Renacuajos empantanados o el sentir de un taurófilo hastiado
e llega este texto sin firma ni desperdicio que por sus señalamientos transcribo: “Andan como renacuajos que se les secó el pantano. Porque eso era: un pantano, su pantano. Hicieron de un manantial un puerquero y mataron todo a su alrededor. Cortaron los flujos de agua limpia, se adueñaron del estanque y lo fueron pudriendo porque era su estanque y nadie se les iba a meter. Renacuajos ganaderos, empresarios, politiquillos, apoderados, toreretes, fotógrafos y lambiscones con pase de callejón e invitaciones a comidas, ganaderías y tientas.
“Los peces y las aves, que son los que mantienen con vida los cuerpos de agua, oxigenando y filtrando, poco a poco se fueron yendo. Querían ofrecer ese estanque llamado Fiesta a los aficionados. ¡Pagad y tragad todos de él, porque este es el cáliz de mi lodo! Sin chistar ni hacer gestos (para conservar el ‘privilegio’ de consumir los desechos y despojos de esos renacuajos). ‘¿Quieres beber agua? ¡Debes tragar esta agua podrida y anegada! De lo contrario, demuestras que no te gusta el agua y si no te gusta mi charco de lodo, ve a otro lado’ −nos dijeron décadas−. Y así lo hicimos muchos.
“De ese manantial maravilloso que fueron Los Toros muchos nos fuimos alejando, muchos dejamos de abrevar de él cada vez más, cuando antes hacíamos viajes de corta, media o larga distancia por ir a beber de esas aguas mágicas; poco a poco dejamos de hacerlo porque esas aguas de La Fiesta estaban más y más echadas a perder, más descompuestas. Agua que ya casi no era agua. Refugio y oasis de sentimientos, arte, emociones y alegrías que ustedes convirtieron justo en lo contrario de lo que proclamaban defender. Defendernos de las modernas sociedades frívolas, complacientes, maniqueas e infantiloides censurando, cancelando y callando todo lo que les provocara ansiedad y escozor.
“Se les dijo. Se les advirtió que eso que ofrecían ya no era agua clara. El único ‘producto’ con el cual el arrogante ‘vendedor’ desprecia tanto al ‘consumidor’, vendiéndole agua de fosa séptica como si fuera agua de manantial, con chantajes sentimentales para hacerse la víctima, como si de pareja tóxica se tratara: ‘Un día me voy a ir y a ver qué haces.’ Quizá los únicos que hacen lo mismo son los políticos.
“¿Qué esperaban que fuera a pasar? Cuando consumías el producto y osabas expresar que no cumplía lo que prometía y que podía y debía mejorar, ¿qué recibías de parte del ‘vendedor’? Soberbia y arrogancia. ‘Come y calla. Mi producto está riquísimo pero tú no quieres ver… ¡Largo, amargado, reventador!’ Con mucho pesar y melancolía les fuimos haciendo caso. El aficionado los escuchó, como querían, y dejamos de consumir. Haciendo uso de la misma libertad que toma de estandarte La Fiesta de los Toros. Nos hicieron menos y fuimos haciendo uso de nuestra libertad de decidir no ser abusados como consumidores, de ya no asistir.
“Poco a poco ustedes, como esa rana ‘dueña’ del pantano taurino, refocilándose en el lodo, nunca detectó, ni quiso hacerlo, que el agua se iba calentando al punto de ebullición y optó por su libertad a quedarse inmóvil y sola. Falsamente embelleciendo y maquillando el alarmante entorno de cemento yermo, acaso sustituido por la festividad cachonda del alcohol, que lo mismo llena estadios de futbol y demás, sin verdaderamente significar un interés en el escenario.
Posdata: La gente dejó de ir.Los antitaurinos tuvieron poco o nada que ver en ello. Desgárrense por esa libertad que pretendían limitarnos al exigir un espectáculo digno. Exijan ese respeto que no tuvieron por quien se presentaba en taquilla y ocupaba su localidad, al que le decían que el desmochado, el novillo por toro, la mansedumbre, el destoreo, la trampa y la ventaja eran cuentos del taurino amargado y reventador. Personalmente, ejerzo mi libertad de tratarlos como ustedes han tratado a La Fiesta Brava.