"La Jornada del Campo"
Número 188 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
 
Integrantes de la familia Martínez del proyecto Sohuame Tlatzonkime.  Celeste Cruz AvilésIntegrantes de la familia Martínez del proyecto Sohuame Tlatzonkime. Celeste Cruz Avilés

EditorialOikonomía

No es la benevolencia del carnicero, del cervecero, del panadero lo que nos produce el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos su humanitarismo sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas.

Adam Smith. Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones

Con el tsunami de producción e intercambios que acompaña a la modernidad, oikonomía -que en griego significa administración del hogar- se transforma en economía, disciplina que a fines del siglo XVIII Adam Smith convierte en una ciencia cuyo propósito es entender de qué manera opera el mercado; esa “mano invisible” que como los designios de Dios o las fuerzas de la naturaleza decide el curso de las cosas redituables. Y desde el divisadero de la economía el egoísmo se torna virtud pues gracias a la magia del mercado el afán de lucro -que según esto a todos nos mueve- deviene bien común.

El mercado es un mecanismo autorregulado, un autómata que decide por las personas a las que solo pide que sean egoístas pues les hará bien. Donde domina la codicia la benevolencia, la generosidad y el humanismo salen sobrando. En los ámbitos de la producción y el consumo no mandamos nosotros sino las cosas: las mercancías animadas; es el mundo al revés.

Pero en ocasiones las personas actúan de otra manera; hay carniceros, cerveceros y panaderos a quienes les importan las necesidades que sus productos satisfacen y no solo su propio interés. En el mundo del egoísmo también encontramos solidaridad a contrapelo: a la economía de las cosas se opone una economía de las personas, una economía moral que desafía al autómata mercantil.

Aunque inmersos en un mercado al que deben tomar muy en cuenta porque es traicionero a los campesinos, los artesanos, los pequeños prestadores de servicios, los comerciantes… modestos no los mueve tanto el lucro como el bienestar. Es la suya una oikonomía moderna, una economía moral, una economía del sujeto; una economía donde más que el enriquecimiento y la ciega acumulación lo que cuenta son las necesidades de las personas de las familias de las comunidades; una economía con sentido social.

A mi entender deben ser considerados economía social todos aquellos procesos de producción, circulación y consumo en los que, aun estando presente la lógica del mercado, predomina una racionalidad que al lucro antepone el bienestar individual y colectivo. Una economía del sujeto y no del objeto conformada casi siempre por unidades familiares: agricultores domésticos, talleres, peluquerías, panaderías, tortillerías, cafés internet, misceláneas, lavanderías, tintorerías, fondas… la inagotable, variopinta y bulliciosa multitud de pequeños productores de bienes y servicios que a todos nos circunda y de la que con frecuencia nosotros mismos formamos parte.

La marchanta de las verduras me recomienda la fruta que me conviene llevar, la señora de los tamales me los fía cuando no traigo con qué y en los viajes con el taxista tolerado platicamos de los problemas de la colonia… Hay entre nosotros un sentido de comunidad, pero los lazos que nos unen no van más allá. A veces sin embargo dos o más familias combinan sus capacidades, sus necesidades, sus recursos y marchan juntas. Los taxistas piratas, por ejemplo, cuidan el orden de los servicios y mantienen limpia la base que ellos mismos crearon. Yo comparto con otros ocho un terreno que compramos entre todos y en el que tenemos servicios en común: vivo en condominio. En estos casos además de sociabilidad, hay relaciones solidarias.

Solidaria es, entonces, una economía donde dos o más individuos o familias se asocian para hacer más favorables las condiciones en que compran, producen o venden mejorando de este modo su calidad de vida. Aunque a veces se asocian simplemente para sobrevivir pues en sociedades competitivas como las nuestras la escala con que operes te da ventajas o desventajas de modo que para permanecer y si es posible prosperar las economías pequeñas necesitan asociarse.

¿Pero, más allá de la escala, por qué hay economía social y no solo empresas privadas?

