odo pareció iniciarse tan pronto como la teórica diplomática judía Victoria Nuland fue nominada para ocupar la embajada de Estados Unidos en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Ella y su feroz marido (Robert Kagan) ya venían de orientar
las intervenciones de Irak, Siria y Afganistán. Intervenciones poco gratificantes, en especial para los estrategas de la Casa Blanca y el Pentágono. Nada resultó positivo de tales aventuras para aquellos que predican el supremacismo estadunidense, además de sonadas y confusas derrotas. Poco habría que agregar de beneficios al pueblo vecino, en adición a los miles de muertos que aportaron. Entrarle al juego geopolítico y exacerbar la rusofobia posterior, que ha llegado a niveles insospechados, es el botón de orgullo de tamaño personaje. El presidente Joe Biden aseguró que Vladimir Putin sería un paria mundial. El ambiente que se generó en el entorno de Nuland desembocó en la invasión del Donbás por las tropas ucranias. Un audible aullido de cánticos fascistas –Batallón Azov– la acompañaron desde entonces hasta la fecha.
En fin, el comienzo de la estrategia de la OTAN de extenderse hacia los países del este de Europa fue causa primera de fricciones con Rusia. Unas que, en efecto, llegaron, andando diferentes tramas sucesivas, a una guerra abierta con las regiones ucranias donde personas de ascendencia rusa son indiscutible mayoría. Ahora parecen andar a la pepena de algún prospecto de país adherente al famoso tratado. Un botín que les permita apalancar los múltiples compromisos adquiridos y no cumplimentados. El ámbito público europeo, súbitamente, se ha inundado de voces beligerantes. Rusia ha sido declarada enemigo y, según interesada versión, posible agresor futuro. La propaganda proccidental que habla de armas modernas para el frente ucranio junto a un sólido espíritu de cuerpo se fortifica. Aunque no parece ser compensada con el respaldo popular de los mismos europeos. A este respecto habrá que hacer notar que, sin pena alguna, se flaquea por varios lados. Los famosos tanques de última generación Leopard ni siquiera arrancaron antes de ser destruidos. Sin tardaza alguna se les ha sustituido por misiles defensivos y aviones F16. Es por eso que los líderes europeos han desatado una narrativa belicosa que raya en situaciones que ya llegan a ser preocupantes. En especial las naciones pequeñas –repúblicas bálticas– que, en verdad, ya sea solas o juntas, no causan alarma alguna. Se les suma Polonia, que ya debía, por sus pasadas experiencias, de haber escarmentado. Estos países hablan como si Rusia los hiciera, con sus amenazas, correr inminente peligro. En un principio todos (los 27) adoptaron un discurso bastante común que luego, en efecto, palideció un tanto. Ni los mismos castigos impuestos a la economía rusa recibieron la atención indispensable para hacerlos funcionar, que fueran operativos. Y así han ido dando tumbos. En ocasiones con Hungría causando escándalos y descoordinado la política externa común.
Lo cierto es que, poco a poco, se ensambla lo que ya es una OTAN con múltiples adiciones. Finlandia y Suecia fueron aceptadas en su seno y anuncian compras de armas y eso cuenta. La respuesta rusa no tardará. Ya se oyen movimientos en las fronteras comunes. Pero lo que acontece en España poco entusiasmo tiene para respaldar a los demás. Inglaterra va por su lado y su economía padece varias limitantes. Los estadunidenses, enfrascados en su contienda electoral, se desentienden, al menos por ahora, del resto. En la retaguardia aparece la figura de Donald Trump para nublar aún más el presente. El volumen de las aportaciones económicas gringas quedan muy rezagadas de las europeas y se ha creado un hoyo gigantesco en Ucrania.
Las sanciones no parecen haber forzado a los rusos a bajar su andanada guerrera, menos ahora que buscarán sumar, a favor, el ánimo vengativo interno. De poco servirá el intento estadunidense de culpar al Estado Islámico (ISIS) y sus fedayines. La propaganda de Moscú puede ser efectiva y poner el acento en los ucranios.
Las dos naciones de peso regional, Francia y Alemania, a pesar de liderar la rusofobia actual, poco desean aumentar los decibeles del ruido. Haberse separado del gas y el crudo ruso ha traído a los germanos costos varios que apenas restituyen, no sin las debidas penalidades. Su economía de exportación ha tenido que adaptarse a los sumistros externos, mucho más caros que los anteriores. En eso fundaron sus viejos éxitos exportadores que no tendrán más, por largo tiempo. Hay, sin embargo, dos asuntos neurálgicos en la tabla de penalidades anunciadas a Rusia que han quedado pendientes. Una se refiere a la voladura del gasoducto Nord Stream por estadunidenses. Y, el otro, los 300 mil millones de dólares que fueron incautados a Rusia y que no aciertan a precisar su suerte. De manera lateral pero sensible, los aviones que permanecen en suelo ruso esperan solución.