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Nosotros ya no somos los mismos

Del chahuistle y otros menesteres // Una leyenda sobre los hombres y el maíz

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▲ Del maíz fuimos formados. Como agradecimiento, el hombre aprendió a labrar la tierra y darle vida sembrando una gran variedad.Foto Roberto García Ortiz
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uy probablemente en alguna ocasión, propinándose un palmetazo en la testa, usted ha proferido, al tiempo que un leve quejido, una expresión muy campirana y ya en desuso: ¡Carajo, ya me cayó el chahuistle! Y lo más seguro es que al decirlo no tenga la mínima idea de lo que pretende expresar. Ha oído la frase y sí entiende que tiene que ver con un acontecimiento negativo, desafortunado, de malas consecuencias. Aunque sabe que la frase le acomoda a ese momento y esos sentimientos, no tiene ni la menor idea de qué cosa es el tan mentado chahuistle que se le ha venido encima. Pues para que su quejumbre, su preocupación y los malos momentos que ya llegaron, o no se tardan, tengan al menos un referente entendible, le diré que esta extraña (para nosotros) palabra es el nombre de un microscópico hongo que es el peor enemigo de nuestro tan vasto gran amigo y, desde hace siglos, primer proveedor de nuestra subsistencia: el maíz.

Cuenta la leyenda que cierta ocasión se reunieron tres poderosos dioses y se confesaron su aburrimiento: vivían en el maravilloso espacio que conformaban el cielo y el mar; sin embargo, el tedio infinito ensombrecía sus eternas existencias. De pronto, Kukulkán dijo a Tepeau y Caculhá: ¡Eureka! (perdón, perdón, timbró mi móvil, me distraje y salté de una leyenda maya a la historia griega de Arquímedes de Siracusa (no de Polanco). Pleno de contagioso entusiasmo, Kukulkán dijo a sus camaradas: se me está ocurriendo una idea genial (divina, le corrigieron). Vamos a crear a un ser, hecho a nuestra imagen y semejanza y veamos cómo se desenvuelve su vida en este paraíso. Estaremos muy divertidos y felices. ¡Espléndida idea!, lo interrumpió Caculhá –que era muy dado a darle coba a sus colegas–. ¿Y qué material utilizaremos? Arcilla, acordaron unánimemente y pusieron sus divinas manos a la obra. Tan absortos estaban que no se dieron cuenta que parecía que iba a llover, el cielo estaba nublado. Parecía que iba a llover, el cielo estaba encapotado. En un santiamén la fina arcilla se convirtió en un vulgar lodazal y el producto desapareció entre sus manos. Pero no hubo desánimo, de inmediato buscaron otro insumo o, como se dice ahora, un precursor. Escogieron la madera y reconstruyeron su monigote que tenía capacidad para caminar, correr, dar saltos y piruetas, sólo que pensaba poco y nada sentía. Ahora sí el desaliento fue cósmico. Estaban nuestros tres dioses por abandonar su Divina ilusión (Música: F. Chopin. Letra: L. Quezada) cuando caído del cielo, (literalmente), el staff de asesores que ( rara avis, no sólo tenía conocimientos, sino que hacía regularmente uso de presencia), les aconsejó: junten el cereal del que siempre se han alimentado, el que los ha hecho fuertes, sanos, artistas y artesanos, conocedores del tiempo y de los astros. Reúnan las mazorcas necesarias, dense a la tarea de separar los granos del corazón del cereal, llamado por los náhuatl olotl, y castellanizado como olote. Trituren, desmenucen luego esos frutos y amásenlos mezclando con tierra y agua. El amasado es lo más importante a la hora de crear la estructura que se busca y que deberá ser resistente, pero con elasticidad: erguirse y moverse como sus creadores. Cuando con la masa demolida, la tierra y el agua hayan moldeado el cuerpo que buscan, el trilema estará resuelto. El hombre, como empezaría a llamársele, saldría a la vida, a imagen y semejanza de sus creadores, sólo que éstos eran tres y los recién llegados, cuatro. Por los nombres incomprensibles para la ignorante columneta (Balam Quitza, Balam Acaab, Ma Hucutah, Iqui Balam), no se puede afirmar que se trataba de dos parejas de sexos diversos entre cada una de ellas, pero se presupone que así era, puesto que su primera misión era poblar el planeta. Y salieron los seres de este cuarteto de estreno a recorrer el desconocido mundo, pues ellos podían moverse, andar y trasladarse, pero sobre todo, podían pensar y amar. Comenzaron a poblar el planeta, a sembrar la tierra, enseñaron a sus hijos a respetar la naturaleza. El maíz con que fueron creados se impregnó en su esencia, se volvió su sangre y formó su corazón.

Pero como bien se sabe, los dioses son muy quisquillosos, suelen crear criaturas felices y luego esa felicidad les empaña la propia. Sodoma, Gomorra y el diluvio universal son pequeños ejemplos. ¿Y, qué tal el trabajo forzado para ganar el pan diario?

¿El hongo blanco, que extermina las vitales cosechas de maíz, fue un castigo o tan sólo una desatención, un descuido, de los dioses creadores? Seguramente esto no lo sabremos, pero sí, qué tiene que ver esta crónica con la vida de un hongo blanco que insiste en destruir las estructuras nacionalista y populares del país. El Ángel de la Dependencia, le rebautizó la plebe. Veamos si acertó.

@ortiztejeda