"La Jornada del Campo"
Número 190 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
Miscelánea

La multifuncionalidad de la agricultura en las zonas tropicales. El caso del café en México

Fermín Ledesma Domínguez Profesor- investigador, Unidad Regional Universitaria Sursureste, Universidad Autónoma Chapingo,

Este trabajo es resultado del trabajo de campo en las Altas Montañas de Veracruz y Sierra Norte de Puebla en agosto de 2022, de la Carrera de Ingeniero Agrónomo Especialista en Zonas Tropicales.

Traído del África tropical desde finales del siglo XVIII, el café en México tiene una amplia relevancia económica y cultural que implica una compleja red de relaciones socio-culturales y gestión agronómica, al ser una de las bebidas más consumidas alrededor del mundo. La importancia económica se encuentra en la cosecha de casi 1 millón de toneladas anuales de café cereza distribuidas en 480 municipios de 15 estados, donde se involucran más de 500 mil productores de 30 grupos étnicos del país, que en conjunto aportan 1.6% a la producción agrícola nacional (SIAP, 2021).

Las condiciones topográficas, climatológicas, altura y suelos permiten cultivar una amplia gama de variedades de cafetos en México, clasificadas dentro de las mejores del mundo. La variedad genérica que se produce en nuestro país es la arábica (Coffea arábica L.) principalmente en las zonas tropicales. Chiapas, como principal estado productor, aporta 35.5% del volumen nacional, seguido por Veracruz (25.9%) y Puebla (18.1%), según datos del Sistema de Información Agropecuaria (SIAP, 2021).

De acuerdo con Toledo y Moguel (Citado por Beaucage, 2012), los sistemas de producción de café se clasifican en cinco tipos: a) rústico o rusticano, b) policultivo tradicional, c) policultivo comercial, d) monocultivo con sombra y e) monocultivo a pleno sol (sin sombra) o moderno. Cada uno de ellos determina formas propias de manejo. Por ejemplo, el sistema rusticano es ambientalmente más diverso, de carácter agroforestal y económicamente es de subsistencia campesina a pequeña escala, mientras que el monocultivo moderno corresponde a una gestión agroindustrial a gran escala donde el uso de fertilizantes y la exportación son condicionantes de la producción.

Desde finales de la década de 1980, las políticas neoliberales de ajuste estructural aplicadas a la agricultura en México propiciaron la desaparición del Instituto Mexicano del Café (INMECAFE), a la par, los precios internacionales del grano se desplomaron, hechos que obligaron a los pequeños productores a buscar alternativas de diversificación económica, acceso a créditos, organización propia y conflictos por mantener el control de todo el proceso productivo. El ejemplo claro es la pequeña organización Catuaí Amarrillo S.S.S, surgida en Chocamán, Veracruz en 1990, que mantuvo fuertes disputas con el gobierno federal por el control de las bodegas del INMECAFE durante 17 años.

A la turbulencia cafetalera impuesta por el modelo neoliberal se incorporó la lucha contra la propagación de la plaga de la roya que apareció en la región del Soconusco en Chiapas en 1981, que sumado a efectos del cambio climático (CC), tuvieron efectos devastadores para las plantaciones y la economía de los campesinos productores. En el periodo 2013-2015 una nueva cepa de la roya incursionó a los territorios cafetaleros del país, mermando de forma severa la producción del aromático. Desde ese tiempo, una gran parte del conocimiento científico se orientó a la búsqueda del mejoramiento genético para obtener variedades más resistentes a plagas y enfermedades.

Desde una perspectiva social, los productores comenzaron a ensayar novedosas formas organizativas para encontrar mercados que garantizaran buenos precios, tratos directos de exportación sin intermediarios (coyotes), reducción en el uso de agroquímicos y sortear la inestabilidad de los mercados internacionales. En Cuetzalan, se consolidó la cooperativa Tosepan Titatatiniske, una potente cooperativa que logró articular a los pequeños productores de la Sierra Norte de Puebla desde 1977, bajo la idea del Yeknemilis (Buen vivir). En Chiapas, la cooperativa “Indígenas de la Sierra Madre de Motozintla (ISMAM)” aglutinó a miles de productores, mientras que en los Altos, comenzaron a abundar organizaciones campesinas orientadas a la producción de café orgánico, libre de pesticidas.

