l miedo ha sido aliado de grupos de poder no sólo en México, sino en todo el mundo; no únicamente en tiempos pasados, sino también en el presente, no exclusivamente de la derecha orgullosa de serlo, también de quienes bajo los preceptos de la izquierda encontraron en el discurso del progresismo una herramienta para hacerse del poder para luego, ante la ambición desmedida, terminar traicionando los postulados revolucionarios y convertirse en quienes institucionalizaron la transa. Tal es su farsa, que terminaron aliados de la ultraderecha que se instituyó para detenerlos. Y así fue. Hoy el PRI por primera vez en su historia va a una elección presidencial sin candidatura propia y también por primera vez desde su creación en 1929 va a una elección en la Ciudad de México sin candidatura propia. En ambas postula cuadros del PAN, el mismo que surgió para detener las políticas de Lázaro Cárdenas.
El que los ciudadanos vivamos con miedo ha sido, y continúa siendo, una de las estrategias del viejo régimen con las que logró extender los tentáculos de la corrupción con los que apretó a los mexicanos casi hasta la asfixia. Temerle a los viejos políticos se convirtió en México en un mecanismo de defensa nacional que respondió al sentido común. Basta recordar aquella sensación de pánico que la comitiva de un gobernante del PRI o del PAN causaba alrededor suyo, o el miedo provocado por el simple paso de un coche sin placas, vidrios polarizados, antena sobre la cajuela y en su interior dos claros elementos de alguna agencia de seguridad de administraciones anteriores.
Era sabido que desde el gobierno se ejercía el poder a través del autoritarismo y la violencia. Pero los viejos políticos lograron que en algunos sectores de la población no sólo se les temiera a ellos y a sus soldados, sino también, a través de distintas narrativas, a quienes eran disidentes de aquellos gobiernos represores. Construyeron una estrategia de comunicación política para intentar justificar, y con ello accionar, medidas represivas contra movimientos y organizaciones antagónicas a un Estado secuestrado por ladrones disfrazados de servidores públicos.
Hoy aquel grupo de poder, lejos del gobierno, sigue intentando atemorizar a la población y utiliza la infodemia como herramienta desestabilizadora. Su arma es la mentira; su blanco, la ciudadanía; su motivo, regresar al poder para continuar con el saqueo. No saben hacer otra cosa; no tienen interés en aprender algo diferente, por ello son como dinosaurios que, debido a su incapacidad de adaptación, están destinados a extinguirse. Bajo el lema que dice que el PRI no se crea ni se destruye, sólo se transforma, hoy utiliza el eufemismo de pragmatismo
para referirse a una promiscuidad política a través de la cual formó una alianza con sus eternos rivales, el PAN y lo que queda del PRD. Opción ésta, de los tres partidos, para no fallecer víctima de enfermedades incurables causadas por sus propios vicios y excesos.
Ante la ausencia de proyecto de nación, por tanto, de empuje por parte de su candidata, el frente opositor recurre a la política del miedo, al discurso agorero con el que intenta atemorizar a una población que no conoce y que tiene memoria, que sabe sobre las atrocidades cometidas por ellos mismos en el pasado, y reconoce la carencia de rumbo de quienes con un intento fallido desde su concepción para volver a tomar el poder, representan el regreso a un México que ya no existe.
Se celebró hace unos días, en Acapulco, Guerrero, la Convención Nacional Bancaria, donde de manera desafortunada la candidata opositora intentó sembrar miedo en banqueros, inversionistas hombres de negocios que, más allá de sus preferencias y antipatías políticas, han encontrado en las acciones de gobierno en materia económica de la actual administración resultados favorables. Pero, a pesar de ello, el discurso agorero se lanzó con vociferaciones que, como era de esperarse, chocaron con una pared de resultados que acallaron las difamaciones.
Entre otros datos, México tiene récord de inversión extranjera directa, también de exportación a Estados Unidos; por primera vez en la historia reciente el dólar ha bajado su precio en comparación del peso. Los agoreros se quedan sin elementos para sostener los presagios de desastres que quisieran que sucedieran, y es que por más absurdo que lo anterior pueda resultar, son muchos los que tienen el deseo de que las cosas salgan mal.
Podríamos pensar que cuesta trabajo el entender cómo un mexicano, más allá de sus preferencias y repudios en política, puede desear que al país le vaya mal, algo totalmente ajeno al sentido común, pero al hacer un poco de memoria lo anterior no resulta tan descabellado; recordemos cómo durante décadas quienes hoy desinforman despojaron desde el poder a la nación y a sus habitantes de absolutamente todo hundiendo al país en la miseria.