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Stephanie Brewster y el mundo del quehacer
E

l propósito del documental El tiempo de la hormiga, de la joven cineasta Stephanie Brewster Ramírez, estrenado en la Cineteca Nacional, es visibilizar el trabajo doméstico que casi siempre recae en las mujeres.

En la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey y Querétaro (tan industrializado), las mujeres con una situación económica estable tienen a quien las ayude, y es común escuchar su lamento: Hoy no puedo verte, porque no vino la muchacha.

Salir del pueblo, venir a buscar trabajo a la gran ciudad, parece ser el destino de miles de muchachas que son contratadas por alguna ama de casa.

En Nueva York, una migrante mexicana o centroamericana tiene la posibilidad, gracias a sus dólares, de estacionar su coche (que ella misma compró y aprendió a conducir) y limpiar un departamento en cuatro o cinco horas. Es un lujo tener a su servicio quien barra y cambie las sábanas, y sólo pueden dárselo las que tienen una situación económica desahogada.

En México, la población femenina es mayor que la de hombres. El destino de las muchachas que vienen del campo es el trabajo doméstico. La mayoría se dedica al llamado quehacer, pero en muchos casos incluye hasta la atención del recién nacido o la del discapacitado. Esa responsabilidad, denominada fuerza doméstica, acostumbra convertirse en un fenómeno al que nombramos nanas. En México, la nana no alcanza la eme de mamá, aunque a veces la supere. Yo quise más a mi nana que a mi mamá, confesó un niño bien que llegó a secretario de Relaciones Exteriores.

El buen funcionamiento del hogar no es precisamente de clase, sino de género, porque incluso las patronas con recursos se responsabilizan de su casa y de la conducta de sus hijos. Es la patrona quien paga el sueldo, otorga permisos, decide horarios e indica el día de salida. La patrona acude al súper, abre el congelador, cuelga la ropa, dice qué se va a dar de comer y sale corriendo gritando: Micaela, te encargo a los niños.

La clase social es la que determina el compromiso, el día de asueto, el sueldo y las horas de descanso. La patrona considera que es normal tener a su servicio a otro ser humano.

En México, las clases sociales están mucho más separadas que en Estados Unidos.

Conocer a Stephanie Brewster, la cineasta autora de la película El tiempo de la hormiga, ha sido, en estos, mis últimos años, un regalo inmerecido. Su presencia estimula y fascina a toda mi gente e incluye a la mitad de Monsiváis, una gatita que sólo alcanzó a llamarse Váis, porque su hermano, Monsi, desapareció durante la pandemia. Ya de por sí Monsi se vestía de smoking. Blanco y negro, seducía a los fieles y a las seis beatas que acuden a misa en San Sebastián.

El mundo del quehacer o trabajo doméstico fue filmado con gran sensibilidad e inteligencia por la joven cineasta Stephanie Brewster, quien lo tituló con mucho tino El tiempo de la hormiga.

Al lado de la escritora María Teresa Priego, Stephanie participa en el programa Abiertamente, en el Canal 14. Encontrarla los viernes en la mesa de Diego y Marta Lamas es una alegría inesperada, un milagro de la tilma de Juan Diego en el Tepeyac.

Alta, dinámica, sus ojos interrogantes, traen adentro mucha lealtad. Y mucha capacidad de asombro. Stephanie interroga como sólo hacen los santos inocentes o como hacía yo en 1953, cuando entré a la redacción de un periódico. Stephanie, generosa, prendida, escucha a su interlocutor como si éste tuviera en la mano las tablas de Moisés. Me emociona su compromiso en El tiempo de la hormiga, porque la presencia de la cineasta en mi vida y en la de muchos otros ha sido una paleta de limón, un globo rojo que sube al cielo, una banca al solecito en el parque de La Bombilla, una dádiva que me hacía mucha falta.

Licenciada en filosofía, Stephanie Brewster se tituló universitaria con una tesis sobre cine y filosofía en la Ibero y permaneció dos años en la Escuela Superior de Estudios Cinematográficos en París. Filmó al pianista francés Fabrice Eulry, quien tocó 24 horas sin parar, y trabajó en la película Tenemos la carne, de Emiliano Rocha Minter. Gracias a su maestría en comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de México viajó a Berlín. Conoce bien a Carlos Reygadas (cuya película Heli me encantó) y fue su asistente en el set de Nuestro tiempo. Ahora, Stephanie pone frente a nuestros ojos El tiempo de la hormiga, que removerá muchas conciencias, porque en esa muy buena película, Stephanie ofrece el día a día en la vida de 10 mujeres que no son ni muy ricas ni muy pobres. Finalmente, el trabajo doméstico no es un tema exclusivo de una clase social, se da en muchos niveles, porque una cantidad de mujeres que tienen casa propia o viven en una vecindad se dedican a el quehacer.

