Opinión
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El juego y la importancia
L

os nubarrones se notan, sienten y pululan por todos lados. Sobre todo lo hacen en medio de esa fina capa social que convive en los entresijos del poder. El juego electoral básico, por abarcador y presidencial, ha empezado. Al mismo tiempo puede también oírse el ruido de ambiciosos vientos adicionales que corren de un lado para otro. La mayoría de esos aires parecen extraviados, circulares, sin dirección precisa. Pero hay otros que apuntan para encontrarse en el punto convenido, precisamente ahí donde muchos los quieren situar. Se ha vuelto, después de un lapso adormecido, a sentir la urgencia de las decisiones políticas personales y las grupales también. Y ahí se va, casi en tropel, sobre las expectativas y las urgencias para renovar acomodos que apacigüen ansias. Cada quien debe entrever el lugar propicio y conveniente. Uno que pueda llenar las propias pulsiones y posibilidades. Quedarse fuera del remolino, para aquellos acostumbrados a vivir los tirones electorales, no es una posición aceptable. ¡Vaya! Ni siquiera reconfortante y sí de acusada pasión y angustia.

Hay quienes atienden a los detalles usados en la parafernalia. Los espulgan al detalle y llegan a santificarlos como paradigmáticas normas. Otros ponen el acento en los tiempos, ingrediente básico no sólo de la competencia, sino de la misma sustancia a debatir, a diseñar. La manera de conducir el proceso marcará las intenciones del o los guías. Pero también se sentirá la disciplina que impondrá el partido. Sobrellevarse dentro de cauces establecidos en relativa paz, al menos, marcará sin duda la calidad del juego democrático. Le impondrá los valores que sostienen, tanto el grupo mayoritario, como los protectores de las minorías que de ella se apartan. Las pasiones deberán quedar circunscritas, cuando mucho, al alboroto de las palabras. Pero se tendrá que regresar de inmediato a la concordia por si alguna vez esta tranquilidad se desborda.

Fijar la vista en los perfiles de la contienda es primordial. Conocer y repensar las historias individuales, tanto de candidatos como de sus apoyadores. Cuántos y quiénes forman el grupo que los alienta y alberga tendrá que ser minuciosamente establecido. Este no puede confinarse a un análisis superficial. Hay que profundizar al respecto porque esos pormenores son relevantes a futuro.

Por ahora los morenos han trazado su ruta para dirimir sus rivalidades. Lo han hecho de manera ordenada, algo singular en la rijosa historia de las izquierdas. Han diseñado un conjunto de reglas, aceptadas por la totalidad de sus consejeros y aspirantes. Reglas que aseguren, hasta donde sea posible, la unidad partidista que evite quiebres o deserciones. Se han separado de los rituales secretos y unipersonales (dedo) del pasado. Pudieron nombrar a los que pretenden ser sus candidatos para la inmediata contienda. Quieren que sus ofertas sean escuchadas en paz, sin provocaciones o pleitos. Y, al parecer, lo podrán lograr a juzgar por su acuerdo inicial. Son, por ahora, seis pretendientes en total. Aunque sólo dos o máximo tres, en realidad son los que tienen posibilidades de ser los efectivos contendientes. Todo dependerá de lo que digan, en rigurosas encuestas, los ciudadanos consultados. Otra característica novedosa consiste en repartir el pastel. El triunfador en el favor ciudadano no se debe quedar para sí, toda la responsabilidad: parece prudente conservar el talento en circulación. Aunque también puede interpretarse como una imposición transexenal que limite la libertad del triunfador.

Es, este innovador proceso, una anomalía en los resortes decisorios de épocas pasadas. Incide sobre las formalidades herméticas que permitían la preeminencia de una sola voluntad en solitario. En efecto, ya se declaró, caduca, por vetusta, la costumbre anterior, ¡no más tapadismo! Aunque no faltan aquellos renuentes a darse por enterados y radicarse, tercamente, en lo sabido: ¡ya se tomó la decisión y es…! predican una y otra vez, no sin presumir buena dosis de pragmático cinismo.

Escasos dos meses de incertidumbre esperan por delante. Después se adentrará la sociedad en la contienda definitoria entre, seguramente, dos nutridas coaliciones partidistas. Una que pretende continuar la construcción de un nuevo régimen. Y otra que desea reponer el que se eliminó. La pugna ya se ha establecido con claridad suficiente. La campaña electoral que espera, un tanto más allá, irá precisando contornos, ofertas y perfiles ante los ciudadanos.