A casi más de tres décadas de políticas neoliberales sobre el campo mexicano, para los cafeticultores no todo está perdido. Los productores han comenzado a desplegar una serie de alianzas y estrategias innovadoras para hacer frente a los nuevos desafíos, particularmente el cambio climático, que los ha llevado a experimentar con variedades resistentes a ataques de plagas, ensayar mejoras genéticas del grano y estandarizar procesos de calidad para insertarse en mercados especializados.

En otras regiones, como las montañas zoques del norte de Chiapas, donde la erupción del volcán Chichonal en 1982 devastó los antiguos cafetales, los campesinos han comenzado a recuperar el cultivo en pequeñas parcelas desde la organización Café Muzgo. En Xochitlán, Puebla, los antiguos productores de la Finca Sierra Mágica han decido retornar a las tierras cafetaleras con nuevos procesos de producción.

Los centros de investigación y universidades públicas han jugado un papel central al generar nuevos conocimientos sobre el manejo del cafeto, como la Universidad Autónoma Chapingo y el recién creado Centro Nacional de Investigación, Innovación y Desarrollo Tecnológico del Café (CENACAFE) con sede Huatusco, Veracruz; pero también empresas como Agroindustrias Unidas de México (AMSA), aprovechan los avances científicos para orientar procesos de estandarización y certificación de los productores y obtener registros de propiedad industrial de algunas variedades como la Marsellesa, que en el fondo, operan como mecanismos de acaparamiento y formas de control de la producción cafetalera, tendientes a la monopolización del mercado.

La transformación más relevante en las plantaciones cafetaleras es la aparición de actividades vinculadas al turismo rural, las artesanías, la educación y los servicios ambientales (captura de carbono y biodiversidad), que dan cuenta de una vasta pluriactividad socio-cultural y diversificación de ingresos que experimenta la cafeticultura mexicana desde la década del 2000. A gran escala, la finca Hamburgo en el Soconusco en Chiapas representa la iniciativa más avanzada que incorpora nuevas actividades vinculadas al turismo.

En Cuetzalan, Puebla, el esfuerzo más representativo es la cooperativa Tosepan Titataniske, quien desde el cultivo en pequeña escala y espacios minifundizados de producción, logró diversificar las actividades para no depender únicamente del grano. Hoy en día, la cooperativa administra una caja de ahorro, un hotel ecológico, una escuela, productos locales y construcciones de viviendas, bajo el sistema de cargos comunitarios, donde lo central en el consejo de administración no es el trabajo asalariado, sino la faena (tequio) y las asambleas, que permiten sostener la vida organizativa y económica de los productores.

Un aspecto novedoso dentro de la pluriactividad cafetalera es la aparición de museos en las zonas urbanas. En Córdoba, Veracruz y Tuxtla Gutiérrez, Chiapas los museos operan espacios como puntos de venta, a la vez, son de encuentro cultural y educación, gestionados por los gobiernos locales. En Chocamán, Veracruz, la cooperativa Catuai Amarillo ha logrado incorporar la educación ambiental en su proceso organizativo mediante la creación de una escuela vivencial para allanar el relevo generacional de los productores. Ahí, en los últimos 12 años (2007-2019) se han formado 400 niñas y niños en el arte de la cafeticultura.

Sin duda, la cafeticultura mexicana del siglo XXI experimenta procesos económicos y ambientales que amenazan su producción, sobre todo a partir de las políticas privatizadoras impulsadas por los gobiernos durante la década de 1990 que hicieron a los productores dependientes de apoyos asistencialistas, en tanto que las grandes empresas tenían el camino libre para acaparar la producción y el mercado. Hoy, la nueva amenaza es el cambio climático que podría transformar los espacios cafetaleros en zonas devastadas. En tanto, las familias productoras de pequeña escala tejen alternativas resilientes y sostenibles para continuar la reproducción social del café, aunque siguen padeciendo el monopolio de las grandes empresas transnacionales. •