Número 192 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
 
Libres, Puebla. Cortesía Secretaría del Bienestar

Editorial Sembradorxs haciendo milpa

Con Sembrando Vida hallamos el estambre para salir del laberinto.

Sembrador del CAC Cuautzolco, de Libres, Puebla.

Es sabido que los campesinos tienen la buena costumbre de diversificar su economía y no poner todos los huevos en el mismo chiquihuite. Sin embargo, las políticas públicas los tratan como si fueran empresarios dedicados a una sola cosa, de modo que apoyan casi siempre una actividad específica: las siembras de maíz, las huertas de café, las plantaciones de caña, el aprovechamiento del bosque, la comercialización.,.

Sembrando Vida es diferente. De arranque impulsa una combinación de milpa, árboles frutales y árboles maderables; tríada básica sobre la que se van tejiendo diversidades cada vez mayores al incorporar por ejemplo la siembra de hortalizas y plantas medicinales propia del traspatio o solar, así como diversas actividades pecuarias. El resultado son agroecosistemas inéditos y virtuosos pues las múltiples especies incorporadas dialogan y se complementan.

Pero la sistémica diversidad no se queda ahí, sino que se extiende a actividades de apoyo como los viveros para germinar las semillas y producir la planta, los pequeños sistemas de riego para garantizar el agua que demandan los árboles frutales, las biofábricas en que producen abonos orgánicos. Y ahora que las huertas de los primeros que entraron al programa ya dan buenas cosechas, comienzan a establecerse modestas plantas industriales para transformar y añadir valor a la producción que no se vende fresca.

Se me figura que los ensambles productivos -distintos en cada región, en cada localidad, en cada familia- que generan Sembrando Vida y la creatividad de los técnicos y sembradores, tiene como paradigma la milpa: el variopinto policultivo en que se sustenta el modo de vida y la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos. Porque la milpa es más que una manera sostenible de apropiarse productivamente del entorno natural; el virtuoso entrevero de los diversos que en ella encarna es un modelo que los pueblos de por acá replican en su modo de pensar de convivir de tomar decisiones colectivas de festejar… En Mesoamérica para todo “hacemos milpa” y este hacer multifacético pero armónico es el que retoma Sembrando Vida y replican, cada uno a su modo, el medio millón de sembradores que en el programa participan.

“Es mucho trabajo -dice un sembrador- Además de lo que uno de por sí hacía antes, ahora hay que andar en chinga preparando el terreno, montando el vivero, germinando e injertando las plantitas, trasplantando, regando, juntando, mezclando y remojando los ingredientes que lleva el bocashi, abonando cada arbolito… Esto sin contar las reuniones de la CAC: la comunidad de aprendizaje donde junto con los técnicos del programa los veintitantos sembradores que somos intercambiamos lo que sabemos, aprendemos cosas nuevas y sobre todo planeamos, organizamos y damos seguimiento a los trabajos que vamos a hacer. No hombre es una chinga”.

A diferencia de las siembras de maíz, las plantaciones de caña o las huertas de café en las que solo hay que trabajar fuerte una o dos temporadas cada año, las labores que demandan las parcelas de Sembrando Vida son prácticamente continuas. Lo que puede ser un dolor de cabeza para aquellos campesinos cuyo plan de vida incluía la migración estacional.

Pero a cambio de ser laboralmente demandante el modelo que impulsa el programa es generoso y diversificado en lo tocante a los ingresos. Entradas en especie y en dinero que, cuando las huertas ya están en producción, se distribuyen a lo largo del año. Estar en Sembrando Vida te obliga a quedarte en tu pueblo, sí, pero te recompensa por ello.

Antes, cuando los dejaban, los campesinos organizaban el uso de su capacidad laboral familiar y los recursos de su entorno buscando distribuir sus trabajos y sus ingresos a lo largo del año. El campesino modélico siempre tenía algo que hacer y siempre tenía algo que comer. El monocultivo y los sistemas intensivos acabaron con ese equilibrio, forzándolos a adoptar estrategias perversas que degradan el entorno natural y desgarran al núcleo familiar. Aprovechar de manera sostenible los recursos del entorno empleando en ello la capacidad de trabajo familiar y obteniendo de ahí los ingresos monetarios y los satisfactores necesarios para una buena vida… este es el sueño de Sembrando Vida. Y es un buen sueño.

