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La deuda
C

omo escribió Nigel Dodd, lo que la crisis de 2008 puso en duda fue la vida social del dinero: “¿Es un proceso o una cosa? ¿Es una mercancía o una relación social? ¿Qué explica el valor del dinero? Todas estas preguntas, por supuesto, tienen varias respuestas, pero lo que interesa cuando se pone en crisis el dinero es si hablamos de la misma ilusión para el uno por ciento y para 99 por ciento. Es claro que, para quienes somos la inmensa mayoría, es necesario para comprar bienes, tranquilizar el futuro con el ahorro y los seguros, angustiar el presente con las deudas. Si es el papel de mano en mano o el de las tarjetas de plástico, poco cambia en esa relación. Pero el 1 por ciento tan tiene una relación distinta con él que pareciera que estamos hablando de otro dinero: el de los dígitos en los espacios de las memorias virtuales en los bancos, los fondos de inversión, los mercados a futuro. Parece que hay muchos tipos de dinero; es decir, de ficciones necesarias; unas para comprar cosas y tiempo, y otras que se suman en cantidades relevantes ya en sí mismas. Ya no es la vida de una mercancía, sino de una cantidad.

Digo esto por la más reciente historia del dueño mexicano de Elektra y Televisión Azteca, Salinas Pliego, en Estados Unidos, donde debe 400 millones de dólares en bonos, más 105 millones en pagos atrasados. Sin embargo, el millonario presume, al mismo tiempo, yates, viajes y jets. La Associated Press (Ap) tomó esta contradicción como una hipocresía del magnate deudor: “La compañía dijo que resultó sumamente afectada por la pandemia de coronavirus, un declive en los ingresos de publicidad y el continuo deterioro de la industria televisiva y la economía de México, así como las presiones adicionales sobre las capacidades de generación de flujo de efectivo de la empresa. Las publicaciones de Salinas Pliego en redes sociales no mostraban nada de eso. La semana pasada publicó que para seguir con el fin de semana largo salimos a pasear por #NYC y a ver que compramos de arte en las subastas. Es decir, la contradicción que ve Ap es entre el dinero que debe y el que presume el deudor. Si les debe 400 millones de dólares, ¿por qué no vende sus yates, aviones y obras de arte de subastas y paga, si es que también se ha ahorrado sus impuestos en México? Le debe a los privados, le debe al Estado.

Si, como escribe Dodd, el valor del dinero es una relación social entre sus usuarios, ¿qué nos dice el no pagar a los demás mientras se derrocha en uno mismo, en su propio lucimiento, en su orgullo de gastar? Una de las formas de la humillación que tomaron los medios de comunicación para exhibir, hace 20 años, la desigualdad en el neoliberalismo, fueron los reality shows en que un magnate mostraba su lujosa vida cotidiana. Tuvimos a la heredera de los hoteles Hilton, raperos exitosos, el dueño de Virgin. Pero, tras la crisis de 2008, se le agregó el agravio de mostrar las mansiones, cuando millones habían sido lanzados de sus casas por el aumento de las hipotecas. Se establecía entre el público y la imagen de la opulencia una especie de admiración por el placer de los otros. Una fascinación por cómo podría ser la vida, aunque nunca fuera la tuya. Estos realities no despertaban indignación, ni envidia, sino que normalizaban la idea de que existía el 1 por ciento que, por alguna razón casi natural, tenía dinero para derrochar. Esa parte de la historia la cumple Salinas Pliego, pero al mismo tiempo le debe dinero a los compradores de sus bonos y a la Hacienda mexicana. La deuda es un síntoma de una mala planeación, irresponsabilidad, y fuente de vergüenza social. Como lo analizó Walter Benjamin, ser sujeto de crédito es una muestra de consistencia moral, mientras el deudor es señalado de vivir del dinero no ganado honestamente. Es el origen de perdedor y ganador como característica de un sujeto; sustantivos acuñados por los burós de crédito de quien podía y no podía pagar. Por cierto, son términos que Salinas Pliego usa en redes sociales para denostar a los demás.

Los primeros neoliberales, los monetaristas, veían todo dinero como una forma de crédito que la sociedad le entregaba a un individuo. Al revés de toda el pensamiento económico desde Aristóteles. Para el resto, el dinero es una forma de deuda en la que es indispensable la confianza porque entraña una promesa de pago, de compartir expectativas y responsabilidades. El mercado monopólico no considera este núcleo de esa relación que llamamos dinero, sino que se deja llevar por el interés personal, el de sus accionistas, sin ninguna idea de la equidad entre las partes involucradas y que, como escribe Dodd, va de la filantropía al robo sin mucha variación. Así, ese dinero especulativo es la pasión del uno por ciento: un dinero ficticio, basado en lo que valdrá un papel accionario en el futuro, y que se compra y se vende ya sin relación con la legendaria acumulación de capital. En esa fantasía, no pagar el dinero es válido como forma de enriquecerse, porque realmente no existe y su valor es un invento. Además, es a ese uno por ciento al que nos hemos acostumbrado a rescatar para salvar la economía. Pero, para 99 por ciento, entre ellos, los tenedores de bonos de Elektra, esa ficción significa poder comprar casa, techo, comida, entretenimiento y, por supuesto, pagar sus deudas.

Los llamados libertarios como Salinas Pliego, su primo de Atlas Network, y personajes como Bolsonaro, Trump, y Milei, creen que no pertenecen a ninguna comunidad. Se exhiben como superhombres. Creen que sus fortunas son producto de su trabajo y que cualquier quita a ésta es robo. Pero el hecho es que son ellos quienes creen que sus deudas deben socializarse, mientras sus yates sigan siendo privados.