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¿La fiesta en paz?

Carta al presidente constitucional de Colombia

I

ncansable Gustavo Petro: Disculpará usted este trato inicial, pero no sé de otro ex guerrillero que haya llegado a la Presidencia de su país por la vía democrática. Esa convicción suya de haber sabido modificar sus empeños por una Colombia más justa e incorporarse a una institucionalidad no por viciada menos operante, refleja demasiados esfuerzos, cansancios y revisión de actitudes en su convencida apuesta por los derechos de su pueblo, tan animoso y alegre como explotado, al igual que el resto de nuestra América Latina.

Sus empeños por construir una paz duradera a partir del diálogo honesto y del acercamiento desprejuiciado a las mayorías, su lucha contra la corrupción –ese mal endémico de nuestro continente encubierto, como lo llamara el maestro colombiano Germán Arciniegas–, su defensa indeclinable de una ecología con calidad y su combate a un neoliberalismo nefasto beneficiario de unos cuantos en perjuicio del grueso de la gente, hacen de usted un mandatario de avanzada, progresista y sensible, opuesto a oligarquías y voluntarismos.

Excluida la ciudadanía de la toma de decisiones de realidades que le competen, han sido múltiples los disfraces adoptados por los oligarcas, desde el barniz de una falsa democracia hasta el manejo colonizado y clasista de tradiciones centenarias de fuerte arraigo popular, entre otras la taurina. Así, desde que ocupó usted la alcaldía de Bogotá hizo público su antitaurinismo con una abierta oposición al llamado maltrato animal, más su implícito rechazo a la gestión de la fiesta de toros en el país, harto de postraciones e indignidades de una élite sin autoestima, incapaz de promover expresiones de colombianidad por los ruedos del mundo.

Emulando, quizá sin proponérselo, a sus colegas Hugo Chávez, de Venezuela, y Rafael Correa, de Ecuador, se inclinó por la clausura del inmueble taurino de la ciudad capital en vez de regular una industria que, hace décadas, exige ser reglamentada en beneficio del público aficionado, del toro de lidia y de sus posibilidades identitarias. Sus beneficiarios sólo invocan la generación de empleos y la considerable derrama económica de ferias y festejos, soslayando la notable falta de exponentes nacionales de nivel internacional, hasta generar la frase: Por aquellos rincones, la fiesta sigue hecha girones, en alusión a los escasos césares del toreo sudamericano.

¿Qué soluciones sociales aportó la conversión de la plaza Nuevo Circo de Caracas en centro cultural y la clausura como escenario taurino de la Plaza Monumental de Quito? Salvo haberle hecho el juego al pensamiento único anglosajón y al Consenso de Washington y sus siniestras condiciones, ninguna. Pretendiendo beneficiar a la sociedad, estos mandatarios cancelaron la postergada posibilidad de ofrecer figuras nacionales de nivel internacional y de reivindicar, en serio, sus respectivas tradiciones, afectando la producción de ganado de lidia.

¿Por qué ya no han surgido nuevos Girones ni Rincones en sus respectivos países? Por la falta de una regulación sustentada, eficiente y puntual de la actividad taurina por parte del gobierno. Ha sido una tradición en manos de oligarcas acomplejados importadores de figuras españolas como única opción de supervivencia de una fiesta cuyos sectores han aceptado dócilmente la presencia de figuras europeas como oferta de espectáculo. Pero regular con bases, no prohibir sin ellas, presidente, es una manera empática y democrática de servir a amplios sectores de la sociedad. Deseándole éxitos continuados en sus importantes tareas en beneficio del pueblo colombiano, lo saludo cordialmente.