¿Puedes verme? Esta sencilla pregunta me conduce a la mirada de Jesús sobre un cobrador de impuestos quien se dispuso a caminar con él (Lc 5,27-28). La mirada que intercambió con aquella mujer que logró encontrarse consigo misma (Jn 4,5-18). La manera en que miró a la pequeña de 12 años a quien daban por muerta y tomó de la mano para que se pusiera de pie (Mc 5,38-42). Recorro esa mirada suya sobre las niñas y niños excluidos por un sistema que les niega el derecho a ser personas (Mt 19,13-14), y entonces miro hacia cientos y miles de niñas, niños y adolescentes migrantes que hoy viajan solos o acompañados intentando cruzar fronteras, y que han sido dañados o viajan con el riesgo de que la dignidad y la vida les sea robada.
El Reino es el proyecto de Jesús, su opción por la vida es radical y exige proteger la dignidad de los más pequeños, de lo contrario, a aquel que causa daño “más le valdría que le ataran una piedra de molino en el cuello y lo arrojaran al mar” (Mc 9,42), pues quien destruye la identidad del ser humano se pierde a sí mismo.
Abusar, explotar y esclavizar a seres humanos es un delito tan frecuente que sucede frente a nosotros sin que seamos capaces de ver, mucho menos si “no son de los nuestros”, vamos muy de prisa para llegar a misa, volteamos a otro lado porque “no es nuestro problema”, justificamos etiquetando “se lo buscó”, “¿por qué no se quedan en su país?” Y allí, detrás del rostro de niñas, niños, adolescentes, mujeres obligadas a vender sus cuerpos, hay una víctima de trata, herida, maltratada, a quien se le ha arrebatado la conciencia de su dignidad, rostros de Dios desfigurados que nos buscan, que nos gritan desde el silencio ¿Puedes verme?
El mercado en las rutas migratorias ha encontrado aliados en consumidores y tratantes, pero también en quienes hemos dejado de ver la realidad de la explotación, el “body card”, el cuerpo de niñas, niños y mujeres usado como tarjeta de pago tratando de llegar al norte. La trata de personas, ha dicho el Papa Francisco, es un crimen, un grave pecado, una llaga en el Cuerpo de Cristo y en el cuerpo de la humanidad, una herida abierta que viola la dignidad humana.
Parece que la realidad ha venido cauterizando nuestra conciencia, sin ver, nos conducimos por instinto a lo que nos despierta el apetito, el deseo, el interés, la ganancia, y ante el constante consumo poco a poco nuestra condición humana se vuelve voraz. La codicia del consumidor, como del tratante, deben dejarse mirar en verdad y recuperar su autenticidad de hijos e hijas de Dios para cuidar la vida antes que matarla, al dañar la integridad de un ser humano se suicida la propia dignidad.
En 1998, Juan Pablo II señaló «Cuando no es reconocido y amado en su dignidad de imagen viviente de Dios (cf. Gn 1, 26), el ser humano queda expuesto a las formas más humillantes y aberrantes de “instrumentalización”, que lo convierten miserablemente en esclavo del más fuerte… La Iglesia quiere protegerlos del engaño y de la seducción; quiere encontrarlos y liberarlos cuando sean transportados y reducidos a la esclavitud; quiere asistirlos una vez que sean liberados».
En el año 2009 quedó establecida la Red Talitha Kum, una iniciativa de mujeres de vida consagrada que como Iglesia nacional, regional y continental han querido hacer frente a la esclavitud y explotación que sufren tantas víctimas en el mundo entero. Se trata de grupos que han asumido el compromiso de promover la sensibilización, formación, acompañamiento, protección, promoción y denuncia de los derechos violentados, sobre todo de niñas y mujeres heridas en su dignidad. Con este fin, en el 2016 nació en México la Red Rahamim, mujeres con entrañas de misericordia comprometidas en la reflexión y la acción contra la trata.
La Dimensión Episcopal de Movilidad Humana, desde la Vertiente Trata de Personas, promueve una pastoral que responda a la llamada de Juan Pablo II y del Papa Francisco, para acoger, proteger, promover e integrar a migrantes, desplazados y solicitantes de refugio, previniendo y evitando que el flagelo de la trata siga cobrando víctimas.
Mirar con ternura, acercarnos, permitirles acercarse, escucharles, abrazarles con misericordia, vendar las heridas con los lienzos de la dignidad y, con determinación, hacer frente al sistema que mercantiliza y convierte en esclavos a los seres humanos, nada más distante de la felicidad del Reino que todas y todos merecemos.
Como señaló el Papa Francisco, No podemos hacernos los distraídos: todos estamos llamados a salir de cualquier forma de hipocresía, afrontando la realidad de que somos parte del problema. El problema no está en la vereda de enfrente: me involucra. No nos está permitido mirar hacia otra parte y declarar nuestra ignorancia o nuestra inocencia. •