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Tambuco salió de Bellas Artes y armó un exultante bailongo callejero

El ensamble celebró 30 años con un concierto que devino carnaval, de la Alameda Central hasta el que fue el Salón México

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▲ Al terminar el concierto, el ensamble salió a la explanada de Bellas Artes, donde los aguardaba un multitudinario contingente de percusionistas de todas las edades y zonas de la ciudad, al que encabezó en un festivo desfile por la Alameda Central.Foto Pablo Ramos
 
Periódico La Jornada
Lunes 13 de noviembre de 2023, p. 5

Las celebraciones por el 30 aniversario de Tambuco Ensamble de México, iniciadas en octubre en el pasado Festival Internacional Cervantino, prosiguieron este sábado en la capital de la República Mexicana en medio de un ánimo festivo y multitudinario.

Fue uno de esos festejos a los que en el país llamamos en grande, memorables. Empezó en la tarde con un concierto de ese cuarteto en la sala principal del Palacio de Bellas Artes; prosiguió con un desfile masivo de percusiones en la Alameda Central y calles circunvecinas, y se extendió hasta altas horas de la noche, a un par de cuadras, con un baile en las instalaciones del que fuera el legendario Salón México, hoy sede del Centro Cultural La Nana.

El concierto en Bellas Artes fue de antología, no sólo por el programa elegido por el ensamble, heterogéneo en cuanto a lenguajes y aspectos técnicos, sino además porque fue muy llamativo en lo visual y complejo en su ejecución, y sirvió asimismo para que los tambucos rindieran homenaje póstumo a dos compositores mexicanos amigos y muy cercanos a ellos: Mario Lavista (1943-2021) y Javier Álvarez (1956-2023).

Del primero, para cerrar el concierto, se interpretó su frenética Danza isorrítmica, que Lavista les compuso en 1997, mientras del segundo fue la cautivante versión para percusiones de Metro Chabacano, escrita por Javier Álvarez en 1991, originalmente para cuarteto de cuerdas.

A ellas se sumaron Liquid City (2014), de la también mexicana Gabriela Ortiz; el estreno en el país de Sculpture in Wood (1995), del alemán Rüdiger Pawassar; Kyoto (2012), del neozelandés John Psathas, y Mallet Quartet (2009), del estadunidense Steve Reich. Y, de encore, El devenir de la noche, del nacional Héctor Infanzón, quien horas después daría una sorpresa al grupo.

La velada fue también inolvidable, y acaso hasta histórica, por la atmósfera de complicidad y común unión que se estableció entre los músicos y el público de principio a fin. Ello, gracias no sólo al aspecto musical, sino a que el director del ensamble, Ricardo Gallardo, mantuvo desde el escenario un diálogo continuo con la audiencia, provisto de mucho sentido del humor, mientras los espectadores reaccionaron con febril entusiasmo y ovaciones a cada obra interpretada.

Prácticamente llena, la sala se cimbró y vibró durante hora y media con el hechizante influjo y contagiosa energía que emanaron de los diversos sets de percusiones empleados por los ejecutantes, que confirmaron que los conciertos de esos instrumentos trascienden el aspecto sonoro para devenir experiencia altamente visual y, en general, sensorial.

La selección musical escogida para la ocasión –muy difícil, pero salimos avante del reto–, dijo Ricardo Gallardo, resume un poco lo que han sido estas tres décadas de Tambuco o Tan-ruco, como le llamó en alusión a estos años de trabajo.

Tres de las piezas son resultado de la colaboración con compositores mexicanos, y las tres restantes muestran qué pasa cuando damos conciertos en el extranjero, que llevamos obras de autores del país y América Latina y traemos de regreso algunas compuestas por músicos de otras latitudes.

Al terminar el concierto, y luego de que la directora del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), Lucina Jiménez, les entregó un reconocimiento institucional por estos 30 años de trayectoria, los integrantes de Tambuco –Alfredo Bringas, Raúl Tudón, Miguel González y Ricardo Gallardo– salieron de inmediato a la explanada del Palacio de Bellas Artes, donde ya los aguardaba un multitudinario contingente de percusionistas de todas las edades y zonas de la ciudad, al cual encabezaron en un festivo desfile por la Alameda Central.

Fue una noche de carnaval en pleno noviembre, en el que durante una hora sonaron y resonaron estridente y alegremente en esa zona del primer cuadro capitalino tambores de todos los tamaños y tipos, tarolas, platillos, tumbas, panderos, güiros, bongós, gongs, cencerros, maracas, triángulos y claves, entre otros instrumentos de percusión, silbatos e incluso enseres domésticos, como sartenes, ollas, cazuelas y cubetas.

Datos oficiales apuntan que participaron alrededor de 700 percusionistas en esta inédita caravana –organizada por la Secretaría de Cultura local bajo el nombre de Noche de Pulso–, provenientes de diversas comunidades e instituciones de educación musical formal y no formal, como las escuelas Superior de Música y la de Música del Centro Cultural Ollin Yoliztli, además de la Facultad de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México y los Pilares, a los que se fueron sumando en el trayecto decenas, sino es que cientos de personas que transitaban por el lugar.

Una vez concluido el desfile, el festejo siguió en lo que fue el Salón México, en pleno corazón de la colonia Guerrero, con lo que se anunció como un concierto tributo a Tambuco a cargo del compositor y pianista Héctor Infanzón y su banda, pero que muy pronto se convirtió en un exultante bailongo.