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El estante de lo insólito
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Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Ennio Morricone

“Estuve vivo, amigo. Si me has comprendido
tú también, algún día, en una leve rama
muy semejante a esta, podrás susurrar.”
Sobre tu tumba, de Adriano Grande

C

omo gran reunión de las artes para crear un arte de conjunción, el cine convoca, adiciona, destaca y modifica –desde la aportación histriónica– el ángulo del plano o la nota musical, propicia el efecto transformador en el espectador. La música es mucho más que compañía, puede ser cuerpo, eje y sustancia de un relato cinematográfico, particularmente de la mano de algunos notables que le dieron otro nivel, y sin cuya obra algunos clásicos son impensables. Uno de los más importantes nació en Roma, la ciudad eterna, en 1928. Mayor de cinco hermanos, fue nombrado Ennio Morricone, un personaje inmenso en el mundo del cine.

De la trompeta al estudio

Su padre, Mario Morricone, era músico. Tocaba la trompeta en una banda que, entre otras cosas, acompañaba exhibiciones del cine silente. Descartó los iniciales deseos de Ennio por estudiar algo que no fuera música. Le enseñó las notas básicas y después lo mandó al conservatorio. Apenas a los 6 años, empezó a desarrollarse en el instrumento, y también en el aprecio de cada área, donde se apasionó por el entendimiento de la partitura y la calidad de la grafía que se registraba en las piezas originales de trabajo. Su padre le exigía y él encontró una pasión en el terreno de la composición, maravillado en especial por Ígor Stravinski (cuyo concierto en vivo le afectó de forma profunda) y haciendo su primer despliegue como creador de obra, admirando a su maestro Goffredo Petrassi.

Muy joven, siempre acompañado por su esposa, María Travia, su mejor crítica, llegó a componer para la Radiotelevisión Italiana (RAI) y después fue reclutado para transformar la producción discográfica de RCA, donde le distinguió una forma única de trabajar y establecer la personlidad y ritmo de una canción con uso del contrapunto, en el que su cruce de ritmos y armonías marcó los grandes éxitos de las estrellas de la época. Fincó una manera de construcción que puso en otro nivel a cantantes brillantes como Gianni Morandi. Aunque siempre dijo que no pretendía hacer una innovación en ningún sentido, la industria y los expertos sí que lo marcaron.

Los duelos y más de 400 películas

Empezó formalmente en los años 60 en la creación de música para cine. En 1964, hizo su primer gran éxito con Por unos dólares más, primera colaboracion con el director Sergio Leone, un compañero de la escuela primaria con quien no tuvo mayor amistad escolar, pero que sería clave en su salto como compositor cinematográfico. Después llegó El bueno, el malo y el feo, en 1966, punto definitivo de su colaboración con Sergio Leone, que aún es considerado uno de los mejores scores de la historia, una influencia definitiva, una pieza maestra.

Coros, campanas, guitarras eléctricas, silbidos y una trompeta rompen lo esperado en un wéstern. Mientras el cine lo premia y lo busca con ansiedad, hay voces que critican su labor por alejarse del canon académico. Ennio lo lamentaba, pero no paró, escribía en todas partes, pensaba en un tono, en el uso de un instrumento, los mezcla, hacía anotaciones en papeles sueltos, inventaba, investigaba, proponía… terminó por hacer la música de más de 400 largometrajes.

Para él, siempre fue importante que se considerara el grueso de su obra y no sólo los trabajos de los denominados spaguetti westerns, donde dejó trabajos sensacionales en largometrajes como Había una vez en el oeste (Sergio Leone, 1968), en el que establece trama y personajes en una primera parte de la cinta que no tiene diálogos, sólo efectos sonoros y la música.

Presentado en emisiones televisivas como el músico del wéstern, Morricone ese momento trabajaba en otros terrenos, haciendo piezas igualmente brillantes lejos de las cabalgatas y el cruce de balas, como en La batalla de Argel (Gillo Pontecorvo, 1966), Teorema (Pier Paolo Pasolini, 1968) y Los caníbales (Liliana Cavani, 1969).

