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Europa: la derecha rampante
E

n las elecciones al Parlamento Europeo realizadas ayer, las formaciones de derecha y de ultraderecha ratificaron su marcha ascendente en el Viejo Continente, en tanto que los partidos socialdemócratas, verdes y de izquierda sufrieron un marcado retroceso.

Este fenómeno político fue particularmente acentuado en Francia, donde cerca de 40 por ciento de los electores se inclinaron por la extrema derecha de Reagrupamiento Nacional (RN), que encabeza Marine Le Pen; ello llevó al presidente Emmanuel Macron a disolver la Asamblea Nacional (Parlamento) y a convocar a comicios anticipados. En Bélgica, donde coincidieron las elecciones federales, regionales y europeas, el partido del primer ministro Alexander de Croo, Open Vld, sufrió un grave revés, lo que llevó al gobernante a anunciar su dimisión. El partido socialdemócrata del canciller alemán, Olaf Scholz, cosechó el peor resultado desde que se celebran elecciones europeas, en tanto que conservadores y neonazis obtuvieron el primer y segundo lugares. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, cuyo partido, Hermanos de Italia, tiene antecedentes fascistas, consolidó su fuerza, en tanto que en España el neofranquista Vox duplicó su votación anterior.

Este alarmante panorama, en el que se ve debilitado el bloque centrista que aún domina la Eurocámara, puede entenderse como un desencanto perdurable de los electorados ante los partidos tradicionales de centroizquierda y centroderecha, los cuales han sido incapaces de deslindarse de las tendencias neoliberales que han arrasado conquistas laborales, derechos adquiridos y sistemas públicos de salud y educación, pero también como consecuencia de los acercamientos de las formaciones de centro a los extremismos de ultraderecha que propugnan la xenofobia, la desintegración de la Unión Europea y los valores reaccionarios en general.

Desde otra perspectiva, es insoslayable la crisis de las organizaciones políticas y sociales de izquierda, las cuales han ido perdiendo terreno en forma sostenida, tanto en los comicios nacionales como en los continentales, y no han logrado exponer a sus respectivas ciudadanías proyectos claros y coherentes para superar los desastres sociales generados por la destrucción de los estados de bienestar que se construyeron en Europa en la segunda mitad del siglo pasado.

Con los telones de fondo de la guerra en Ucrania, el genocidio en curso de la población de Gaza por el régimen israelí, la confrontación económica y geoestratégica entre Pekín y Washington y la sombría posibilidad de un regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el avance de las derechas y ultraderechas en el Parlamento Europeo y en las instituciones nacionales de los países que lo integran, es una pésima noticia. Ese contexto internacional requeriría de una Europa capaz de actuar con equidistancia en las grandes pugnas planetarias y de introducir factores de estabilidad y sensatez en el incierto panorama mundial. Lamentablemente, los comicios de ayer alejan esa perspectiva, colocan al Viejo Continente en la vía de la desintegración y prefiguran una regresión política, social y económica que hasta hace unos años habría parecido inimaginable.