Las empresas capitalistas no son sociales ni solidarias, son porciones de capital que se mueven en función de la ganancia pues si no lo hicieran ya habrían quebrado. Pero junto a ellas puede haber -y de hecho hay- empresas cooperativas que no tienen un solo dueño sino varios quienes además son trabajadores. La distribución del ingreso y la gestión son distintas en unas y otras, pero ambas son empresas que para sobrevivir tienen que jugar el juego del mercado. Aunque formalmente las cooperativas medianas o grandes son distintas de las empresas privadas materialmente son parecidas pues la competencia las obliga a emplear tecnología y formas de organización del trabajo semejantes a las de las que tienen un solo dueño.

Hay sin embargo actividades de producción, distribución y consumo cuyas condiciones materiales y espirituales chocan con los modelos tecnológicos y de gestión de las empresas privadas. Tal es el caso de algunos cultivos agrícolas y de los trabajos domésticos familiares, labores donde la forma capitalista de producir no funciona o funciona mal pues es difícil si no imposible especializarlas, uniformarlas y escalarlas. El aporte de bienes y servicios proveniente de los campesinos y las amas de casa no solo es socialmente necesario, es vital, pero la producción en serie y el modelo fabril son incompatibles con la pluriactividad, personalización y afecto que demanda el cuidado de los seres humanos y de la naturaleza.

La llamada economía del cuidado es parte de una ética del cuidado que la impersonal y serializada economía capitalista es incapaz de reproducir, de modo que el aprovechamiento sostenible del entorno natural y la preservación afectuosa de las familias seguirá dependiendo de una economía social y con frecuencia solidaria, de una economía del sujeto, de una economía moral. Una economía del cuidado cuyo encargo es nada más y nada menos que la preservación y reproducción de la vida.

Diversificada como lo son los recursos y necesidades que le tocaron, pero con la integralidad holista que le confiere la unicidad de los sujetos que la practican, la economía moral del cuidado se puede escalar pasando de la familia a colectivos mayores que sin embargo se ocupan de las mismas necesidades que las unidades domésticas y tienen su mismo espíritu y racionalidad.

En el campo las relaciones solidarias están muy generalizadas: la familia extensa o los simples vecinos por el sistema de mano vuelta o peón ganado acostumbran colaborar en los trabajos que rebasan la capacidad del núcleo doméstico; es habitual que los emprendimientos mayores los aborde la comunidad mediante tequios, guetzas o mingas; es muy frecuente que productores de un mismo cultivo comercial se organicen para su comercialización y a veces para su procesamiento primario…

Asociarse con fines de gobernanza, ritualidad o celebración festiva está en la naturaleza de los campesinos. Pero en el ámbito de lo económico acuerparse es la única forma de hacer frente a la desventaja con que se enfrentan a un sistema inicuo que si no se organizaran para resistirlo ya los hubiera engullido. No es solo su tamaño sino también el hecho que como no trabajan para lucrar sino para subsistir pueden ser obligados a comprar y vender con pérdidas: es la Ley de San Garabato, dicen, “Comprar caro y vender barato”. Y entonces se agrupan para resistir y si es posible prosperar.

Hay empresas asociativas en todas las ramas de la actividad agropecuaria, pesquera y forestal. Organizaciones económicas que sirven a los intereses de los socios y no de un patrón, pero cuya forma de operar es semejante a la de las empresas privadas. Algunas, sin embargo, no adoptaron el modelo de la empresa sino el de la familia.

Pienso en la Tosepan Titataniske (Unidos Venceremos) de la sierra nororiental de Puebla, una unión de cooperativas que atiende cuestiones de producción agrícola, de industrialización, de comercialización, de tecnología, de financiamiento, de ahorro y préstamo, de vivienda, de energía, de caminos, de comunicación, de salud, de cultura, de educación… además de participar destacadamente en la defensa de su territorio y patrimonio amenazados por minas y presas hidroeléctricas.

Como una gran familia que no desatiende nada ni descobija a nadie, la Tosepan asume todas las facetas de la vida de sus socios. En vez de especializarse y “externalizar” actividades no esenciales para el negocio, como lo hace la empresa privada, la Unión de Cooperativas “internaliza” necesidades sociales y diversifica su actividad, es multiactiva porque multidimensional es la vida que se ha propuesto cuidar.

Apostar a lo social y solidario en un mundo donde dominan el egoísmo y el mercado es una tarea difícil pero necesaria pues en ella nos va la vida. •