Opinión
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Fake Winehouse
S

i una artista fue destacada en lo que hizo y además dejó una huella profunda en su entorno, vale la pena rendirle homenaje a través de una película biográfica. Si, además, la artista en cuestión llevó una vida turbulenta y tuvo una muerte trágica, con más razón, entre otras cosas porque esto ayuda a la taquilla. Ciertamente, Amy Winehouse (1983-2011) cumple con esos requisitos (y otros más) para ser el sujeto de una clásica biopic; lástima que el proyecto haya caído en manos de una directora mediocre y sin pasión alguna como Sam Taylor-Johnson, responsable, entre otras cosas, de ese bodrio fílmico que es Cincuenta sombras de Grey (2015). Su reciente filme Back to Black (2024) es una de las biografías musicales más tibias y blandengues que se han visto en pantalla en años recientes.

Lo que quiero lograr con mis canciones es que la gente se olvide de sus problemas. No me consta que la gran cantante y compositora inglesa haya pronunciado esas palabras, como se afirma en la película. En todo caso, se trata de palabras equívocas, porque lo cierto es que en la música de Winehouse (y en sus interpretaciones) lo que se percibe es más bien algo inquietante e incluso desgarrador, algo que está bien presente en la esencia de sus canciones, más allá de su compleja y trágica historia personal, pero que está prácticamente ausente del filme de Taylor-Johnson. Al trazar el perfil biográfico temprano de Winehouse, la directora y su guionista (Matt Greenhalgh) nos recuerdan muy de pasada el origen judío de la cantante y, con un par de pinceladas de compromiso, nos informan de sus figuras tutelares (Sarah Vaughan, Dinah Washington, Lauryn Hill), así como de aquello en lo que Winehouse, con fina intuición, no quiere convertirse: otra Spice Girl. Después de estos trazos iniciales, Back to Black ofrece un perfil biográfico de compromiso sobre las rutas de autodegradación y autodestrucción que Winehouse siguió en su corta vida, ninguno de cuyos hitos está trazado con mayor convicción. No ayuda para nada que la actriz protagónica, Marisa Abela, ha sido contagiada de la apatía y la visión rutinaria de la directora. Entre muchos otros detalles que definen su flojo retrato de la cantante está el hecho de que no ha podido lograr, siquiera, una imitación pasable del denso e inconfundible acento cockney de Winehouse. Y si bien se le admira y reconoce la entereza de cantar ella misma las canciones de la diva de Camden Town, los resultados no son particularmente verosímiles. Además, para tratarse de una película fundamentalmente musical, el soundtrack está atestado de música olvidable y mal puesta, no obstante la participación del estimable Nick Cave. Tampoco se enfatiza en el filme, como debiera ser, que uno de los grandes aciertos de la breve carrera de Winehouse fue haberse rodeado de arreglistas y músicos de primer orden.

Acaso es posible percibir en la película de Taylor-Johnson dos elementos fundamentales de la vida de la cantante. El primero, su proclividad suicida a tropezar una y otra vez con la misma piedra, a pesar de que la piedra es grande y notoria. El segundo (que es parte sustancial de la piedra del primero) es la presencia del impresentable patán que fue su esposo, el vivales llamado Blake Fielder-Civil (Jack O’Connell). En este orden de cosas, otro defecto de la aburrida película de Sam Taylor-Johnson es la casi nula presencia de personajes secundarios de interés actoral y dramático; además de la pareja protagónica, apenas figura Mitchell Winehouse (Eddie Marsan), padre de la cantante. En un par de momentos claves del filme se menciona la evidente turbulencia emocional en la que Amy Winehouse vivió toda su vida, pero esa turbulencia se refleja más en alguno que otro diálogo que en momentos cinematográficos verdaderamente intensos.

Por fortuna, hay un potente antídoto contra esta descafeinada visión de la vida y milagros de la gran Amy Winehouse. Se trata del notable documental Amy (2015) de Asif Kapadia, que es una aproximación verdaderamente intensa al trágico trayecto de su protagonista.

En lo personal, lo único que saqué de positivo de Back to Black fue la curiosidad de buscar y escuchar interpretaciones de algunas de las colegas mencionadas por Winehouse en la película, destacadamente Katie Melua y The Shangri-Las.