Opinión
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Silvia Barbescu
L

e salvó la vida aprender alemán y ruso; su padre, Bogdan Barbescu, ingeniero de turbinas de avión rumano, consideró que su única hija debía aprender el idioma del enemigo. Silvia vivió la caída del muro de Berlín, la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, sintió la escasez de las políticas económicas de la dictadura comunista, la censura, los arrestos y la falta de libertad de expresión; su madre, egresada del liceo francés, María Marinescu, economista de profesión, se encargó de asegurarle una comida al día durante sus años como estudiante de bachillerato, caldo de res; en ocasiones obtenía en el mercado negro mantequilla, huevos, aceite y azúcar. Silvia Barbescu nació en Bucarest, Rumania, el 13 de agosto de 1961.

A los cuatro años, con un clavo en la mano, rayó un enorme armario, laqueado, oscuro y elegante, que recién había comprado su padre; parecía un muro, pues cubría toda la pared del dormitorio, fue la única vez que recibió un castigo; lo que salió del dibujo, blanco sobre negro, fue fantástico, quizá en ese momento despertó su curiosidad como artista.

De 1980 a 1985 cursó la licenciatura en arte monumental en la Academia de Arte de Bucarest; como parte del plan de estudios hizo el servicio social en la provincia de Piatra Neamt, en La piedra del señor Neamt, donde la obligaron a escribir propaganda política del partido comunista para carreteras y oficinas; ante la imposición, decidió renunciar antes de terminar el periodo forzoso de tres años.

Desde 1990, a partir de la caída del muro de Berlín, es miembro de la Unión de Artistas Profesionales de Rumania, representantes de la cultura local, una especie de cooperativa con tiendas y galerías donde se comercializa la producción de los artistas, un sistema de supervivencia noble; por esos años montó una empresa de talabartería con su madre, diseñaron y confeccionaron ropa, cinturones y zapatos. Años más tarde, con el espíritu aventurero que la caracteriza, creó la empresa Trintex Transporte de arte internacional, en Europa, fue conductora de un tráiler de 8 toneladas y un furgón de 3.5 durante siete años; en dos ocasiones la asaltaron amenazándola con un AK-47 apuntando a su cabeza, el idioma ruso le salvó la vida, al poder negociar con los delincuentes. Así conoció parte del viejo continente, viajes que no habría podido costear de otra forma, en ocasiones manejaba durante tres días, sólo con pausas para comer y descansar.

En 1999, en la Unión de Artistas plásticos, institución que sobrevivió a la entrada del capitalismo, vio una convocatoria: Artistas interesados en una beca que ofrece el gobierno mexicano pueden aplicar para irse un año. Por hablar varios idiomas fue seleccionada, después de un año de trámites llegó a la Ciudad de México en agosto de 2000, posteriormente la Secretaría de Relaciones Exteriores le otorgó otra beca de maestría en artes visuales con especialidad en grabado y cerámica en la Academia de San Carlos de la UNAM.

Atraída por la gran diversidad y la rica propuesta cultural de México, decidió quedarse y en 2005 fundó su propio taller de grabado: Intaglio Atelier Gráfica Contemporánea, en Coyoacán, dedicado a la producción y enseñanza.

Artista independiente, grabadora, pintora, muralista y docente, Silvia Barbescu habla ruso, alemán, inglés, francés, español y rumano; tiene un carácter firme, espontaneo, volátil, cambiante y libre, lo que le ha permitido conservar sus raíces rumanas y adoptar la nacionalidad y cultura de México. Desde 2006 es miembro del Salón de la Plástica Mexicana.

Los últimos 14 años se ha dedicado a la docencia impartiendo clases de grabado en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda.

Su intención al quedarse en México hace 24 años fue la de hacer arte público; orgullosa de ser muralista, éste era el mejor lugar por su tradición. Actualmente tiene tres murales en clínicas médicas: IMSS-Toluca, de 250 metros cuadrados realizado en 2007; Issste-Puebla, de 300 metros cuadrados, de 2009, y Sinapsis, de 45 metros cuadrados en una farmacéutica en Coyoacán. El eje temático de su obra plástica es el cuerpo humano visto desde el interior, disecciones del mismo para reconocer nuestra naturaleza y la estructura interna de su funcionamiento; plantas, animales y formas orgánicas que llegan a la abstracción. La técnica empleada en estos murales es esmalte vítreo sobre paneles de acero horneados a 820 grados.

Su padre, a quien extraña permanentemente, murió cuando Silvia tenía 12 años, le legó el carácter y la fortaleza para seguir adelante y continuar rayando superficies.