¿Qué hago con mi muerte?
lguien dejó dicho: no elegimos cómo nacer pero podemos elegir cómo morir. Y aunque resulte ofensivo, tras miles de años de supuesta civilización –demasiadas ideas sobre progreso, desarrollo y evolución– los seres humanos seguimos como al principio, problematizados con lo obvio y aterrorizados con lo ordinario, no sólo por habitual, sino además por la falta de formación y exceso de deformación, el terreno más fértil para los tabúes, esos preceptos y engañifas provechosos para algunos y tan perjudiciales para el resto. Ah, las tenazas siniestras de los sistemas educativos.
Ahora, si mal sabemos aprovechar nuestra vida, ¿cómo vamos a saber qué hacer con nuestra muerte, tan temida, tan aparentemente rehuida y, para colmo, inevitable? Creemos eludir nuestro final pretendiendo adoptar actitudes vitalistas sin darnos cuenta de nuestras aportaciones cotidianas para que esa muerte llegue antes y de mala manera. ¿Qué aportaciones? Estrés, responsabilidades reales e inventadas, obligaciones por costumbre más que por convicción, adicción a toxinas diversas –comida, bebida, celular, TV, redes– más lo que se acumule esta semana.
Lo anterior no incluye los duelos indecibles y el sufrimiento que provoca en los deudos la muer-te violenta, sea por accidente, asesinato, suicidio o desaparición de un familiar sin que su cuerpo aparezca. Esos finales se apartan del promedio de terminación normal de la existencia y someten al que se queda a un sufrimiento y una pérdida de sentido extremo, a menos que se consiga relativizar la insoportable dimensión de ese dolor a partir de una aceptación no carente de serena soberbia.
A la burocratización creciente para vivir, la consiguiente manipulación y enajenación para morir. Si el sistema se empeña en prohibir a las personas el derecho a una muerte digna, añeja prohibición avalada por las instituciones civiles y religiosas de hoy, junto a este prohibicionismo hipócrita aparece un número cada vez mayor de opciones individuales para elegir cómo, cuándo y dónde morir dignamente, es decir, lejos de la sordidez de prolongadas agonías indeseadas, obstinaciones médicas y complicidades fármaco-hospitalarias y familiares a costa del paciente y su autonomía para decidir, claro, si sus creencias y el ejército citado se lo permiten. Entre tanto, el Documento de Voluntades Anticipadas y alternativas juiciosas de eutanasia continúan siendo tabú. ¡Bu, bu!