"La Jornada del Campo"
Número 188 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
Miscelánea

Los ventarrones y la naturaleza

Jesús Castillo Aguirre Profesor de la Universidad Autónoma de Guerrero, sede Acapulco, Guerrero. Calentano de origen.

¡Aterrador! No hay otra palabra para describir el ventarrón en forma de un altísimo muro rojizo y amarillento de tierra que parecía moverse muy lentamente con dos enormes brazos que empujaban, por el derecho, al altísimo cerro de El Tinoco, y por el izquierdo, al emblemático cerro de El Águila. La cortina del ventarrón sobrepasaba la altura de esos cerros.

Era por las tardecitas, entrando el sol, por estas fechas de abril y mayo. Rutinariamente había que ir a arrear los animales al campo, al bajial. Pero cuando, al dar vuelta la calle, ampliar la vista y divisar la playa del rio Balsas hacia abajo, aparecía ese monstruo de viento y tierra a menos de cinco kilómetros a la distancia. Mientras, ya comenzaba a sentirse el soplido de un ligero airecito caliente.

Desde unos cinco o seis años de edad, ya no podías regresarte a casa y decirle a tu papá que venía un ventarrón, que le tenías miedo. No. Eras hombrecito, y deberías ya tener el valor de enfrentar esas ventoleras despiadadas. Así que a chocar con el ventarrón.

El ventarrón te azotaba de un lado a otro. En lo que cruzaba, tenías que caminar lento y de costilla; agarrar tu sombrero de palma y arquearlo a tus oídos. Muy difícilmente podía protegerte de la tierra: se te llenaban los ojos, la nariz y los oídos de tierra. Te empolvabas todo. Cuando ya pasaba lo fuerte, tenías que detenerte a desazolvar tus sentidos y a lamentar tu suerte. Sin llorar.

En una ocasión, pasada la temporada de estos ventarrones, le pregunté a mi padre del porqué los había. Me contestó: “Ah hijo, es que ya vienen las lluvias, a principios de junio, y la naturaleza sabe que muchas semillitas aún siguen pegadas a sus vainas, en las ramas secas de las plantas o en los árboles; o están sobre piedras o ramas tiradas al suelo. Y necesitan estar sobre la tierra para nacer cuando llueva. El ventarrón es para sacudir todas esas ramas para que se desprendan y caigan las semillas al suelo fértil. Si no hay ventarrón, esas semillas no nacerán y no se reproducirá la naturaleza”. Ah, me dije en silencio.

Desde entonces, nunca más renegué de los ventarrones. Al contrario, los enfrentaba con gallardía por las tardes, en el camino a arrear mis animales. Las plantas volverían a nacer y florecer. •