Opinión
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Isocronías

De la inspiración

D

e la inspiración ¿quién hablará? Si cuando se está inspirado en lo que menos se piensa es en la inspiración.

La inspiración hace hacer –no sin pensar, digamos, pero un (artista o no) inspirado en lo que menos en efecto piensa, perdóneseme la reiteración, es en la inspiración misma: ni es su objeto ni es su objetivo–.

Él es el sujeto del hecho –siempre inesperado, siempre sorpresivo, asombroso siempre– que inspiración llamamos; y asimismo de ella su objeto, su objetivo.

La inspiración hace (invita y fuerza a) hacer, impulsa, empuja, arroja –a un vacío que se llena ahora sí que milagrosamente, a un vacío del que no hay retorno, a una plenitud de la que menos–.

Plenitud de sentido, eso es la inspiración, que ¿de dónde?, ¿cómo? Llega como una ráfaga y así mismo se va, y deja una nostalgia, una resequedad, un –ay– desabrimiento (sí y no según el uso del vocablo por san Juan de la Cruz) que al tiempo que consume no da pena:

“Algo sé, se dice el inspirado que ya no, de lo que todo mundo debe saber y puede, es muy posible, llegue a saber cuando le toque; he sabido una parte de ese todo, y esa parte de ese todo bien me ha sabido comunicar de alguna manera el todo de ese todo, por un tiempo, ahora ido.

“¿Sé ahora más, mi conocimiento de lo que me aboco a conocer es ahora mayor? Acaso es menos, tengo menos estorbos y si conocimiento –yo le llamaría saber– mejor delimitado, tirando a puntual.” Eso después del momento, del lapso inspirado; que mientras arrebatado por el estado en que la inspiración le ha puesto… embriagado quizá, mas lúcido, atinado, en cierto modo no obstante el rapto certeramente comedido, también (no encuentro otro adjetivo) puntual.

La inspiración, que –ya lo dijimos– invita y fuerza, puede ser sin duda convocada (el verbo invitar, me parece, pecaría de excesiva familiaridad)… ¿Forzada? No lo creo. Como un bien conocido y mejor reconocido actor me dijo de la obra teatral: ella “si quiere baja; si no, no”.

Pero de que obliga obliga. Un asceta esforzado podrá nunca alcanzar el misticismo, un místico agraciado ya no puede eludir el ascetismo. Inspirado una vez, por siempre desdichado si del camino o los caminos señalados por esa que –solicitamos licencia para ello– metafóricamente denominaremos resplandeciente estrella de infusa sabiduría.