a Montaña de Guerrero se ha vuelto tristemente célebre por la violencia histórica que viven las indígenas de la región, que ha permeado en todos los ámbitos de la vida comunitaria. La autoridad que sus parejas creen tener sobre ellas propicia el escenario ideal para agredirlas, sumadas a la gran impunidad y corrupción de las autoridades. Ese fue el caso de Eva, joven del pueblo ñuu savi originaria de Xalpatláhuac, que desde niña ha vivido la violencia machista. A los 14 años se casó con Gerardo, un joven de esa comunidad. Dice que decidió con libertad, pues lo amaba. Pensó que viviría una realidad distinta a la de su madre o sus tías.
Eva recibió la noticia de que Gerardo tendría que irse a trabajar a Estados Unidos, pues era la única vía para darle una mejor vida a ella y a la hija de ambos, María. Le prometió que sería poco tiempo, pues él consideraba que en dos meses juntaría el dinero necesario para construir su casa. Eva aceptó, prometió esperarlo con su suegra. En las comunidades se acostumbra que las mujeres al casarse vayan a vivir a la casa del esposo. Ella lo veía como protección. Esperó años. Gerardo regresó. Eva y María lo recibieron con alegría, sentimiento que duraría poco. Gerardo sabía que tendría que regresar a EU, para continuar el sueño de construir un patrimonio para su familia, que sería más grande, pues el pequeño Tadeo venía en camino.
Gerardo propuso a Eva que lo acompañara a EU. Consideraba que juntos trabajaban más, por lo que más pronto tendrían su propia casa. Eva aceptó; le puso de condición que primero daría a luz, pues consideraba que cruzar el desierto embarazada era muy arriesgado. Pensaron que cuando tuvieran estabilidad económica, traerían a sus hijos con ellos. Difícil decisión para Eva, pero no existían oportunidades en el pueblo para ella y sus hijos. Migraron pensando que todo sería más fácil, pues estaban juntos.
Nunca contó con lo difícil que es la vida en un lugar ajeno, donde los vicios y la soledad hacen presa a los miles de migrantes. Poco se habla de esto, pero es una gran crisis que viven. Los hombres la padecen más, pues ante la imposibilidad de hablar de sus sentimientos y al intentar convencer a sus familias en México de que están logrado el sueño, nunca lo dirán. Gran carga emocional. El caso de Gerardo no fue distinto, con la crisis de la pandemia y la escasez del empleo, sacaba su frustración contra Eva. Todas las noches al llegar a casa, Gerardo la golpeaba. A veces bajo el argumento de los celos. Cualquier pretexto era suficiente.
Ella lo toleraba, pues fue educada para obedecer a su esposo. Creía que los golpes eran parte del matrimonio. Eva cubría los moretones con maquillaje y se iba a trabajar. Sus empleadores notaron las marcas. Un día le preguntaron sobre los moretones y le dijeron que eso no era normal, que había que denunciar a quien la agredía. Le mencionaron que en ese país golpear a las mujeres no estaba permitido y es muy castigado. Si no denuncias tú, lo haremos nosotros, dijeron. Eva volvió a llegar golpeada al su trabajo; de ahí llamaron a la policía.
Eva no entendía bien el español. Su primer idioma es el tu un savi o mixteco. En su comunidad sólo hablaba en su lengua con su familia y en EU casi siempre estaba trabajando o con Gerardo. No pudo aprender inglés o perfeccionar el español. Esa barrera enfrentan muchas indígenas al intentar denunciar a sus agresores; esto, más el miedo a la deportación, propicia que opten por el silencio. No fue el caso de Eva. Las trabajadoras sociales la ayudaron a conseguir a una persona interprete y dio su testimonio. Por primera vez en su vida Eva estaba sola, no existía una comunidad que la protegiera; además, había denunciado a su única compañía en EU. Esto la hizo temer, pero decidió seguir luchando para lograr estar junto a sus hijos.
Eva enfrentaba por un lado al proceso en EU por haber sido víctima de violencia y, por otro, lidiaba con la realidad de que sus hijos estaban a cargo de Micaela, su ahora ex suegra, quien decidió vengarse de Eva utilizando a sus hijos. Ella hacía lo posible para que Eva no se comunicara con María ni con Tadeo. La mayor parte del tiempo aprovechaba para recriminarle por haber acusado a su hijo de forma injusta, y la presionaba para que enviara dinero para los hijos.
Eva pidió ayuda. Se comunicó con instancias de México, pero siempre se encontraba la negativa, pues, aunque es beneficiaria del estatus no inmigrante U (visa U) en EU, lo que le permite reunificarse con sus hijos, sería complicado. Los menores no podrían salir del país sin la autorización de Gerardo. Consideró otorgar la custodia a su madre o alguno de sus hermanos, pero de nuevo la autorización del padre era obligatoria. Esto frustraba a Eva pues, a pesar de que Gerardo es un criminal en EU, no podría hacer nada en su país para agilizar el proceso.
María y Tadeo seguían en la comunidad con su abuela, quien les decía que su madre ya no los quería y que sólo su papá se preocupaba por mandarles dinero para que comieran. Micaela advirtió a Eva que si tardaba más en volver, vendería a María con un vecino, pues ya estaba en edad de casarse. Eva decidió poner un alto a esta situación. Habló con María y le dijo que era hora de rencontrarse.
Un mañana María y Tadeo se despidieron de su abuela; volverían por la tarde tras la escuela. Viajaron a Tlapa, donde los esperaba un tío. Allí tomaron el camión hacia la Ciudad de México, de donde volaron a Tijuana. Se resguardaron en un albergue, con el temor de ser localizados. En la Montaña la familia de Gerardo activó la alerta Amber, dijeron en redes sociales que los menores habían desaparecido y que estaban muy preocupados. Mientras, Eva pedía con todas sus fuerzas que no encontrarán a sus hijos, para reunirse en EU. Aquel fin de semana pareció eterno. El lunes a primera hora con ayuda de Al Otro Lado, los niños comenzaron su proceso de reunificación. Ahora Eva, María y Tadeo se encuentran juntos en un lugar donde su calvario, producto del miedo y la violencia, ha quedado atrás.