l mercado Abelardo L. Rodríguez, en las entrañas del Centro Histórico, es uno de los mejores ejemplos del sentimiento nacionalista que surgió con la Revolución Mexicana, que entre sus manifestaciones buscaba llevar la cultura al pueblo y lograr una plena integración de las raíces prehispánicas y españolas. Una expresión relevante de estas ideas se dio en el muralismo mexicano que cubrió las paredes de los edificios públicos.
Aquí se buscó que la obra de arte fuera parte integral del espacio y, efectivamente, los puestos de verduras, frutas y abarrotes conviven con los murales de artistas como Pedro Rendón, Pablo O’ Higgins, Ángel Bracho, Antonio Pujol, Raúl Gamboa, Ramón Alva Guadarrama y Miguel Tzab Trejo.
Noticias del renovador movimiento que se expresaba en el muralismo llegaron a Estados Unidos y atrajeron a artistas como las hermanas Grace y Marión Greenwood, quienes pintaron los muros de las escaleras. Asimismo, cautivaron al que habría de convertirse en famoso escultor internacional, el japonés-estadunidense Isamu Noguchi, quien realizó un extraordinario altorrelieve en la actual guardería, integrando la enorme obra a la arquitectura. Un trabajo excepcional que representa el triunfo de la clase obrera sobre el fascismo.
En su biografía se menciona: En los años 30 se dedicó a hacer obras monumentales de arte público; la primera fue en la Ciudad de México, donde pasó siete meses creando un enorme friso escultórico en altorrelieve de 22 metros para el mercado Abelardo L. Rodríguez, que narra la historia de México con una perspectiva claramente izquierdista
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En reciente viaje a la ciudad de Nueva York, visitamos el museo Jardín Izamu Noguchi, en la zona de Brooklyn, ubicado en el sitio donde tuvo su estudio. De una gran simplicidad, muestra sus obras –armónicas y bellas– realizadas en diferentes piedras cada una con un lenguaje distinto, que materializan el sueño del final de su vida: un tipo de escultura que estructurara el espacio en el que vivimos, conectándonos con la tierra y la naturaleza y proporcionándonos una base sobre la que construir valores sociales positivos.
Volviendo al mercado, éste se concibió como un centro cultural donde tanto comerciantes como compradores tuvieran a la mano los bienes culturales, por lo que el edificio cuenta con una biblioteca, una escuela de artes manuales y un teatro que se bautizó como Teatro del Pueblo. Tiene una original decoración que combina formas neocoloniales con art decó, que en madera y espejos conciertan una maravillosa profusión de reflejos. La decoración pictórica es de Roberto Montenegro, quien plasmó la esencia del mundo artesanal mexicano.
La idea era excelente, el infortunio fue que para hacer el mercado se destruyó el hermoso edificio que albergaba al Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo; sólo se salvaron unos arcos que se incorporaron a la nueva construcción. Lo diseñó el arquitecto Antonio F. Muñoz en 1935, aprovechando la prolongación de la calle República de Venezuela.
Como muchas edificaciones de esa época, incorpora varios estilos: en la fachada principal prevalece el estilo neocolonial, que buscaba recuperar la arquitectura barroca, aunque también aparecen elementos del estilo funcionalista, de moda en Europa en esos años. Así, vemos portales, loggias y ventanas circulares llamadas ojo de buey, característicos del estilo barroco, maridarse con el concreto y acero de las sobrias formas del funcionalismo y una que otra moldura y herrería de influencia francesa.
La concepción de este mercado que integra arte, libros, música y teatro es realmente revolucionario y refleja una época de México en que había una mística nacionalista que dio vida a grandes proyectos.
El mercado se encuentra en las calles República de Venezuela y Rodríguez Puebla, muy cerca del Templo Mayor y de la librería Porrúa, donde el restaurante El Mayor ocupa el último piso. Tiene una generosa terraza con una vista espectacular del templo mexica, el Palacio del Marqués del Apartado y la Catedral Metropolitana.
La comida mexicana es excelente; les comparto algunos de mis platillos favoritos: de inicio, perejil frito al limón y molotes de plátano macho con longaniza bañados con mole poblano. Imperdibles la ensalada mexicana al cilantro, huachinango a la veracruzana y camarones al pibil; de postre, sorbete con tequila –ligerito– o crepas con cajeta.