urante la revolución liberista, como solía llamarla el gran Bobbio, se insistía en volver a lo básico
. Y para los augures de la imparable llegada de lo moderno, eso simplemente quería decir implantar el intercambio como máximo y prácticamente único criterio de evaluación: la entronización del mercado como nuevo Dios.
A medida que avanzaba la hiperglobalización, dicho culto se extendió a la política y hasta a los hábitos y reflejos individuales, la moral y la conducta. Se avizoraba un nuevo orden mundial, articulado por el mercado mundial unificado y coronado por una democracia representativa respetuosa, se decía, con la protección a los derechos humanos. Un nuevo orden, resuelta la gran querella cuasi nuclear de la guerra fría. Y desplomado el comunismo soviético.
Poco a poco, a veces dolorosamente, volver a los básico
empezó a revisarse, entre otras razones porque los mercados realmente existentes no rinden los frutos prometidos en ingresos, ocupación e igualdad, y los estados, acosados o de plano achicados por los revolucionarios neoliberales, se ven cada vez más recortados y limitados.
Se fue implantando una suerte de reino sucedáneo que ahora busca nombre y domicilio. Tenemos que revisitar otras preguntas básicas: adónde ir y cómo; a qué ritmo; sobre cuál coalición política y social. La democracia tendría que avenirse a nuevas exigencias de las bases a las que supuestamente se debía, porque todo el régimen edificado después de la caída del comunismo corría el peligro de desplomarse en una superdepresión, más dañina y nociva para la economía y la sociedad que aquella tan temida de los años 30 del siglo pasado.
No eran pocas las señales de que las cosas no iban, y no van, como se presumía y que el malestar en la democracia, que tan bien se estudió en su momento, amenaza trocarse en malestar con la democracia. No por generación espontánea pululan ya por todo el globo los nuevos profetas: unos en las presidencias, como Milei, y otros en partidos como el VOX y similares, ¿cómo el PAN?
De nuevo, estamos en peligro, sin agregar las circunstancias hasta hace poco vistas como profecías catastrofistas y ahora vueltas realidades ominosas como el cambio climático y el desastre prácticamente global de la biodiversidad, del que, por cierto, entre nosotros han alertado de tiempo atrás los científicos dirigidos por José Sarukhán y agredidos bárbaramente por el Presidente y su gobierno. Hagamos votos porque el nuevo gobierno recupere la Conabio y nos reivindique ante una opinión pública global, académica y científica, que reclama tan estrepitosa e injustificada pérdida.
Complejo e interdependiente, extremoso, es el contexto que encara y tendrá que asumir el nuevo grupo que ahora busca conformar de la mejor manera la virtual presidenta electa Claudia Sheinbaum y sus cercanos colaboradores, destacadamente Juan Ramón de la Fuente. Rebelarse a la terca negación de la realidad y reconocerla: una economía que apenas crece y no genera los empleos socialmente necesarios; una política sin genuinas organizaciones ciudadanas comprometidas con la democracia, pero también con el buen gobierno; un territorio descuidado, partido y dañado que no puede dar sustento a un desarrollo sustentable.
En fin, un Estado tullido y anquilosado, desarticulado y más que pobre en fiscalidad y recursos humanos, cuya legitimidad puede ser cuestionada en la primera vuelta: no querer ver esto es negarnos como comunidad dispuesta a buscar sin prisa, pero sin pausa
y formar filas con quienes claman por un mundo habitable, seguro y abierto al diálogo y la deliberación racional.
Ningún salvoconducto obsequió la elección pasada. Tampoco puede alguien presumir tenerlo, esté o no en el poder constituido o cerca de él. Grave sería que los llamados poderes fácticos
decidieran asumirse como poderes sin adjetivos y buscaran imponernos una república libre de adherencias culturales y reflejos largamente guardados por los muchos Méxicos que, nos guste o no, conforman y definen nuestra modernidad (si es que esto significa algo en este mundo más que bravo del siglo XXI).
Hay que recrearlos, otorgarles valor y credibilidad, hasta que sean moneda de uso corriente y universal. Auténticos pasaportes a nuevas dimensiones sociales y políticas, sostenidas por una economía capaz de protegerse y protegernos. Lo que hoy no tenemos, y los festejos y celebraciones triunfales no pueden dar.
Bienvenidos a los tiempos duros, nos diría el gran Doctorow, tiempos que en verdad nunca se han ido.