Y sigo siendo el rey
n la Plaza de Toros de Pamplona, en España, apareció el duende. Los ooolés españoles tradicionales en las corridas se transformaron en canción:
Yo sé bien que estoy afuera / pero el día que yo me muera / sé que tendrás que llorar...
A los compases de la música popular mexicana, el joven torero Isaac Fonseca bajó de la mesa de operaciones
con una cornada, que recibió 15 días antes, para salir a lidiar una corrida de Cebada Gago de aparatosa presencia, mansa y peligrosa.
A los compases de El rey, Isaac se fue a buscar al duende de García Lorca. Ese duende que es un poder, no un actuar. Hay en el decir de Federico artistas con ángel y musa, pero pocos con duende. El ángel carece de misterio. La musa carece de identidad. Ángel y musa vienen de afuera. El duende viene de adentro.
Al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre
, afirmaba Federico.
El duende es una borrachera de sí mismo. La verdadera lucha con el duende es con lo de adentro.
Para los toreros con duende, la gratificación está en el chispazo que vincula, que surge de repente, rompiendo las reglas. Volviéndose una con la muerte, simbolizada en las astas espeluznantes del toro, el duende es irrepetible. Por eso, se habla de los toreros artistas como Rafael de Paula, donde una verónica es irrepetible, aunque se den muchas.
El toreo de Isaac Fonseca no es de filigrana, pero fue provocando la muerte con un toro con astas impresionantes que manseaba y levantaba a la plaza que cantaba cada vez más fuerte: pero sigo siendo el rey
. Mexicanizó Isaac a la tradicional feria de Pamplona. Lo central fue que mató a sus toros de estocadas a volapié, y ¡vaya que enloqueció la plaza!
El torero aquijotado con traje de torear alquilado –que le quedaba grande, igual que la camisa–, el cuello desabrochado y el cabello revuelto. ¡Ah, pero qué aguante del torero michoacano! Que salió en hombros y se convirtió en otro feriante más diferente.
Creo que tener duende no es para siempre; en esta tarde el duende llegó porque estaba presente la muerte, rondando por el ruedo. Isaac traía abierta la herida que no cerrará nunca. Lo inédito, lo recreado por él mismo.
El duende es el dolor mismo, la conciencia rasgada y no resignada del mal o la desgracia. La revelación de la realidad y las causas esenciales. Isaac Fonseca toreó esa tarde con duende que se reconocía en su propio espejo, asilado del público y todo lo que no fuera el toro. Era crítica interior.
Este duende apareció en la tarde como el amor: muy de cuando en cuando. El duende no se repite, como no se repite la forma del mar y su borrasca. Una raya en el agua. Los toreros actuales no tienen duende, ángel ni musa, son la repetición y la aburrición en medio de la intriga y el chisme que no valen la pena comentar.
Isaac brindó el toro en los micrófonos de los cronistas diciendo que se partía la madre estando afuera
, y la plaza México cerrada y...