan existido episodios de la historia donde, pese al uso de las armas, el objetivo no haya sido un intento por eliminar la destrucción del propio ser humano, visto éste como enemigo eterno a vencer.
No obstante, esta nueva era de reconstrucción humana a la que convocamos podría estar más cerca de lo que creemos. Hemos leído algunos artículos con argumentos geopolíticos creíbles, aunque profundamente devastadores por su carácter catastrofista. Y otros tantos que, más bien, son distractores para que la opinión pública haga a un lado el tema de la invasión israelí en territorio palestino, con la cuota de víctimas mortales correspondiente.
Y aunque se supone que están llegando a un acuerdo las fuerzas armadas de Hamas y el ejército de Netanyahu, hasta el momento no se ha presentado una propuesta de fondo basada en la justicia quebrantada por los agresores originales; es decir, por aquellos que argumentaron rescatar la tierra prometida, no importando si ésta ya pertenecía a un dueño: el pueblo palestino, incluido el sector judío.
Ya perdimos la cuenta de las publicaciones en este espacio de La Jornada donde hemos expresado nuestra opinión para hacer un llamado más para detener el exterminio del pueblo palestino.
La liberación de varias personas rehenes es un esfuerzo por parte del grupo Hamas; sin embargo, no existe ninguna señal por parte del ejército sionista para detener el conflicto. Netanyahu ya ha sido condenado por la opinión internacional, éste debe poner un alto a la mortandad de víctimas. Recordemos que los afectados son de ambos lados: Palestina e Israel.
Son innumerables las agencias de noticias de todo el mundo que informan de nuevos ataques y nuevas víctimas mortales. Prensa Latina informó que ayer la aviación del ejército sionista causó más pérdidas civiles.
La pregunta al primer ministro israelí es si, según su criterio, negociar quiere decir tratar de llegar a un acuerdo de paz mientras sigue matando gente.
Sabemos que las balas no son el único motivo de las muertes, también lo son los derrumbes causados por las bombas potentes que, discrecionalmente, envían contra la población árabe. Los decesos no son causados únicamente por las heridas, intervienen también la falta de atención médica urgente, falta de equipo, agua y alimentos. Los equipos de rescate no se dan abasto y también sufren las mismas consecuencias. La muerte es una amenaza diaria. Nadie, en su sano juicio, es capaz de generar tanto sufrimiento a su propia especie. ¿Qué población soporta, con todas sus consecuencias, un terremoto diario de 6 grados Richter?
De acuerdo con el esquema de ataques en la franja de Gaza, la tragedia continuará porque así lo tienen planificado los estrategas israelíes; los ataques selectos así lo indican; el incumplimiento de las treguas lo está demostrando.
La solicitud y exigencia de reparación del daño físico y emocional a la destrucción de Gaza no será suficiente. El daño va a perdurar por muchos años. Un ejemplo de ello es el de la propia población judía reprimida brutalmente por los nazis.
Hasta la fecha, el terror fascista que sufrió la gente de varios países, especialmente aquellos con asentamientos judíos, sigue utilizándose como capital político. Cada vez que se presenta la oportunidad, el Holocausto sirve como bandera para exigir justicia
para el pueblo israelí. Chantaje, o no, sería insensible de nuestra parte desacreditar esa etapa de horror ocasionada por la irracionalidad.
Sacerdotes, rabinos, maestros y diversos propagadores de la palabra –o verbo divino– hoy brillan por su ausencia. Sería muy positivo que levantaran su voz para decir basta a este increíble holocausto sionista del siglo XXI.
Colaboró Ruxi Mendieta