omo suele suceder, las encuestadoras han fallado y con ello todos los análisis políticos. Nadie preveía los resultados que se han producido. Tampoco en Euskadi el triunfo de HB-Bildu sobre el PNV, convirtiéndose en la primera fuerza política en el país vasco. Ni los más pesimistas en el Partido Popular, ni los más optimistas en el PSOE logran entender que ha pasado. Lo único cierto es la confirmación de una geografía electoral en torno a los dos grandes partidos que siempre han manejado la política en España. Estas elecciones constatan una verdad que se ha querido desconocer: la hegemonía de PSOE y PP. Cuando ambos partidos han carecido de mayoría absoluta, las posibilidades de formar gobierno han pasado por la suma de votos con sus aliados naturales o de compromiso. Esa es la coyuntura en la cual nos encontramos. En esta ocasión, la derecha sale debilitada, al no lograr los 176 diputados para formar gobierno. Pero tampoco, según el artículo 99 de la Constitución, podría optar a formar gobierno por mayoría simple, más votos síes que noes. Matemáticamente es inviable. Cuestión no menor, si consideramos que su triunfo implicaba retrotraer a España a las épocas sombrías del nacionalcatolicismo españolista. Sólo por esta razón, muchos consideran su derrota, en términos relativos, un triunfo momentáneo, que frustra al neofranquismo sus ansias de llegar a La Moncloa, y da un respiro para redefinir posibles gobiernos progresistas a medio plazo.
Ahora, es momento de mirar hacia el PSOE. Quienes daban por defenestrado a Pedro Sánchez, nuevamente se han equivocado. Sale reforzado y su liderazgo interno se consolida. Lo que deja en muy mal lugar a la vieja guardia y los barones que le han vituperado por sus relaciones con la izquierda, sea Unidas Podemos, HB-Bildu o Ezquerra Republicana de Cataluña. El PSOE ha subido en votos y escaños, y respecto a formar gobierno, a pesar de las declamaciones de Núñez Feijóo, en España no se elige presidente de gobierno, sino grupos parlamentarios que pueden formar gobierno mediante coaliciones, alianzas y acuerdos, sea mediante abstenciones y mayoría simple. En definitiva, el PSOE puede matemáticamente, seguir en La Moncloa, y ello es una circunstancia no prevista, ni por el PP ni Vox. Es cierto que la situación puede acabar en doble bloqueo y se deban convocar nuevas elecciones generales.
En este campo de condiciones, Feijóo sólo puede jugar una baza para tapar su derrota. Derrota que debemos extender dentro de su partido, donde pierde legitimidad, respecto a sus adversarios más a su derecha, como la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. El caballo de batalla de Feijóo será esgrimir haber sido el PP la lista más votada, exigiendo al PSOE su abstención; al tiempo que reclamarse legítimo vencedor en las elecciones y, por ende, presidente de gobierno. Una farsa. España es una monarquía parlamentaria, donde el rey, tras las elecciones llama a consulta a los candidatos de las listas que han obtenido representación parlamentaria. Pero no para formar gobierno. Esta aclaración es necesaria. Sin duda, Núñez Feijóo será el primero ser convocado, momento para desplegar toda la artillería. Cualquier otra vía que no considere a Núñez Feijóo como presidente de gobierno, será tildada de alterar los resultados electorales. En ello le va la vida. Una manera de arrinconar al PSOE, buscando una división interna que lleve a la abstención y de esa manera llegar a La Moncloa. Una especie del todo o nada, antes de hablar de fraude a la democracia. Relato utilizado recurrentemente en esta legislatura, cuando se hablaba de sanchismo y gobierno ilegítimo apoyado por terroristas.
Ahora veamos qué ha pasado con Vox. Santiago Abascal pierde espacios dentro del partido, su autoridad, cuestionada desde hace tiempo por la forma de mantener el control de la organización y casos de corrupción, se debilita. En los hechos, ha perdido 19 escaños. Sus expectativas de llegar a formar parte de un gobierno de coalición se ven frustradas y con ello el crecimiento de su partido. No podrá chantajear al PP, aunque sí lo tiene atado y comprometido en los ayuntamientos y comunidades autónomas donde gobiernan en coalición.
Y por último Sumar. Yolanda Díaz, la esperanza de la izquierda y la propuesta de gobernar para la gente, logra un triunfo que tampoco sabe a victoria. Si lo vemos en perspectiva, un éxito relativo, en el cual ha medido sus fuerzas y alcance del proyecto. El horizonte no es muy alentador. En estas circunstancias, los 31 diputados esconden la derrota de Podemos, bajo una nomenclatura donde su peso específico tiende a cero. Ahora cabe preguntarse ¿Cuál será su futuro? Todo dependerá, lamentablemente, no de su acción, sino del PSOE. Nace hipotecada y sin demasiadas opciones. Si no logra que se forme un gobierno de coalición, tal vez, asistamos a la enésima opción progresista de corta esperanza de vida.
Y ahora la pregunta final, tras estas o las siguientes elecciones generales ¿Quién gobernará España? Sin duda: los de siempre.