Consideraciones
o leas como si leyeras, lee como si escucharas. Sea en silencio o en voz, baja o alta, aborda la lectura como si lo leído –y si poema lo leído, con mucha mayor razón, atención– te estuviera, él atento también, percibiendo, escuchando.
No inviertas tu calidad en aplausos. Esos sí que son fugitivos. ¿Cuántos no aplaudirán para olvidar lo que acaban de vivir?
El poeta se deja llevar por su horizonte, por un horizonte propio, siempre un poquito, o mucho, más allá, y trata de llevar su poema a su horizonte propio, el del poema, siempre un poquito, o mucho, más allá; ambas acciones hechas sin pensar en aplausos –que pudieran desviar al poeta, al poema, de sus respectivos horizontes –uno a largo plazo, el otro a corto–, finalmente, pero en los horizontes no hay finales, uno y el mismo.
Hay los poetas de la sensibilidad y hay los poetas del sensacionalismo (de extremos es que hablamos; entre uno y otro, la variedad, si no infinita, innúmera). En lo inmediato ganan los segundos, muchísimos; en lo mediato ganan los primeros, poquísimos.
De que el inconsciente sabe más de nosotros que nuestra consciencia pareciera dar fe el fenómeno, tantas veces verificado, de la inspiración. Pero si la consciencia no fuese consciente de que para que ello ocurra debe hacerse a un lado, tal no ocurriría.
Del cuestionado pero patente fenómeno de la inspiración bien pudiera decirse que es resultado de un diálogo –no, de un entendimiento– entre consciente e inconsciente. Mas tal entendimiento común no es que por sí mismo se dé; debe ser convocado (con preparación, trabajo, sacrificios; metafóricamente dicho: con ofrendas) por él a la postre, si bien le va –pues que la inspiración con nadie adquiere obligaciones–, inspirado.
Imposible decir de la inspiración que se hizo presente si no dejó un presente. Cuando la inspiración llega, uno se va; cuando la inspiración se va, uno regresa.
De modo opuesto a la erudición, la sabiduría no es abarcadora, no lo necesita, sólo es puntual; y no siempre, de modo opuesto a la erudición, se deja ver.
Cabría decir quizá date tu tiempo, como se dice date tu lugar
; y, muy mejor: date tu decir.
¿Qué puede la poesía contra el poder? ¿Qué puede el poder contra la poesía?
El aliento de la palabra poesía siempre da aliento. Así pues, concluyamos, todo poema es de aliento.