La trata de personas con fines de explotación sexual es un fenómeno social que a lo largo de la historia se ha ido expandiendo, llegando a todos los rincones del mundo. Las víctimas pueden ser de cualquier lugar, sin embargo, son principalmente mujeres, de las clases sociales más desfavorecidas.
A pesar de los distintos esfuerzos por comprender el fenómeno, la incidencia para su erradicación no es contundente, lo cual puede atribuirse a que se lucha contra los intereses de diversas economías, tanto legales (la industria del alcohol) como ilegales (tráfico de migrantes, crimen organizado), que se encuentran vinculadas a este fenómeno, así como a la corrupción, impunidad, poca o nula voluntad de los Estados para emprender acciones institucionales eficaces y contundentes que partan de atender el problema desde sus orígenes, desde la raíz.
La prostitución es una de las raíces de la trata de personas con fines de explotación sexual. Es ahí en donde se hace evidente que los hombres cuentan con el privilegio de poder acceder a la sexualidad de las mujeres mediante el dinero, lo cual, desde mi perspectiva no es ahistórico, tampoco escapa a procesos sociales que han configurado una sociedad basada en la desigualdad, en donde ha existido una supremacía masculina, lo que implica la subordinación de mujeres. Esta construcción de desigualdad entre hombres y mujeres ha dado como resultado que los hombres puedan acceder sexualmente a mujeres (como los clientes) e incluso las mercantilicen (como los prostituidores y proxenetas).
Al comienzo de este texto se hablaba de que quienes son transgredidas principalmente en el fenómeno en cuestión son mujeres en una condición social marcada por la pobreza, la desigualdad y la violencia estructural. Ellas son un actor en el sistema prostitucional que se encuentra a la vista de todos en espacios prostitucionales como la calle, los moteles, los burdeles, las cantinas o la web. Es ahí en donde son criminalizadas, estigmatizadas, acosadas, violentadas de diversas maneras.
Por otro lado, están los “clientes”, ellos son padres de familia, abuelos, tíos, profesores, albañiles, etc., puede ser cualquiera, pero, debido al prestigio social que representa ser hombre “de familia”, “honorable”, “proveedor”, prefieren mantenerse en el anonimato, sin embargo, cuando rompen con él, es porque comparten experiencias con otros hombres que llevan a cabo las mismas prácticas, en ese sentido, entre hombres prostituyentes parece existir una especie de pacto de silencio y anonimato mutuo.
Sobre los hombres que explotan sexualmente a mujeres encontramos en la literatura académica y periodística principalmente, trabajos que hablan de los proxenetas, sin embargo, uno de los actores fundamentales para entender este fenómeno son los prostituidores, quienes pueden ser hombres o mujeres que, mediante el recibimiento, alojamiento (en espacios de prostitución), y aprovechamiento de situaciones de vulnerabilidad de mujeres, abuso de poder o de la colusión con otros hombres, por ejemplo, proxenetas, se benefician de la prostitución ajena.
Así como los prostituidores y prostituyentes son actores poco nombrados y visibilizados en el fenómeno de la trata de personas con fines de explotación sexual, lo mismo pasa con los espacios prostitucionales, los cuales, parecen ser invisibles a pesar de verlos y transitarlos en nuestra vida cotidiana.
Es importante situar estos espacios, ya que, es a partir de ellos que encontramos a los actores prostituidores; quienes a través de dichos espacios explotan sexualmente mujeres. Éstos son el destino de las mujeres reclutadas por proxenetas, raptadas con fines de prostitución, o de quienes llegan por un cúmulo de violencias estructurales que las colocan en condiciones de extrema pobreza en donde la prostitución es su última “elección”.
Existen diversos espacios prostitucionales, por un lado, a los que me refiero como “los clásicos”, los cuales, pueden ser: bares, cantinas, moteles, casas de citas, incluso la calle, pero en la actualidad también encontramos el espacio prostitucional sociodigital, el cual nos permite observar cómo la prostitución ha experimentado un proceso de proxenetización, el cual, implica que las mujeres se asuman como autónomas, libres, independientes, y esto se expresa a partir de que se anuncian como “independientes”, “sin padrote”, “sin agencia” etc., lo cual no es real, ya que existen quienes se benefician económicamente a partir de anunciarlas en lo digital. Asimismo, debemos cuestionar esa supuesta libertad ya que en palabras de un proxeneta “¿Qué nos garantiza que no hay un cabrón ahí junto de ellas que las esté moviendo y obligando? (El Mamadosauro).
Es importante señalar que el fenómeno de la trata de personas con fines de explotación sexual debe ser analizado a partir de situar todos sus actores, sus espacios, todas aquellas economías licitas e ilícitas que están vinculadas a él. Esto evidentemente implica retos, en lo metodológico para quienes investigamos, pero también en el plano personal, ya que es un tema que nos involucra a todos. Es difícil que escapemos de tener un amigo, familiar, compañero de trabajo etc., que esté involucrado, ya sea como prostituidor, proxeneta o más común como “cliente”.
Finalmente, partiendo de que es un tema que nos involucra a todos, es importante cuestionarnos desde nuestras vidas personales. ¿Cómo es que contribuimos al problema? ¿Qué nos toca hacer para erradicar este fenómeno? Estas interrogantes son importantes, ya que pueden generar el camino para un encuentro necesario entre víctimas y victimarios, funcionarios, académicos, legisladores, organización civil, etc., y a partir de ahí dialogar y construir soluciones, pues estoy convencido de que sólo dialogando se trata la trata. •