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¿La fiesta en paz?

Primera como novillada en la Plaza México // Triunfa el expresivo César Ruiz ante un discreto encierro de Barralva

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▲ Vista de la Plaza de Toros México.Foto Jorge Ángel Pablo García
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itoteros somos y cualquier pretexto aprovechamos para celebrar, trátese de bautizos, elecciones, reiterados ridículos de la selección mexicana de futbol, triunfos aislados de deportistas talentosos o de la novillada inaugural de un nuevo serial en la Monumental Plaza de toros muerta, antes México, como dejó dicho el inolvidable cronista Lumbrera Chico.

En materia taurina no andamos mejor que en otras materias y a falta de un manejo atractivo de opciones, sean racionales o animales, la apuesta por recursos mercadotécnicos tan importados como falsificados es el último recurso de que dispone un monopolio poderoso pero escaso de imaginación para mantener con vida una tradición taurina con 500 años en los próximos dos años.

La empresa convocó a una especie de pamplonada o arte de correr delante de la corrida que se lidia por la tarde, pero anticipando las emociones que brindaría en las siguientes dos horas aceptó a tres centenares de audaces corredores para dejarse perseguir por una manada de utreros en los mismísimos pasillos del monumental coso. Fue un vistoso recorrido en el que afortunadamente nadie resultó herido.

Luego, con unos tendidos albirrojos, rebosantes de unos seis mil espectadores vestidos de blanco con pañuelos carmesíes anudados al cuello, dio comienzo un festejo en el que hicieron el paseíllo los jóvenes mexicanos Julián Garibay, con una novillada toreada en lo que va del año, Emiliano Ortega, con dos, y el relegado César Ruiz, con una. Lo dicho: en México los toreros no se hacen toreando sino haciendo antesalas en las empresas y en ocasionales tentaderos.

Decía que el ganado corrido en la pamplonada anticipaba lo que veríamos en seguida: una moruchada del hierro queretano de Barralva, que lo mismo puede enviar a este escenario el encierro mejor presentado de muchas temporadas que seis ejemplares escurridos de carnes y, salvo los tres primeros, de una sosería notable cuya bravura casi se agotó en la suerte de varas.

Clonados, oficiosos y sin expresión anduvieron toda la tarde Garibay y Ortega, pegando muletazos con voluntad pero sin idea, suponiendo que el toreo es intentar hacer que lograr decir. Un benévolo silencio acompañó sus respectivas actuaciones, en tanto que el hidrocálido César Ruiz derrochaba celo y sello desde que de rodillas se abrió de capa con su primero, un cardenito claro entrepelado, en el tercio y en los medios. Tras una vara en la que el novillo recargó, César ofreció al público una espectacular actuación con dos pares de banderillas, uno al violín y otro al cuarteo en el mismo viaje, y uno de cortas en tablas en el que fue estrellado, empujándose habilidosamente de estas para lograr salir del trance. Obvio decirlo: la gente se volvió loca. Luego de un increíble trasteo en los medios por ambos lados a un astado soso y semiparado, coronado con sanjuaneras, César Ruiz dejó una estocada delantera y un descabello fulminante que hicieron que la gente exigiera una oreja de mucho peso. Incluso le anudaron al cuello un pañuelo rojo antes de iniciar la triunfal vuelta al ruedo. Su primera novillada en la Plaza México, su primera oreja en ese escenario, luego de meses postergado por voluntariosos criterios. Hay productos, pero no hay voluntad de aprovecharlos y confrontarlos. La fiesta se hace de otra manera.

Con el cierraplaza, César Ruiz dejó tres precisos faroles en los medios antes de que un picador inutilizara al astado. Lo sustituyó uno de Marrón, berrendo aparejado, al que adornó con tres emocionantes pares. Luego vinieron derechazos y naturales imposibles a un astado de increíble sosería, manoletinas quietas, medios pases por bajo para fijarlo y dejar una entera algo tendida, nuevo viaje, nueva estocada, aviso y preciso descabello sin puntilla. ¿Alguien será capaz de aprovechar a este pedazo de torero?