El concepto de patrimonio biocultural es indisociable a la territorialidad que ocupan los pueblos indígenas en un espacio determinado. Es decir, el patrimonio biocultural se representa en la manera en la cual los pueblos indígenas hacen uso diferenciado; manejo, conservación y restauración, en distintas formas, gradientes e intensidades, de los bienes naturales de los cuales son garantes. Estas formas de manejo se materializan en los distintos paisajes que forman sistemas realmente complejos, entreverados entre agroecosistemas bien definidos; y masas forestales, a las cuales podemos definir como “naturales” (Boege, 2008). Si partimos de entender al paisaje como un sistema de objetos y un sistema de acciones correspondientes a una intencionalidad (Santos, 2000), es posible comprender la manera en que las y los indígenas Nuntaj++yi transforman su territorio de acuerdo con las intencionalidades mediadas por su sistema de objetos y sus sistemas de acciones.
En términos escalares el territorio al cual hacemos referencia es el solar, conocido en otras latitudes como huertos familiares, homegardes, kitchengardens, huertos de traspatio, etc; espacio físico que tradicionalmente se le asignaron dos funciones, la primera como complemento de los sistemas productivos de mayor extensión, parcela, pradera, cafetal, finca etc. Y la segunda, como espacio privilegiado de ámbito de acción femenina considerando, en este sentido, al espacio no sólo en términos físicos, sino también como ámbito de toma de decisiones.
Desde nuestra perspectiva, en el primer caso; el huerto familiar más que un “complemento” de un sistema de sistema productivo de mayor extensión y del cual se obtiene una mayor renta económica, es un sistema base que funciona como un laboratorio viviente en el cual se ensayan diferentes técnicas en la producción y domesticación de agroespecies y crianza de animales (Sistema de objetos y sistema de acciones) que serán, posteriormente, producidas a una escala mayor (Intencionalidad).
En segundo lugar, el considerar, per se, al solar como un espacio privilegiado o exclusivo del ámbito de acción femenina también pareciera que perpetua a este espacio productivo como un sitio de confinamiento de la mujer campesina, dejando de lado, que el solar aun cuando se trata de un territorio reducido en términos escalares; como todo territorio, el solar no está exento de ser permeado por relaciones de poder.
No obstante, el solar también suele ser un espacio de negociación de los integrantes de la familia campesina, en donde se discute el uso que se le dará a ese territorio; y al parecer, un punto de encuentro entre la mirada femenina como masculina es encontrar este espacio como un sitio de recreación del territorio de escala mayor. Nos referimos en concreto, a como el solar o huerto familiar popoluca bajo la función de “laboratorio viviente” reproduce e imita a los ecosistemas adyacentes en los cuales se encuentra inmerso.
Tal noción se desprende a partir de un trabajo que hace unos años realizamos en la comunidad popoluca de San Fernando, en el municipio de Soteapan, al sur del estado Veracruz Este trabajo, de corte más académico, dio cuenta de cómo las y los popolucas integraban en su solar varias especies silvestres, que suelen ser en su mayoría, especies características de algunos o de todos los ecosistemas que forman parte del complejo de vegetación que da forma a la Reserva de la Biosfera Los Tuxtlas y de manera más específica de la Sierra de Santa Marta, la cual se integra por 14 tipos de vegetación (Ramírez, 1999) que van desde bosque enano de montaña, que se encuentra en la cima del volcán Santa Marta, hasta dunas costeras y selva inundable en las zonas aledañas a la Laguna del Ostión en donde, según los registros históricos, se extendía el Olmecapan.
Árboles, arbustos, hierbas, lianas y epífitas que fueron seleccionados bajo una intencionalidad, el emular los ecosistemas que rodean a la Sierra de Santa Marta; y dar fe de que sus poseedores recorrieron y caminaron este territorio vivido.
En su conjunto hablamos de un registro de aproximadamente 289 especies diferentes halladas en los solares. Cabe resaltar que como menciona Somarriba, cada huerto familiar es único e irrepetible tanto en su composición como en su estructura. Son verdaderas “huellas digitales” que caracterizan a las familias campesinas que los habitan, materializando sus modos y mundos de vida desde su cosmos, su corpus y su praxis. Los huertos familiares de San Fernando, Soteapan, demuestran de manera tangible que son espacios a donde se preserva la “memoria como especie” del pueblo Nuntaj++yi. •