¡Ay, el quehacer! ¡Cuánta razón tenía Cri-Crí al cantar: Te quieren la escoba y el recogedor! Desde siempre, el cuidado de los niños y de la casa anida en manos de mujeres. La que barre, sacude, lava las sábanas y corta las verduras es casi siempre una mujer.

¿Por qué?

Porque cuidar se asocia al amor, a la abnegación, al sacrificio, a la renuncia a una carrera o hasta a la imposibilidad de ejercer un talento. ¡Cuántas veces he oído decir: dibujaba muy bien, pero no logré entrar a San Carlos, yo quería ser pianista, soñé con llegar a actriz. Hasta hace muy poco, los recursos de una familia de clase media se destinaban a la carrera del machito, aunque la llamada mujercita fuera más prendida y obtuviera mejores resultados. Cuando José Alfredo Jiménez canta: ¡Pero sigo siendo el rey! nos da una lección de filosofía muy vigente, y sólo nos queda aceptar la realidad. La niña, primero señorita y luego señora, se irá de su casa para casarse, por tanto, no es una buena inversión. Esa premisa la analizó muy bien Rosario Castellanos en su memorable discurso antes de viajar a Israel como embajadora de México. Los hombres, fuertes, feos y formales son los proveedores; las mujeres, dulces, obedientes y sumisas, desgranan las cuentas del rosario de cinco Misterios en el que los Padres nuestros y los Dios te salve María inician el largo día de las tareas domésticas.

La finalidad del documental de Stephanie es ponderar los cuidados que damos, o ya dimos, las mujeres. En México, cuidar todo el tiempo sin repartir las tares es totalmente normal. Un hogar mexicano, incluso compuesto por universitarios, sigue las reglas al pie de la letra. Cuidar a los hijos, alimentar y limpiar la casa, hacer las compras, llevar y traer niños es tarea de la madre. Lo mismo sucede con las mascotas: la madre se responsabiliza, a final de cuentas. Las tareas del hogar se acumulan siguiendo la ley inmutable de que el hombre sale todo el día a trabajar y eso no le permite atender al niño toda la noche, porque al día siguiente tendrá que presentarse en la oficina. No repartir las tareas domésticas es normal en un hogar mexicano, y eso no sucede hace mucho en hogares de Estados Unidos, porque vimos a Obama lavar, planchar y llevar a sus hijas a la escuela.

Por tradición, los hombres son los proveedores; las mujeres, las cuidadoras. Si esos papeles fueron impuestos por nuestra sociedad, las 10 mujeres seleccionadas por la cineasta Stephanie Brewster (que provienen de distintas clases sociales y ejercen diversas profesiones) nos dan la pauta de su obra El tiempo de la hormiga. Tres son madres de familia y dos son mazahuas. Su rango de edad va de 17 a 34 años, y para mí resultan mujeres muy jóvenes.

El tema es amplio, pero Stephanie nos entrega una muy buena idea de lo que sucede a varias protagonistas y nos las muestra con la exactitud de una cámara bien dirigida y bien enfocada. El tiempo de la hormiga es importante porque evidencia la poca responsabilidad del Estado en los países de América Latina que olvidan proveer guarderías, estancias infantiles, hogares para adultos mayores y espacios destinados a discapacitados.

En México, 78 por ciento del trabajo de cuidados lo hacen las mujeres, y 22 por ciento, los hombres, y ellos tiran su delantal apenas salen de su casa. El discurso de Rosario Castellanos en el Museo Nacional de Antropología, el 15 de febrero de 1971, resonó como punto de arranque de algunos cambios en la situación de la mujer, porque Rosario demostró que la abnegación es una virtud loca que ha matado la capacidad creativa de muchas mujeres.

A Rosario Castellanos le habría gustado la película de Stephanie Brewster Ramírez, que aplauden espectadores que no son feministas. Gracias, Stephanie, por hacer visible el tema de cuidados y confirmar que es indispensable ponernos la pila, porque finalmente todos vamos a necesitarlos.