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Aeroméxico ayer y hoy
M

e gustaba el viejo lema: mantenga la imagen del caballero águila en los cielos del mundo. Eran tiempos en que Aeronaves de México se había ganado a pulso la fama de ser una de las líneas aéreas más puntuales: era un servicio público de primera, resultado de un esfuerzo del gobierno para que dicha institución fuera en realidad un instrumento de comunicación y progreso de una sociedad que se desarrollaba razonablemente bien por el camino marcado por una economía mixta.

De acuerdo con sus cánones, el gobierno se hacía cargo de los servicios requeridos por la población y la iniciativa privada de todo lo demás.

Sobreviven polvos de aquellos lodos, aunque algunas tareas se han vuelto mixtas e incluso han estado a punto de caer en las garras de una iniciativa privada con frecuencia más bien privada de iniciativa: electricidad, carreteras, Pemex, etc. Lamentablemente, el descalabro que resultó de la privatización de Aeroméxico derivó en un servicio cada vez peor y, por otro lado, mucho más voraz.

Lo mismo el suscrito que varios de sus conocidos que viajan con frecuencia pueden dar fe de que el porcentaje de retrasos, a pesar de que se ha dado en cada vuelo un margen mayor de tiempo, es altísimo.

Recuérdese que, hace años, el vuelo de Guadalajara al Distrito Federal se anunciaba de una hora y normalmente se cumplía o, cuando mucho, había retrasos de 5 o 10 minutos. Ahora se reservan una hora y media y, con mucha frecuencia, el rezago es de otro tanto.

Por otro lado, el costo, ya de por sí elevado de cada vuelo, puede resultar carísimo si tiene el pasajero necesidad de una variante, ya sea adelantar su viaje o retrasarlo. En tal caso la cuchillada es mayúscula. Un conocido, por cuestiones de salud, requirió retrasar unos pocos días su viaje a Europa, sin que ello implicara salirse de la temporada baja... pues la cuchilla fue casi de ocho mil pesos.

No acabaría nunca la relación de abusos y atropellos por cualquier motivo justificado o no. Cabe decir que los empleados de mostrador le echan los kilos y con frecuencia son los primeros en reconocer lo arbitrario, abusador y verdaderamente pillastre de la aerolínea. Lo mismo puede decirse del personal del vuelo... No, los verdaderos bandidos son los de arriba, quienes por cierto nunca dan la cara. En el caso de Aeroméxico, prácticamente todos son angloparlantes.

Es curioso que entre tantos críticos que padece el gobierno del presidente López Obrador no se oiga una sola palabra de esta empresa que debería ser pública y ofrecer un buen servicio en vez de ser un instrumento más para medrar impunemente a costillas de quienes tienen necesidad de viajar.

De ahí los apodos de aerolatas o aerorratas con que se refieren a ella las víctimas de las arbitrariedades y latrocinios de esta compañía. Ojalá que el resurgimiento de Mexicana de Aviación y, en un tiempo no lejano, la nacionalización de Aeroméxico den lugar a una verdadera mejoría, pero lo que es de los actuales mánagers es difícil esperar otras cosas que no sea empeorar.

Hay que volver a lo mismo: los servicios públicos no deben ser negocios y menos aún privados. El tema de la aviación es una de tantas muestras.