Una experiencia con apicultores de la Montaña de Guerrero
La solidaridad, un elemento esencial en las organizaciones productivas rurales
De la solidaridad internacional, en la década de 1980, cuando México dio refugio a las y los indígenas desplazados por la guerra civil en Guatemala, nació la idea sobre cómo hacer mucho con poco desde la sociedad civil, con más voluntad y ganas de apoyar que con una estrategia definida; a una crisis humanitaria, una respuesta solidaria, ahí nació la esencia de lo que hoy es Miel Solidaria Campesina, Asociación Civil (MISOCA).
Ese hacer mucho, entre otras cosas, implicó romper el paradigma de la verticalidad que implican las dádivas, ya sean etiquetadas como apoyos gubernamentales o como filantropía de particulares. El sueño de ese entonces sigue vigente: devolverle su esencia humana a quienes se les arrebata todo; ello implica tejer una relación horizontal, humana y solidaria, en el entendido de que la solidaridad es generar un vínculo en donde se concrete el bien común; de ahí que no es solo sembrar la semilla, sino propiciar que se arraigue y que sus raíces sean fuertes, perennes.
A la vuelta de los años, les he preguntado a las organizaciones apícolas de Chiapas, que contribuyeron en la capacitación y en el préstamo de terrenos para las y los refugiados, si realmente eran una “carga” y la respuesta ha sido la misma: no, por lo contrario, hay quienes recuerdan que los recibieron como a un familiar que regresa a casa después de muchos años; quienes llegaron a pensar eso de la “carga” -aseguran- fueron los “otros”, los que tenían miedo de perder sus tierras, sus riquezas.
La apicultura fue una de las opciones productivas que mayor recepción tuvo y fue propuesta, cuentan las socias fundadoras de MISOCA, por los apicultores chiapanecos, argumentando que, además de enseñarles “el oficio” no se requería de grandes extensiones de terreno para que instalaran sus cajas. De esa propuesta y gesto solidario, las lecciones aprendidas son las que en gran parte sustentan las tesis para continuar afirmando que la apicultura es la opción pecuaria de mayor viabilidad y sostenibilidad, amigable con el medio ambiente, con amplias posibilidades de diversificación productiva y, sobre todo, porque ya sea la miel o cualquier derivado de la colmena, son productos saludables y de gran valor nutritivo, con cualidades curativo-preventivas, e incluso para uso cosmético.
Quienes hemos tomado la estafeta en MISOCA, nos hemos enriquecido de los múltiples conocimientos de las y los apicultores, de su comunión con el medio ambiente y de su arraigo al territorio, y un ejemplo actual es la naciente Sociedad Cooperativa de Producción Apicultores Unidos de la Montaña de Guerrero, un esfuerzo de cuatro organizaciones apícolas de indígenas Me’phaa, que a través de un proceso asociativo han dado pasos importantes para mejorar su condición económica, cuidar su entorno y no perder de vista la solidaridad como esencia de lo que son, y de lo que se nutre en gran medida la economía social.
Ya renglones arriba definimos de manera elemental lo que entendemos y asumimos como solidaridad y eso es, por así decirlo, la esencia que hemos transmitido a todas aquellas organizaciones con las que hemos trabajado; sus formas de expresarla y vivirla en las comunidades siguen siendo lecciones de vida y en la montaña de Guerrero, los ejemplos han sobrado.
En marzo de 2013 formalizamos nuestro encuentro con don Quirino Ramírez Poblano (QEPD), quien nos invitó a Malinaltepec, y el primer gesto solidario que vimos fue haber hecho extensiva la invitación a otros tantos apicultores del municipio porque -dijo- “si yo me he beneficiado de esto, igual quiero que otros más también se beneficien y también beneficiemos a la montaña, que es la que nos da de comer y es nuestra casa”.
El segundo gesto solidario, de tantos otros con los que nos fuimos y seguimos encontrando entre los Me’phaa, nos los mostró el profesor Ricardo Contreras Solano, quien preocupado por la falta de empleo de las y los jóvenes de su localidad, San Miguel, y por temor a que -como nos dijo- “se fueran por un mal camino”, con sus propios recursos les compartió sus conocimientos de apicultura y les obsequió un par de cajas (colmenas) a los jóvenes para iniciar su propia unidad de producción familiar.
Y qué decir de los grupos de la localidad de Tierra Colorada, sus expresiones de solidaridad fueron pauta para la inclusión de las mujeres, no como las “esposas, madres o hermanas de…”, sino como productoras y socias con los mismos derechos y obligaciones que los varones.
Pero el gesto más solidario que hemos visto es con la tierra misma, con la montaña. Si bien, son conocedores de las bondades de la apicultura al medio ambiente, desarrollar las prácticas para la producción orgánica de miel ha sido sembrar semilla en tierra fértil, al igual que la realización del inventario de la flora nectapolinífera (junto con ellas y ellos, y teniendo toda la montaña como escenario para el aprendizaje) para la identificación-clasificación, recuperación y resiembra de plantas y árboles nectíferos; ambas prácticas, desde 2014, las siguen realizando por su propia cuenta, sin subsidio de por medio.
Formalizar a las y los apicultores fue, por decirlo coloquialmente, lo de menos; el reto era encontrar el momento justo para hacerlo (la experiencia nos ha dicho que cuando se presiona para su constitución, los resultados no siempre son los deseados); fue la crisis del mercado de la miel, en 2019, y posteriormente la pandemia COVID-19, lo que propició el nacimiento de la cooperativa, no como “un papel”, sino como una estrategia territorial para acopiar y comercializar miel de manera directa, con una visión de economía solidaria y circular.
Después de 8 años de trabajo y aprendizajes continuos, vemos que la raíz solidaria ha dado un retoño, y que el cuidado y armonía con la naturaleza están incluidas en esa construcción del bien común que don Quirino buscaba y propició para andar en este camino, en estas montañas, en esta interculturalidad. •