al está el asunto si la comunidad latina tiene que escoger entre alguno de los 10 precandidatos que se disputan la designación del Partido Republicano con miras a las elecciones de 2024. Donald Trump y Ron DeSantis encabezan el grupo, y al parecer será uno de ellos el que obtenga el beneplácito de los simpatizantes de su partido. Lo malo para la población de origen latino es que ambos tienen ideas similares en torno a dicha comunidad y los países de donde proceden. Han expresado su voluntad de restringir la entrada a quienes provienen del sur de la frontera con Estados Unidos y, en algunos casos, los derechos de quienes viven allí con o sin documentos migratorios.
Es conocido el antagonismo de Trump en contra de todo lo que tenga que ver con los derechos de las minorías en general, y en particular con las de origen latino. Su pretensión de construir un muro en la frontera de México es apenas un esbozo de las propuestas que pretende aprueben los legisladores afines a sus ideas: negar la ciudadanía a quienes nazcan en Estados Unidos si sus padres carecen de documentos migratorios, recortar los programas de salud a los migrantes, limitar o impedir el ingreso al sistema escolar a niños y jóvenes de ese mismo origen, detener y cuestionar a todos aquellos cuyo aspecto sea diferente ante la sospecha de que puedan ser indocumentados, realizar redadas en sitios de trabajo para deportar a quienes carezcan de documentos sin importar el tiempo que tienen viviendo y trabajando allá. DeSantis suscribe esas propuestas e incluso con más insidia. Con el apoyo incondicional de la comunidad cubana residente en Florida, particularmente el grupo que aspira a reivindicar las prebendas que sus antecesores gozaron del gobierno de Fulgencio Batista, ha dominado la política de ese estado y logrado propagar sus ideas a nivel nacional. Un ejemplo de eso fue que mintió a cientos de migrantes que llegaron a Florida en busca de asilo al prometerles que los llevaría a lugares donde encontrarían trabajo y vivienda: los subió a decenas de autobuses y los depositó en las puertas de las oficinas de los gobiernos de Nueva York, Washington y Sacramento como medio de repudio a los gobiernos de esas ciudades por su política permisiva
en favor de los migrantes.
Trump y DeSantis han dicho una y otra vez que el responsable de la ola migratoria que pide asilo en Estados Unidos es el gobierno de Joe Biden. Con el respaldo del Partido Republicano, han insistido que su política debe ser más agresiva en contra de los migrantes. Lo evidente es que aprovechan la cercanía de las elecciones para ganar votantes que se destacan por su animadversión en contra de los que ya viven aquí y de los que intentan cruzar la frontera. En este marco, la sobrevivencia de muchos legisladores demócratas en congresos locales y estatales pende de un hilo porque han apostado por un trato humanitario.
Se repite una situación que en otras latitudes ha creado caos y muerte entre quienes tratan de llegar a tierras en donde puedan vivir con mayor seguridad económica y física. No se quiere entender que mientras no se atienda el problema de fondo millones de personas continuarán abandonando sus países, no por gusto, sino por la necesidad de recuperar las condiciones de vida que les han sido arrebatadas por las corporaciones que han usurpado la riqueza ancestral que les pertenecía. Parece imposible que Trump, DeSantis y quienes también en otras naciones se identifican con ellos, admitan que es necesario un cambio profundo que detenga o atenúe las olas crecientes de migrantes. Cualquier cambio asusta a muchos que hoy viven y defienden el status quo que los ha beneficiado. Cambiar las bases de un sistema tan desigual es algo que no quieren ni les conviene por razones evidentes. La conclusión es que los que pueden cambiarlo no quieren, y los que quieren no pueden.