Hacer un clásico

Las posibilidades de muchas películas se catapultaron con el trabajo de Ennio Morricone, que fue encontrando nuevos socios notables como Bernardo Bertolucci, para quien grabó una música de antología en Novecento (1976), Roland Joffé, para quien creó en La misión (1986). Con Sergio Leone tuvo un rencuentro significativo en la magistral Érase una vez en América (1984), una película tan melancólica como brutal y dolorosa de casi cuatro horas, con música impecable y el Tema de Deborah como uno de las composiciones más bellas de la historia del cine. Curiosamente, fue escrito para Amor eterno (1981), de Franco Zeffirelli. Descartado entonces, se convirtió en cuerpo central en la película de Leone. Gran parte de la música fue reproducida para el elenco en el mismo set, como una forma de inspiración y soporte interpretativo del reparto.

De acuerdo con Morricone, la música debe ser todo, el canto, el coro, la sinfonía, el arreglo exclusivo de una sola sección musical, el agregado impensado de una armónica, un silbido, una banda marcial, una flauta… mezcla y produce algo muy distinto al fundamento estrictamente orquestal que le precede. Varios experimentados serán notorios y apreciados y otros, como su manejo de reiteración tonal y eléctrico para The Thing (John Carpenter, 1982), serán menos destacados por los críticos, pese a su influencia posterior.

Para Brian de Palma, realizó la espléndida composición de Los intocables (1987), donde las cadencias contraponen de forma permanente la violencia con los breves remansos entre la investigación, con la siempre destacada secuencia en la escalinata de la estación. Para Pedro Almodóvar, hizo Átame (1989), y con Giuseppe Tornatore trabajó en cintas espléndidas como Cinema Paradiso (1988), Están todos bien (1990), El fabricante de estrellas (1995), Malena (2000) y La mejor oferta (2013).

En el gran documental Ennio, el maestro (Giuseppe Tornatore, 2021), varios inmortales dan su testimonio sobre el genio del maestro. Quincy Jones, Bernardo Bertolucci, Darío Argento, Clint Eastwood, John Williams, Nicola Piovanni, Boris Porena, Hans Zimmer, Roland Joffé, Alessandro Alesandroni, Pat Metheny y muchos más exponen su perspectiva para entender por qué Morricone es un admirado genio musical.

La última partitura

Quentin Tarantino recogió el Globo de Oro que Ennio ganó por su trabajo en Los ocho más odiados (2015). El discurso del realizador fue de placer inmenso, porque al admirado músico lo comparaba sólo con los mejores creadores musicales de la historia. El maestro italiano también ganó el premio de la Academia de Hollywood. Antes había estado nominado en varias ocasiones sin ganarlo. En un momento emotivo y culminante, Quincy Jones leyó su nombre como el ganador de la categoría. En el palco, acompañado por John Williams, Ennio se erigió en el pináculo de su gran trayecto.

Siempre fue rudo para Ennio que su maestro Petrassi considerara que hacer música para cine comercial significara rebajarse, prostituirse. El tiempo, sin embargo, con la gran calidad y vasta obra de Morricone ha demostrado que la sensibilidad atmosférica de las imágenes puede alcanzar un nivel de maestría con la correcta partitura. La música del maestro puede ponerse como si se escuchara a los grandes de la música clásica. Petrassi lo reconoció posteriormente por el nivel de composición y estética de su trabajo. Lo que ocurrió con su mentor, pasó con los académicos y las academias (fue un escándalo que no obtuviera el Óscar por La misión, por ejemplo), al final, nadie pudo más que admirar el legado de su trayectoria.

Ennio no volvió a tener un concierto o aparición pública; se mantuvo, sin embargo, componiendo, con ese papel pautado y lápiz siempre con él, con el repaso de las miles de partidas de ajedrez que lo acompañaron para pensar en la forma, la estructura, la estrategia certera, la entereza para analizar las situaciones y dar con las mejores soluciones. Hizo música para televisión y comerciales y hasta un himno al ajedrez. El maestro se fue con su propio compás rítmico a los 91 años. Dejó escrita una carta para despedirse y agradecer, ante todo, a su familia. Metallica sale a escena con el tema de El bueno, el malo y el feo, y muchísimos músicos han hecho versiones de su obra. Estará siempre en cada compás de su extraordinaria música.