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Diemecke ante Mendelssohn, Strauss y dos estrenos mundiales: una velada memorable

Entre aplausos y bravos, el director abandonó el escenario de Bellas Artes, luego de la vital celebración con la que rindió homenaje a la música durante dos horas al frente de la OSN

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▲ Diemecke apareció sonriente y satisfecho después de un concierto tan agotador como emotivo. Un gran logro, expresó antes de presentar la última pieza de la noche, el viernes pasado.Foto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Domingo 2 de junio de 2024, p. 2

Una mano a la altura del corazón y la otra en los labios, para enviar enseguida un beso al aire. El director Enrique Arturo Diemecke se despide del público entre eufóricos aplausos y gritos de ¡bravo! mientras abandona con pasos lentos el escenario del Palacio de Bellas Artes y da espacio al recuerdo de una velada memorable.

Luce sonriente, satisfecho, y sudado. Han sido dos horas de un concierto demandante, agotador y emotivo. Un gran logro, definió él momentos antes, al presentar la última pieza del programa, para subrayar los dos estrenos mundiales que acababa de hacer al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN). Algo poco frecuente en la programación regular de cualquier agrupación mexicana.

Diemecke regresó la noche del viernes al máximo recinto cultural del país, su casa durante 20 años –cuatro como director artístico de la Ópera de Bellas Artes y luego 16 como titular de la OSN–, para rencontrarse con esta orquesta, ahora como director huésped, y su público, que casi llenó el recinto

Tradición y modernidad es el título del programa, el cual forma parte de la primera temporada del año de la agrupación, nombre muy acorde para aglutinar el sentido de las cuatro obras que lo integran, el cual será repetido hoy a las 12:15 horas.

Las piezas son: la obertura Ruy Blas, de Félix Mendelssohn (1809-1847) y Las alegres travesuras de Till Eulenspiegel, de Richard Strauss (1864-1949), de quien se conmemora su 160 aniversario natal, así como el estreno mundial de Tetracrómatas, concierto para flauta y orquesta, y Dr. Clown, de los mexicanos Enrico Chapela y Alejandro Hernández Cadengo, en ese orden.

La sesión abre con la pieza de Mendelssohn, solemne, poderosa y brillante. Diemecke dirige de memoria, sin partitura, como hará con la de Strauss más adelante, para cerrar el concierto. Tampoco requiere de batuta para brindar una interpretación energética y electrizante, fiel a su vistoso estilo.

Es una coreografía en la que la música se torna materia dúctil que el artista guanajuatense moldea entre sus manos y con el resto de su anatomía acompañando el prodigio del sonido con acompasados movimientos que de súbito se tornan vertiginosos.

Pellizcos de sonido

Un saltito en el podio, luego otro más alto, flexiones de piernas hasta hacer una semisentadilla, contoneos, Diemecke parece tocar un enorme instrumento a la par de musitar las notas. Sus dedos pulgar e índice se juntan de repente como si tratara de atrapar un trozo de tiempo o pellizcar un sonido.

¡Zas!, extiende los brazos, a la manera del Cristo del Corcovado, y se hace el silencio; son fracciones de segundo que parecen eternas. Levanta el brazo derecho hacia su cenit y, cual filoso cuchillo, lo baja de forma violenta, rasgando el aire, para concluir la pieza. Extática, la audiencia irrumpe con ovaciones.

Algo similar ocurrirá con la obra de Strauss. Y es que la forma de sentir, entender y compartir la música de Diemecke es un homenaje a ésta y una vital celebración en la que el misterio del hecho sonoro se habita, se ejerce y se transpira.

Para los estrenos, el director sí emplea partituras. Es una actuación más sobria, hasta estatuaria, en la que luce muy concentrado, al igual que los músicos de la OSN, agrupación que muestra buen temple y sonido balanceado y diáfano.

Tetracrómatas, concierto para flauta y orquesta, de Chapela, tiene de solista a la flautista Evangelina Reyes, quien a lo largo de los tres movimientos utiliza cuatro diferentes flautas: soprano, baja, alto y piccolo, que requieren de amplificación electrónica para no ser eclipsadas por la sonoridad de la masa orquestal.

Es una obra de contrastes que en 25 minutos transita entre lo mágico hasta lo épico, con pasajes lánguidos en los que la flauta canta con voz grave un sentimiento hondo, melancólico, mas no doliente.

Dr. Clown, de Hernández Cadengo, es una obra alegre y festiva, muy escénica, ya que comienza con los músicos cubiertos con sombrillas y concluye con ellos mismos de pie y girando sobre su eje. En sus 10 minutos, la música evoca risas, carcajadas; de repente es un vals y luego una marcha, con varios momentos dulces y esperanzadores.