murió inspirando amor: Siri Hustvedt
Jueves 9 de mayo de 2024, p. 5
Siri Hustvedt escribió: mi marido murió inspirando amor
, en un mensaje tras el fallecimiento de Paul Auster el pasado 30 de abril.
En su cuenta de Instagram, la novelista refirió que “poco antes de morir, Paul me citó a Josef Joubert, el escritor francés de Carnets, a quien tradujo: ‘Hay que morir inspirando amor (si se puede)’”.
Agradeció también los cariñosos homenajes a su obra y los amables pensamientos para mí, que tendré que vivir sin él. Son un verdadero consuelo
.
El autor estadunidense estudió a Joubert (1754-1824), entre otros pensadores y escritores, en El arte del hambre, y la frase exacta que le regaló a su esposa la había colocado en su autobiografía Diario de invierno (Anagrama). Auster reflexionó en este texto que probablemente no exista mayor logro humano que merecer amor al final
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En Ensayos completos, Paul Auster sostuvo que cuanto más lees a Joubert, más quieres seguir leyéndolo. Te atrae por su discreción y su sinceridad, por su brillantez y su claridad expresiva, por su forma tranquila, pero totalmente original de ver el mundo
.
Auster contó en el libro mencionado que descubrió la obra de Joubert en 1971, “gracias a un ensayo de Maurice Blanchot, ‘Joubert y el espacio’. En él, Blanchot compara a Joubert con Mallarmé y presenta un sólido argumento para considerarlo el escritor más moderno de su época, el que nos habla de manera más directa”.
Para el novelista, la relevancia del ensayista francés y su carácter curativo se le hizo patente con una extraordinaria anécdota: le dio un ejemplar a un antiguo amigo, el pintor David Reed, quien se lo dio a su vez a un amigo que estaba en el hospital Bellevue después de sufrir un colapso nervioso.
“Cuando el amigo recibió el alta, llamó a David para disculparse por no devolverle el libro. Después de leerlo, le dijo, se lo había dado a otro paciente. Ese paciente se lo había pasado a otro paciente, y poco a poco Joubert había recorrido el piso. El interés por el libro se volvió tan vivo que grupos de pacientes se reunían en la sala común para leer fragmentos en voz alta y debatirlos.
“Cuando el amigo de David pidió que le devolvieran el libro, le dijeron que ya no le pertenecía. ‘Es nuestro libro –advirtió uno de los pacientes–. Lo necesitamos.’ Es la crítica literaria más elocuente que he oído nunca, una prueba de que el libro adecuado en el lugar apropiado es una medicina para el alma humana.”