Sueño que las sembradoras y sembradores de Pezmateno, en Hueyapan, Puebla, empiezan a ver realizado. Para empezar la presidenta del CAC es una mujer joven, doña Otilia, que al quedar viuda decidió seguir con el trabajo que hacía su marido y hoy encabeza al grupo. Hueyapan está en la sierra, ahí llueve mucho y en las parcelas de los sembradores se da bien todo. Doña Rosario, por ejemplo, tiene manzanos, higueras, plátanos… además de surcos con frijoles y habas. Ahora que ya se establecieron las huertas y hace falta menos planta, en las partes desocupadas del vivero están sembrando coles y otras hortalizas que se reparten entre todos. También tienen ahí más de una docena de plantas medicinales que nos muestran orgullosas describiendo los usos de cada una. Con los ahorros que se les entregaron decidieron comprar 16 borregos de propiedad común que hoy son treinta y ya vendieron dos. El excremento de los animalitos se emplea en la biofábrica para hacer bocashi. Y así.

A los visitantes nos dan de almorzar en la cocina que está junto al local donde se reúnen y al lado de la biofábrica, la bodega y el corral de los borregos. Ahí entre risas y bromas le preguntamos a doña Rosario que es lo que le disgusta del programa. La sembradora no duda: “Lo que me disgusta de Sembrando Vida es que no llegó cuando yo era joven y ahora ya no tengo fuerzas para hacer todo lo que quisiera”. “Como cree, doña Rosa, si usted nos pone la muestra a todos”, le dicen. Y doña Rosa ríe, mientras nos lleva a la pródiga parcela que trabaja con su marido

¿Prietitos en el arroz? Claro, no faltaba más. Uno y feo fue que sobre todo en el primer año algunos tumbaron o quemaron monte con tal de acabalar los dichosas dos hectáreas y media. Pero se tomaron medidas y en las reglas de operación del segundo año ya se prohíbe registrar tierras con derribos o quemas recientes. Lo que no debe confundirse con la tumba de acahuales, áreas ya desmontadas y con vegetación secundaria que están en descanso en espera de ser de nuevo cultivados.

El problema también remitió porque hoy en el programa se admite que tomes en aparcería -es decir a cambio de un porcentaje de lo que produzcan- las tierras que te faltan para las dos hectáreas y media. Y aunque no está reglamentado, en los hechos se admite que aparezcan como un solo sembrador dos personas que sumaron sus parcelas para completar lo que Sembrando Vida pide. Todo lo cual sugiere que en el futuro lo de las dos y media hectáreas deberá flexibilizarse. Por ello la conclusión, compartida por sembradores, técnicos y funcionarios es que con ajustes el programa debe continuar el próximo sexenio: “Nosotros ya cometimos todos los errores de modo que a los que sigan les será más fácil”, dice un sembrador.

Otro prietito, y aquí la metáfora resulta literal, es que a veces el grupo de sembradores es visto como un cuerpo extraño, privilegiado e indeseable por el resto del ejido o de la comunidad. Problema recurrente en pueblos rurales donde el igualitarismo coexiste con la diferenciación. Un ejemplo frecuente: no todos los del núcleo agrario tienen ganado y emplean tierras comunes para el pastoreo, disparidad inevitable y gravosa que debe ser negociada.

La cuestión en el caso de Sembrando Vida es que la diferenciación surge de un programa público. “Algunos nos llaman ‘mantenidos del gobierno´ -dice un sembrador- sin darse cuenta de lo mucho que trabajamos”.

Las tensiones sin embargo se aminoran porque Sembrando Vida no es el único programa social y quienes no entraron quizá están en Producción para el Bienestar, reciben pensión como adultos mayores, apoyos de Jóvenes Construyendo el Futuro o becas Benito Juárez…

Pero la mejor manera de reducir los desencuentros es que revirtiendo la tendencia a enconcharse, natural en un programa que demanda mucho esfuerzo productivo y mucho trabajo grupal, las Comunidades de Aprendizaje interactúen más estrechamente con la comunidad, compartiendo de algún modo los beneficios que les reporta el programa. Cosa que algunas ya hacen por ejemplo regalando arbolitos y ayudando a reforestar o invitando a las reuniones del CAC a quienes quieran enseñar y aprender aunque no estén en el programa. Y también participando en las luchas, proverbialmente en defensa de los territorios, que lo sembrador no quita lo comunero.

En todo caso el asunto no es nuevo; las tensiones entre lo comunitario, lo grupal y lo individual siempre han existido y pueden ser enriquecedoras. “Todos coludos o todos rabones” es un mal lema.

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“Con Sembrando Vida hallamos el estambre para salir del laberinto”, dijo el sembrador. Y efectivamente él, sus compañeros del CAC de Cuautzolco en el municipio poblano de Libres, y gran parte de los sembradoras y sembradores de todo el país que están en el programa encontraron en Sembrando Vida el hilo de Ariadna y como Teseo están saliendo del laberinto de la pobreza y la desesperanza. En buena hora. •